Junto a la familia, residió en Ciudad Victoria, donde estudió dibujo y pintura en la Casa del Arte; ingresó a los 10 años como alumno y después permaneció como maestro hasta 1981, para después establecerse en la Ciudad de México, donde potencializó sus capacidades y llegó a ser subdirector de la escuela de Artes Plásticas “La Esmeralda”.
Conmemorar el 70 aniversario su natalicio, va más allá del reconocimiento público, se trata de fortalecer los actos artísticos y sociales que realizó en vida, cuya trascendencia radica en su naturaleza humanista. Si bien, fue un hombre modesto y discreto con su quehacer, la visión con que formuló sus proyectos alcanza un impacto global atemporal.
En la familia Puente Eguía se admiraban las manifestaciones artísticas en general, se fomentaba la preparación profesional y la preocupación por la comunidad.
El patriarca: “Don Felipe” fue presidente de la Asociación de los hijos de los veteranos de la Revolución, además de fotógrafo y personal de una biblioteca pública de la capital del estado, de tal modo que la historia universal, la ética y la filosofía eran temas frecuentes de sobremesa.
En su juventud, Nicandro, como estudiante de la UAT se involucró en diversas causas sociales y construyó redes de amigos con los que compartió perspectivas de un Tamaulipas justo y en evolución. Siempre coherente con el actuar de su decir, se ganó el aprecio de quien lo conoció; quizás debido a eso se le recuerda más en su tierra natal por su don de gente que por sus méritos como artista plástico.
Aunque en su desempeño profesional era propio, concreto y formal, tenía un sentido del humor contagioso. Disfrutaba contar chistes y hacer bromas espontáneas a sus amigos y familiares; cantaba con un tono de voz privilegiado del que no hacía gala en público, pero que disfrutaba quien lo acompañara a sus quehaceres cotidianos, al pintar o al viajar en carretera casi como un concierto privado.
Fue un maestro nato, poseía la capacidad de desmenuzar cualquier tema, desde matemáticas, ciencia o literatura, hasta psicología, derecho y cine para sintetizar un método explicativo que compartía con quien lo necesitara en el momento.
Y tomaba especial importancia en aconsejar sobre conservar la identidad, resistir a las presiones del sistema social y tolerar las diferencias del entorno familiar y amistoso propias de la naturaleza humana para fomentar la convivencia armónica.
Como su hija de sangre, afortunada de contar con hermanos y hermanas del alma, no tendré solo una cosa por admirarle, pues en todos los aspectos era un hombre que se asumía como un ser humano imperfecto, capaz de transformar las desventajas en oportunidades.
Consciente de que las circunstancias pueden transformarse con resiliencia y voluntad, teniendo como límite el respeto a la libertad de nuestros semejantes. Cualquier momento de convivencia era una master class, nos enseñó que “Por favor” y “Gracias” son palabras mágicas que bien intencionadas pueden abrir cualquier puerta. Nos enseñó que el “Quark”, era la partícula mínima de la materia y que su intermitencia no explicada por los científicos cuestionaba por completo la realidad que conocemos.
Que tanto las mujeres como los hombres tenemos los mismos derechos y oportunidades, así como que vale la pena hacer un esfuerzo por vivir de acuerdo a la sociedad del conocimiento y no a la de consumo. A lo largo de su carrera participó en al menos 40 exposiciones individuales, así como colectivas. Su obra se mostró, además de México, en Rusia, España, Bélgica, Cuba y Estados Unidos.
De cada uno de sus viajes regresaba recargado de creatividad; aunque sus procesos creativos no eran sencillos de sobrellevar. Con la misma facilidad que nos regalaba su sonrisa, se aislaba de todo y dedicaba sus horas a bocetar, trazar, dibujar o pintar sin que nada lo distrajera.
Fue un creador polifacético y desarrolló series como: “Espacios Iniciales”, “Bocetario”, “Mirada en tránsito”, “La piel de la intemperie”, “Zoomorfías” y “Anatomías equivocadas”, entre otras, en las que exploró su gran talento y mostró su evolución plástica; incluso, pareciera que algunas se construyeran a partir de una lectura adelantada en el tiempo.
Personalmente “La Calle” es una de las obras que más me impactan y cuya réplica en tamaño natural se encuentra en los pasillos de la Casa del Arte.
En los años 90, con la intención de contribuir al entorno visual, reforzar la idea de comunidad, así como rescatar la historia y fortalecer la identidad de los habitantes de Tlatelolco, Nicandro fundó la Red Urbana de Muralismo Comunitario en la Ciudad de México. Ahí se plasmaron 5 de once murales que bocetó para el lugar, contando al momento de pintarlos con la participación de los vecinos y transeúntes de la zona.
Es en uno de los varios textos que acostumbraba escribir, donde plasmó las siguientes líneas al respecto: “Creímos necesario transformar nuestro espacio vital y transformarnos en comunión con los demás, dando algo de sí mismos. Transformar el solitario yo… en un solidario nosotros”.
Mi padre sabía del padecimiento cardiaco que lo aquejaba, pero eligió virar la incertidumbre que pudiera significar, a tiempo invertido en derrochar la creatividad con que fue dotado desde su primer día de vida en este plano.
POR THAMARA CITLALLI PUENTE GUZMÁN