Quizá la XXVIII Cumbre Iberoamericana en República Dominicana haya pasado a la historia no por la falta de una verdadera agenda geopolítica Intercontinental, sino por la forma en que el presidente español Pedro Sánchez generó una polémica transoceánica con el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo.
La Cumbre se preveía bastante complicada porque las relaciones entre los países iberoamericanos y de éstos con Estados Unidos por razones de efectos diplomáticos que involucraban regímenes políticos particulares.
El presidente del PP destacó la reunión desde su agenda electoral al criticar la presencia de gobernantes caracterizados como dictadores, aunque las reglas de la Cumbre impiden involucrar prácticas de gobierno. Además, la Cumbre fue deslucida por la ausencia y desdén de México a la reunión, sobre todo por el discurso histórico del presidente López Obrador contra el dominio español de México y otros países de la región durante 300 años. Pero por las razones que fueran, el lado importante de la Cumbre fue su realización sin gestiones diplomáticas de los tres países claves: España, México y Brasil.
Las relaciones diplomáticas entre los países iberoamericanos han entrado en una zona de conflicto por definiciones de proyectos de gobierno y sobre todo por comportamientos dictatoriales de Nicaragua, Bolivia, Perú y Cuba y la ola nacionalista que ha persistido en México, Argentina y Brasil, además de los enigmas geopolíticos que representa Centroamérica y Chile.
Las Cumbres iniciaron su ciclo en 1991, pero en una circunstancia geopolítica producto del desmoronamiento de la Unión Soviética en 1989- 1991, la fase final del ciclo militarista de Reagan-Bush Sr., la revolución sandinista en Nicaragua y el inicio de negociaciones de México con Estados Unidos para la firma del Tratado de Comercio Libre en 1994.
Este Tratado, por cierto, excluyó desde su origen el escenario latinoamericano, aunque la Casa Blanca ha estado parchando las relaciones regionales con tratados comerciales parciales que no han derivado en ninguna nueva lógica continental de desarrollo.
A lo largo de poco más de 30 años, las cumbres iberoamericanas más o menos sortearon las coyunturas, pero las relaciones entre gobiernos cambiaron con el radicalismo conservador del presidente Donald Trump y la incapacidad de gestión de una nueva geopolítica por parte del presidente Joseph Biden.
En 2021, Biden realizó la Cumbre de las Américas con la exclusión de países caracterizados por EU como dictaduras, pero se encontró con la respuesta de México boicoteando la reunión con su ausencia y criticando la decisión de la Casa Blanca de condicionar el derecho de admisión a una categorización muy estricta de lo que debería ser la democracia.
De manera paradójica, la XXVIII Cumbre Iberoamericana eludió cualquier obstáculo acreditado a prácticas autoritarias de gobiernos de la región, pero no hubo ningún cuidado español por buscar una vía de negociación con México para su participación en reuniones regionales, bastante por el enojo que existe en La Moncloa por las críticas del presidente mexicano López Obrador al tiempo de dominación española de la zona mesoamericana y a la exigencia de una disculpa a posteriori por la ocupación territorial.
Sin ninguna negociación diplomática previa, la XXVIII Cumbre siempre prefiguró un fracaso porque México ha jugado un papel muy importante en el liderazgo regional y su ausencia desánimo también a otros países, además de que no se sintieron indicios del Gobierno español por darle una interpretación circunstancial favorable a la Cumbre.
Lo malo para España y para Iberoamérica ha radicado en el hecho de que con todo y sus deficiencias esas cumbres habían cumplido la función de cuando menos poner en contacto a jefes de Estado y de gobierno de España e Iberoamérica, aunque con demasiado énfasis en los temas de inversiones españoles en América y los obstáculos que se están encontrando por las prácticas nacionalistas de gobiernos en turno.
En el pasado, España siempre tuvo en su agenda iberoamericana la prioridad de las inversiones, pero dándole también mucho espacio al discurso diplomático.
Las relaciones entre España e Iberoamérica entraron en zona de conflicto en la XVII Cumbre Iberoamericana de 2007 cuando ocurrió el choque de caracteres entre el presidente venezolano Hugo Chávez y el rey español Juan Carlos I. España no supo decodificar el discurso nacionalista de Chávez y sus aliados bolivarianos y desde entonces no ha existido entre los dos continentes algún esfuerzo diplomático para buscar un nuevo entendimiento que le pudiera regresar el valor diplomático y político a las Cumbres.
El único espacio que queda como resquicio para la reconstrucción de relaciones está en el hecho de que los jefes de gobierno de todos los países involucrados en la comunidad iberoamericana cambian electoralmente de filiación ideológica y de discurso diplomático y por tanto el tono de los discursos también se modifica por el relevo gubernamental.
En todo caso, la única figura de la comunidad iberoamericana que va a permanecer inmutable en su posicionamiento es la del Rey Felipe VI por su condición de monarca permanente y su característica como jefe del Estado español.
En este contexto, la posibilidad de reconstruir el sentido de la comunidad entre países de dos continentes radicaría en el papel del Rey de España como una oportunidad para redefinir el espíritu del diálogo entre dos continentes que vienen del venero histórico del España del siglo XV.