El público nunca verá ese salón que eres. Si acaso conocerán los planos de tu arquitectura. Adentro se filtran las paredes, se ahúman las tardes en el cuerpo de adentro.
El humo que sale, se niega a mostrar la chimenea que adentro ardió en el pensamiento. La casa todavía mantiene la calle que corre afuera, la vía láctea con las mismas estrellas. Adentro hay un jardín que sembraron los fantásticos fantasmas.
La entrada principal es de madera y los sonidos se escuchan claramente al acontecer los días. Adentro, el cuerpo es un terreno ajeno, uno mismo diferente, otro que nos habla en silencio. Son fantasmas de los abuelos, deslices de ancianos, antepasados silbidos, vientos viejos, cantos gregorianos.
Muchas cosas han cambiado en los muebles que le dan forma a ese ser que habita en el cuerpo. Hay nuevos episodios que contarle a una almohada rotunda y profunda. Puedes ser alguien si te lo propones. Ser tú mismo, por ejemplo.
Si te conoces es demasiado para un ser humano, no lo soportarías. Por dentro llevamos el infierno y la gloria pegado a las costillas. Se respira el hedor de los pecados, la sabia bruta de la ignorancia, el fétido estiércol del cinismo en uno de los episodios.
A veces el de adentro sale a las calles para alimentar el ego. En las neurosis el hombre aquel que debiste ser, negándose, es perseguido, destruido en las inmediaciones de una avenida. El miedo hace que viva el de adentro, la ilusión profana, los abismos de la calentura.
Entonces eres voluntario en una cuerda de reos y saltas sobre las bardas y esquivas la bala fría que te cubre de gloria. Eres una jaula por dentro si es que quieres sobrevivirle a este mundo tirano. La jaula te protege y te atrapa a un tiempo. Ese otro, nosotros, ese yo, ese tú que ahí la llevas.
El código secreto hace que te equivoques, tecleas otros nombres, aunque suceden los días, abajo de las cosas hay un pasado, pisas y te duele un dedo, te espinas una roncha que rascas por instinto.
Por dentro eres un extraño viéndolo bien. Te vuelves a ver al espejo. Mientras pasa la vida entre un padre y si hijo y el espectáculo apenas comienza su farsa frente a los espejos, como no hacer nada inusual, por ejemplo.
En la línea divisoria te vislumbras. Quieres vivir ahí afuera y hacer lo que quieras un día de estos, pero la nada te espera. Se vale un par de risas disfrazadas, un pequeño hurto de manzana, el niño que esconde la mano donde hay otra.
El de afuera no puede mentirle al de adentro que eres. No puede siquiera despertarlo. En su jaula el de adentro sigue preso en sus sentimientos profundos fijados como estatuas al suelo llano, como cactus en el plano.
El de adentro no hace tratos. Hay cosas que no le convienen. Hay guerras que han dependido de eso. Un loco suelto se torna peligroso. Una piedra fue zumbido del aire antes de conocerse, las paredes hablaron cuando no había gente.
El infierno cosiste en darte por vencido. Los dedos se tuercen, se quiebran los labios, se derraman las pupilas, se extrae el cerebro, por dentro el de adentro se come al de adentro. Un cruel presentimiento habita el espacio vacío, ojalá no se ocupe, no era necesario escribirlo.
En la retirada ese otro te jala para que no te des por vencido. Es un arca y diluvio, es la noche misma alumbrada por un cirio. Se muere primero por fuera y no piensa lo mismo el de afuera. Ni en una explicación larga y tendida la entendería.
Adentro, en el salón que es el interior del cuerpo de ambos, se tejen las personas, se les da vida para una tarde de café, se imaginan, se visualizan. Es donde se ven.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA