Se sentó en un banco del parque, era media mañana, estaba algo cansado y tenía sed puso la mochila donde traía sus cosas a un lado, tomó agua de la botella que llevaba en la mochila y tomo un poco, estaba fresca, le recordó cuando era un chiquillo, había vivido en aquella ciudad, entonces se podía tomar agua en bebederos públicos que había en los parques, agua fresca, siempre le pareció que era la más sabrosa del mundo.
Tenía 75 años, y algunas dolencias de esas que llegan con la edad, el estómago incapaz de digerir los manjares que había probado en su juventud, la diabetes lo obligaba a evitar alimentos con azúcar que lo pusieran en riesgo, el colesterol, y otros detalles, pero se sentía bien.
Había regresado después de 50 años de haber vivido en otros lados, pero allí se había criado, allí había aprendido lo básico de la vida, entre lo que se encontraba a hacer amigos, de esos que se hacen sin otro interés que andar juntos por la vida, había muchos aún viviendo en la ciudad. Pero ese viaje había decidió hacerlo solo, sin ver a nadie, su padre le había dejado un terreno que le dijo, “te servirá cuando seas mayor, es todo lo que necesita un hombre”.
Cuando le dijo a su esposa que tenía que viajar a ver la tierra que le había dejado su padre, ella se entusiasmó y se mostro dispuesta a acompañarlo, pero él le dijo que tenia que ir solo, ella primero se extraño y luego se molesto y le reclamo acerca de la razón misteriosa por la que no quería que lo acompañara, ¿había otra mujer?, él la tranquilizo diciéndole que era un compromiso que había adquirido con su padre de hacerlo así, finalmente ella acepto sus razones y se resigno a que fuera solo.
Sus hijos, también extrañados por esa decisión lo habían cuestionado, les preocupaba que anduviera solo, que alguien lo quisiera asaltar, que pudiera tener algún problema de salud o que se desorientara y se perdiera, sabían que su memoria y capacidad de orientación no era la misma, pero finalmente los convenció de que podía ir solo.
Volteo a ver su mochila, era de lona, grande, café, tipo militar, estaba empolvada y pesaba. Allí había ido guardando cosas a lo largo de su vida, y hoy la estaba usando para su viaje. Se puso a revisarla porque le parecía muy pesada, al abrirla salió volando una foto, la recogió, era una foto en blanco y negro de él cuando era pequeño tendría unos 4 años montaba un triciclo, recordó que compitió en unas carreras de triciclos en su pueblo, no había ganado, pero la familia lo había festejado como si fuera el campeón del mundo.
De forma increíble, la foto guardaba el aroma al café de la abuela, aquella mujer pequeña que le había dado tanto amor a todos en la familia. Luego metió la mano y saco un problemario, no pudo menos que sonreír al ver las calificaciones, apenas arriba del 6, a gritos y a sombrerazos, pero había pasado la aritmética, se acordó cuando en la primaria jugaban futbol usando fichas de refresco como balón. Y los memorables veranos en casa de la abuela que disfrutó con sus primos.
Siguió sacando cosas, una página de la revista Caballero, con la modelo del mes, que alguno de sus amigos se había escamoteado y él se había quedado con ella y le recordó su despertar de adolescente. Unos pantalones Topeka campana, que le había pasado el hijo de un compañero de trabajo de su papá y eran su orgullo. Un pedazo de papel con un verso para la que hoy es su esposa y que le dio durante su noviazgo, recordó cómo le gustaba llevarle serenata, y el día que le entregó ese verso había andado de parranda con los amigos, les dijo que quería llevarle serenata y flores, eran las 2:00 A.M. al trío sabia donde lo podía encontrar, para las flores y tuvieron que ir a un velorio, le dieron a velador 20 pesos por un ramo de flores.
Pero la bolsa seguía pesada, se asomó, y encontró piedras las revisó eran arrepentimientos inacabados, ofensas que hizo a quien amaba, desilusiones, alguna que otra ofensa no perdonada, tiempo inútilmente perdido, desatinos, algunos que pensaba ya olvidados. Quería tirarlas, no seguir cargando esas piedras, Pero ¿y si era su penitencia?. Estuvo meditando, tratando de entender que era lo que tenía que hacer. Finalmente, busco un lugar en un terreno baldío y las tiro.
Ya estaba atardeciendo, el crepúsculo embellecía la tarde casi noche, disfruto de su vista y lleno de aire sus pulmones, había pasado el día sin que se diera cuenta, revisó el mapa que le había dejado su padre, ya sintiéndose ligero, se encaminó y finalmente llegó a donde estaba el terreno, era grande, pero estaba dividido en muchos terrenos pequeños. Miró el papel, allí se encontraba perfectamente ubicado el lugar de su terreno. Se acercó, lo vio, era de 2 metros por 70 centímetros, en ese momento claramente comprendió; ese era el lugar donde en adelante iba a morar.
POR FRANCISCO DE ASÍS