No se ocupa viajar a todos los países, conocer ciudades y descubrir paisajes para saber más, sentir placer y gusto por la naturaleza. Baste hacer un viaje alrededor del cuerpo para obtener la información suficiente acerca de cómo es el planeta y cómo se comporta, cómo se siente y cómo es vivirlo en todas las vertientes.
Al girar sobre sí mismos vamos al rededor de un mundo. El nuestro. Que no es poco sino todo el horizonte con los continentes y los mares. Eco hay en el espacio que se abre mientras lo observamos. El mundo tiene ese sonido de nuestro mundo, el de cada uno.
Nos dan risa los aviones que van despacio encima de nuestro autobús que arriba sin retraso. Vuela la voz que es en realidad un pájaro. Se escucha un grito una sola vez y desde un punto desconocido. Buscamos y es nuestra voz donde hay una manzana esperando el estómago.
A donde vayamos siempre estaremos en el mismo sitio, si giramos veremos la mañana que se ha ido, los pasos pequeños que nos siguen, los pasos imperceptibles ya perdidos.
Desde el fondo de nosotros emerge la realidad unica con la reacción conmovida con la cual remamos. Nace un mundo a la entrada de un túnel que perfora el tiempo.
En vagones vemos pasar los países. La patria alguna vez es habitual en los cafés donde la gente conversa. Nadie se detiene, todo pasa con un puño en la garganta, algunos hablan todo el año, y pagan por ser llevados en los recuerdos de un paraguas.
A ojos cerrados vemos el bosque que llega al vacío a donde caímos sin remedio. Y sin embargo insistimos, los días palpan los párpados y todo nos toca, es la nada, el agua que es una piedra escrita en esta página que invade la casa.
Otras veces viajamos y vemos pasar a otros sentados en una silla, antes que el cuerpo, y esto es diferente, el polvo se establece en la sombra de la infancia, sin tocar los pies la tierra hizo el viaje con la carga mental del posible regreso, pero es otro día. El viaje es resurrección, comienza en el cuerpo y ahí encarna o termina.
El instante tiene nuestro cuerpo en el océano, hacemos de nosotros el tour de la cita prohibida. Esa es la fragilidad, amar es perderse en el viaje en todas las formas de la carne. Amar es caer sin fin en el viaje, es la descripción de los geroglíficos.
Rotación es memoria de donde fuimos arrancados, creencia del ir nosotros dos: uno mismo y el que reposa. La espera es cicatriz que se abre en la tierra. El viaje comienza por ir a la isla rodeada otra vez del tiempo con palabras de agua hasta petrificarse.
Todo el tiempo está la tierra a los pies. Alguien graba un video, lleva un celular en la mano y siempre tiene una llamada que contesta. Nadie le habla. Juntamos las palabras y nos volvemos a la ventana con todo para la playa.
El murmullo es incesante pero nos escuchamos, miles de orquestas nos complacen. Entre las mariposas hay una que nos gusta, es lindo este viaje y no deseamos darnos vuelta, en lo que se evapora todo lo que quisiéramos hacer sobre la banqueta.
El viaje es una manera de morir al escribirnos. Estamos condenados al viaje del jardín de flores geográficas, ríos de níquel, hojarasca de papel. El planeta se ha vuelto un número que consume tiempo, el dinero es mucho, es lo que vemos sin poder contarlo, sin poder mirarlo.
Al rededor del cuerpo se evapora todo lo que se toca, se construye y se diluye el instante, el viaje es ir al otro cuarto y el trabajo es el techo sin cuerpo que cae de vez en cuando para que veamos el cielo.
El viaje es nuestro monumento frente a un espejo. Nadie hay atrás y nadie va adelante. No vamos a ninguna parte mientras nos abrimos paso.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA