El mundo es un ente dormido que no siente. Dormiré un tiempo, ignoro cuánto. Pero sé que al despertar volveré a sentir lo que ahora veo y a vivir lo que ahora muero. Se está aquí en la cueva donde nadie me conoce. Soy un fugitivo de mi sombra.
Escribo mientras duermo, las letras cerraron las puertas. Este es un sueño, la cama en el silencio y comenzó la pesadilla. No está mal, el precio es asequible, original, no veo los pies que caminen ni creo que alguien venga y me despierte.
El tiempo es como debe ser el tiempo y vuelve. Tengo los años atrapados en alguna parte de los segundos. La vaina es real. Todo existe, todo ejerce para mí personalmente.
Despertaré en mil años, que serán un segundo para mí, lo son desde hace mil años en que estoy aquí dormido.
He vivido, para estas fechas, tengo el doble de años en el cerebro, he arrodillado el tiempo con la mano en un teclado, he caído y me he vuelto a caer.
Yo voy en un extremo a otro ; miro afuera cómo ha crecido el césped, las ramas, los abetos de cuando niño, veo manantiales, borbotones que escurren del río que antes inundaban los suburbios. Veo para ver en cuál esquina bajar.
Prevalece la sustancia anecdótica, un murmullo entre el silencio y ruidos extraños, personas que entran y salen donde antes nada había. Esta noche encierran mi cerebro.
Detrás de la oreja, una extraña aguja saca hilos de mis pensamientos. Son nada. Es una vez el pensamiento, luego el silencio puebla las paredes viendo el techo. He dicho algo antes del pensamiento, no recuerdo.
La ocurrencia es mía, el cigarro desgastado es un hijo del espejo. Abajo debe haber sustento, sugestiones de un mundo diferente. Cuando despierte habré vivido mil años. Los mismos que han pasado.
Nací para ser, de un encontronazo, al hacer entronque la vida y escoger el tramo que me lleve de regreso. Voy con quien fui a ver el filo de la navaja, la hora exacta, la palabra correcta, el golpe final, el tiro de gracia.
En unos días más habrá pasado mi nombre. Dejará de existir. Un repaso dura dos minutos en lo que saludas a los dolientes, la memoria sería escasa y nula al día siguiente, qué suerte. Para eso se nace.
Duermo con las puertas de par en par de una casa en la orilla. De repente, sin saber por qué ni cómo. Sabré todo después, años después; transitando, recuperaré el olvido.
Un viento tira de mi camisa, me acerca a la casa. Estoy en el piso, tiendo una red de pisadas al pasado.
Nazco en cada suma de llegadas, en la mano, en los pies gastados, en las orillas raspadas, en el cuerpo macheteado. Vivo en las dunas, desembarcado, corsario, desarmado por el furor de una tarde. ¿Desperté o aún sigo dormido?
Dije que soñé y todavía faltan sueños por vivir al despertar. Quiero estar en la luz que despeña la ventana, en el aire profundamente humano del aliento. Se dice sin titubeos esta frase que gira sobre sí misma y se describe. Debo aceptar también que una parte de mi que me pertenecía ahorita no es mía.
Por fuera puedo oler, soplar a mis pulmones para respirar, me volví mi otra mitad. Es cierto, dormido brazo izquierdo que me abraza, la luz del sur en la frente, el resplandor, la mitad de mis refugios donde hay libros.
Y luego, ligeramente a la altura de mi otra mano, el sol sale del cuerpo, al otro lado del agua. Antes digo que escribo, y sin embargo puedo escribir mi nombre. En los muros de los libros, en las primeras páginas, puede bastar cualquier nombre, para escribir el mío ya despierto.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA