Una nueva encuesta difundida esta semana por el diario español El País y elaborada por la empresa Enkoll, confirma que la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, es la puntera en la competencia interna de Morena para buscar la candidatura presidencial de ese partido.
Eso y las recientes manifestaciones en su apoyo por parte de no pocos gobernadores afines a la Cuatroté refuerzan dos cosas: Una, que Sheinbaum siempre ha sido la favorita de Andrés Manuel para sucederla, porque más allá de lo políticamente correcto en estos tiempos -que una muer por fin tenga la oportunidad de llegar a la Presidencia-, es porque ella es quien mejor ha demostrado la lealtad a ciegas que siempre ha demandado López Obrador de sus seguidores.
Lo que Claudia llamó en tono eufemístico “manifestaciones de libre expresión”
y que Ricardo Monreal calificó llanamente como lo que es, la cargada, es lo que hemos venido viendo en el país desde que Andrés Manuel llegó al poder: La reedición de las viejas prácticas que durante décadas caracterizaron al priísmo.
La “cargada”, como se llamaba en los tiempos dorados del PRIato a la coincidencia espontánea de grupos, corrientes, personajes y sectores del PRI en torno a
un aspirante, marcaba línea y denotaba la preferencia del Gran Elector, es decir, del Presidente en turno. Ahora no hay mayor diferencia con lo que pasaba anteriormente.
La cargada siempre formó parte de la singular cultura política del país, marcada por la hegemonía priista, de la que proviene la mayoría de los cercanos a Andrés Manuel, que ahora gritan a todo pulmón que representan una transformación profunda del país. Este fenómeno típicamente priísta se da precisamente en un momento en el que varios de los interesados en la candidatura presidencial demandan que haya piso parejo, es decir, equidad en las condiciones de competencia.
El piso disparejo en la contienda interna de Morena es un hecho. No hay igualdad de condiciones en la competencia entre Claudia -la favorita de Palacio-, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López, sin descartar al cada vez más relegado Ricardo Monreal.
Cada vez son más las voces que afirman que no es saludable para el partido ni para la Cuatroté que la cargada en favor de Sheinbaum sea tan evidente, por más legítimo que sea el derecho de muchos simpatizantes expresar su apoyo a la Jefa de Gobierno, por más que digan que lo hacen en días inhábiles y que eso justifica su presencia en un acto partidista, por más que el argumento sea absurdo.
El mensaje que se envía hacia el interior del partido y hacia la sociedad civil, es que estamos ante un escenario en el que hoy más que nunca, Andrés Manuel rescata las viejas prácticas, los usos y costumbres de lo peor que representó al PRI omnipotente y soberbio del siglo pasado.
Por supuesto que habrá quienes consideren esto una exageración y digan que son las nuevas formas, que las cosas cambiaron y que los de ahora no son como los de antes. Claro que hará quien diga que los Alcaldes o funcionarios públicos están en libertad de expresar su respaldo a quien consideren la mejor opción, así sea evidentemente la persona a quien el Presidente ha señalado de mil maneras como su favorita. Justificaciones siempre habrá para las fallas propias, no para las ajenas.
Por más que eso recuerde y regrese a lo que antes hacía el viejo PRI y que siempre criticó la oposición, principalmente la izquierda que ahora se dice representada por un gobierno que se parece más al viejo régimen que a uno progresista, claramente en Morena no hay piso parejo, no todos tienen las mismas oportunidades, o todos son bien vistos por quien va a decidir la candidatura y por supuesto, no todos reciben el mismo apoyo económico, material, moral, político y público que la consentida de Andrés Manuel.
¿Qué tiene de malo? Para la oposición organizada, para los adversarios del Presidente quizá nada, pero para la sociedad civil sí, porque es la demostración descarada de la vuelta a lo que quienes tomaron el poder por la fuerza de las urnas siempre dijeron combatir.
Porque es una muestra de esa misma actitud que siempre tuvieron los viejos priístas, esos que se quedaron acostumbrados a ser dóciles con el Presidente en turno y tiranos con los de abajo. Esos que aceptaban sin chistar las reglas del juego que imponía el todopoderoso líder del partido, que los ponía aparentemente a competir y terminaba imponiendo su decisión personalísima.
Y lo peor, para los morenistas que creen en la legitimidad de los principios que promueve ese movimiento, la cargada y el piso disparejo debería preocuparles porque significa que las cosas que pensaron que habían cambiado, regresaron peor que antes.
Ignoro hasta qué punto esta disparidad en las condiciones de competencia interna va a impactar la unidad del morenismo en las elecciones del próximo año, pero no creo que sea demasiado, porque finalmente como buena reedición de la rancia cultura priísta, el Presidente y quienes le obedecen dentro del partido van a aplicar lo que siempre fue un elemento común en el antigüo régimen: La disciplina y la alineación en función de intereses o presiones. La figura de un Andrés Manuel omnipotente
y omnipresente es el aglutinador de todos los intereses que convergen en ese amplio movimiento llamado Cuatroté.
Y sí, así con todo eso, es altamente probable que Morena repita en la Presidencia el próximo año, si es que no ocurre una tragedia y finalmente alguien encuentra el punto débil de Andrés Manuel que haga naufragar la nave de su proyecto transexenal.
POR TOMÁS BRIONES
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