La extensión corporal contiene todos los espacios del ser. Los habitantes de las ciudades son el trazo de sol y la sombra en el movimiento visual que ordena y forma a los seres humanos.
La escultura de Sebastián inventa ciudades desde la voluntad del ojo y la organización de las formas que, junto al color, determinan el espacio de su poética.
Porque la extensión corporal. Porque Sebastián es un hombre de números y, como los antiguos, mide las armonías del universo a partir de la escala humana.
Esa medición corporal es la proyección de las ciudades. Dividas en tablillas como lo hacían los egipcios o sección Aurea como los griegos.
Es el propio cuerpo de Vitrubio, de la mano de Leonardo, lo que divide el rostro de Enrique Carbajal para hacerlo Sebastián. El mágico Sebastián que hace la poética del espacio de las ciudades inventadas, es el artista con el que hace más de veinte años platique durante un encuentro de creadores en Ciudad Juárez, Chihuahua.
En su rostro, en su rostro dividido en tres fases, predomina la inteligencia y lo instintivo, sobre su sensibilidad. Mas el instinto de un hombre que paradójicamente, construye sobre lo racional. Pero son quizás las matemáticas del artista lo que nos acerca a su poética de construir el mundo.
El mundo concéntrico de Sebastián. Ciertamente, Sebastián ha divido al mundo a partir de las luces y las sombras que su escultura produce e impacta en los espacios visuales y tangibles, donde la música y sus sonidos crean y recrean con el viento, con las nubes, la escultórica trasparente y anónima de los edificios.
Sebastián es antes que nada un escultor del paisaje total de lo urbano, que conmueve con su color y sus instintos que dignifican el espacio.
Su escultura Águila del Bicentenario, enclave urbano que yo llamo “Victoria Futura”, es combinatoria perfecta de la forma y el color que producen tonalidades distintas a cada hora del día, y en cuyos instantes el sol y la sombra empujan la escultura a nuestros ojos, en la gravidez del espacio en movimiento con las nubes como tela en el firmamento de Ciudad Victoria, Tamaulipas.
Son los quiebres de la gran escultura de 40 metros de altura los que forman el círculo que remata en las alas del Águila, cuyo movimiento y fuerza también la hacen una ave de paz.
Son las alas del sol: luz y sombra que abre los quiebres y que corta el aire para respirar la musuca del viento. La escultura es fuego en rojo. Desplaza sus encantos por los bordes del espejo a pleno sol de mediodía, a cielo abierto. A nuestros ojos viene con el sueño de hierro moldeado en su estructura de color y calor.
Hacia el Norte es un dardo, al Oriente nace con el sol, donde aparece con sus alas. En la curva del Trópico de Cáncer emerge como proa de una nave vikinga sobre un mar de nubes en el atardecer, y es un sable de plumas de acero en los dientes de la luna. Anclada, es faro de fuego y es águila ardiente y apasionada de nuestro pasado y presente.
Erguida, saliente, la escultura parece ser la aguja del tiempo del reloj solar. Ahí está la clave del alma de acero; superar la adversidad y modificar el entorno, vamos, inventar la ciudad desde la aguja de todos los instantes de la belleza humana.
El águila representa la inteligencia en las fases y descripción del rostro, así como su extensión corporal. El artista templa el acero ante los retos de la oscuridad para hacer luz, levantando a pie de tierra como la piedra de toque de sus encantos urbanos.
Se erige el Águila del Bicentenario y concentra las miradas para crear un espacio de fortalezas visuales. Abre los caminos a la nueva ciudad, dignificando el acero, el cristal y el cemento del entorno. He señalado la extensión corporal como el código de lo mágico del artista de Chihuahua.
Es la espiritualidad de los números que multiplica la mirada, que junto a la escultura emergen del vacío para solidificar lo invisible, para descubrir y tentar el goce y la alegría que produce la concatenación de las armonías de Sebastián.
Este descubrimiento nos lleva al espectáculo urbano: las curvas, los círculos, los módulos de color en la paleta del escultor, quien recobra para nosotros la vida la sabiduría urbana antigua de sentir y vivir el arte. Sebastián consiente a la ciudad porque inventa con una nueva mirada el espacio.
Bien decía Alexander Calder que el hombre es un móvil desde que sale de su casa y avanza por las calles tomando aire. Sebastián concilia la movilidad de nuestra mirada y su escultura nos planta en todos los ángulos visuales que constituyen la poética del espacio.
Espacio que dignifica la mirada y humaniza el entorno. Alguna vez escribí: “el cuerpo es una armonía que viaja desnuda, a golpes de luz se erige en estrella, a golpes de viento en hoja”..
Creo firmemente que la escultura de Sebastián es una armonía que viaja desnuda a nuestros ojos y a golpes nos transforma la mirada del espectador urbano.
Esta transformación encaja en cada uno de los cuerpos que circulan para romper el estatismo visual en el marco de edificios.
Cuerpos intercalados entre la escultura, cuerpos visuales de los cientos, miles de espectadores que se contagian de ella y participan activamente en esa transformación que significa el gocé estético.
Sebastián, en el Águila del Bicentenario, embona, codifica la geometría que invisible emerge para sorprender nuestros ojos y enriquecer el patrimonio artístico de Tamaulipas.
Disfrutar el trabajo escultórico de Sebastián anima el espíritu urbano, como obra de arte, pero también participa en el bien de la obra pública.
Porque los procesos de urbanización a la par con los servicios culturales en la traza de las ciudades, es decir todo aquello que constituye el espacio público, son el saber de todos, el goce de todos, el goce de todos, el ejercicio de todos. Vivir la ciudad nos convierte o transforma en “módulos” de su corazón y espíritu.
Decía Gastón Bachelard en su poética del espacio: “el hombre nace para construir su casa, en cambio, el caracol nace construyendo su casa…” Sebastián nace con su escultura, el caracol multicolor que integra su espíritu de lo perfecto y nos deja construir la casa corporal que significa la libertad estética, uno de los parámetros donde el ser humano se vuelve grandioso para vivir el arte en la ciudad.
La poética que el gran escultor mexicano conlleva no es una propuesta, es la realización del hombre visual sonoro y táctil.
Es la luz y la sombra que enmarca y distingue ciudades para transformarlas y vivirlas. Porque sus esculturas se respiran para inventar los sueños posibles y los sumos impostes que hace que las ciudades sean sean iguales y distintas.
Lo sentimos con solo mirar la obra de sebastiano, este hombre de geometrías contemporáneas que ha observado de los secretos círculos matemáticos para crear la glorificación de lo invisible en la tangible mirada de nosotros. Quienes compartimos la ciudad y el mundo con él.
El artista hace de nuestra mirada una fiesta, animación urbana que ciertamente se convierte en salud pública. El artista nos lleva a las sensaciones multipolares, porque el espacio es transparente y permite el juego de las miradas.
Y es el juego lo que provoca que la imaginación aflore porque el encaje de cada una de las partes del cuerpo escultórico ofrece nuevas formas gratificantes.
La escultura de Sebastián tiene, así, éxtasis del jardín escultórico de metal y color humanizado. Cada módulo recobra vida en las yemas de los dedos.
El espacio permite lo infinito, el tacto recobra al cuerpo de lo invisible. La obra de sebastiano se puede tocar, pero también se puede soñar porque nuestra mirada crea otras miradas donde las sensaciones nos identifican con el gran cuerpo escultórico.
Somos los estados del ser, la extensión corporal de la escultura que emerge orgullosa como una de cas maravillas del escultor traza en el Siglo XXI.
Somos armonías que viajamos como hojas, y somos ojos llenos de sorpresas que la imaginación de sebastiano abre desde ahora en el corazón de la “Victoria Futura”, que con sus alas mueve cas hojas del árbol de la vida, donde gardama también la memoria de nuestra historia, el Águila del Bicentenario es un alarde de la planeación, su contribución estética, un regocijo para nuestro campo visual: acero templado por el fuego que los dioses otorgaron a los hombres. sebastiano es el dedo de un dios de trabajo, de increíble imaginación en el arte escultórico que ahora comparte con esta tierra en la esquina de la patria: Tamaulipas.
POR ALEJANDRO ROSALES LUGO