Sí, aquí están todas las beligerancias. Aquí no hay tregua y cuando no hay guerra se inventa.
La misma paz se inconforma con la paz, la misma guerra quiere paz.
Es como la noche de los descalzos cuando todavía se desconocían los zapatos. Hay niños que no conocen la tranquilidad en el mundo. La condición hace que entres cuando vas saliendo, sueñes que estás despierto, sonrías cuando estás llorando por dentro. Y nadie lo creería.
La paz se gobierna desde una trinchera y la trinchera misma no se deja gobernar. Dentro de la trinchera los amigos han urdido una batalla campal, para cobrarse afrentas que vienen de cobrar otra.
En el hormiguero se han organizado las larvas y esperan salir con alas volando antes de que al caminar les den por la espalda. Hay las hormigas dioses y las zánganas el resto son esclavas.
Un día esta guerra inaceptable fue paz, pero se nos hizo fácil cambiar la palabra de una pedrada.
No todos han muerto, no se vale matar a la gallina de los huevos de oro, habrá que dejar que agonicen unos cuantos en lo que encontramos al resto de microbios que anda huyendo de nuestros zapatos.
En las costas atracan marineros y en los desiertos se han hecho los nidos de los malandros escondidos y subterráneos, todos con argumentos en la mano.
Quedamos nosotros, huyendo. Un par de zapatos ajenos, una cobija hueca destapada de sí misma y un silencio que al final no fue silencio sino un estruendo.
El mundo es un gramo para algunos y una tonelada para muchos, una pala, un palo de escobar y un paraíso juntos. Y sin embargo hay sin embargo. Hay un sistema justo que funciona una sociedad por dentro de cada uno, una paz interna. Hay también una linterna para todos y la lluvia nos moja parejo.
Los locos tienen la razón, en un debate es incorrecto decir lo que realmente sobre, lo que no se ajuste y hasta en lo que cabe decir se sufre.
Es un diálogo de sordos, un mutismo expectante que prevalece en la víspera de la noche, es una llamarada de petate que quema la casa que desde hace mucho arde.
Paz o guerra, es lo mismo para el sitio donde naciste. Si hubiese paz quisieras guerra, si hay guerra quieres paz pero adentro, no afuera donde ganar no es nada y perder es ganar comoquiera.
El saludo cordial nos explotó en las manos, una granada de hule destapó un enjuague, un shampoo para bañarse, un entierro de los hijos de la masacre. En el circo romano un jugador gana seis millones de dólares. Todos pagamos para no hacer preguntas de respuestas que ya sabemos.
En una hilera, detrás de una raya, desde una banqueta te saluda mi voz ronca de chancleta, mi pata de gallo, mi ladrido tallado en una piedra, mi origen inexplicable, mi razón de ser en una moneda no impresa.
Esta es la paz encubierta, que nadie me engañe, este es un ensayo de guerra en la sala con trenecitos y coches de mano que encienden las luces y nadie los juega.
Con la mano en la cintura escribo este manifiesto de tregua que es finalmente una declaración de guerra, que nadie me entienda. Es un escito sobre un escritorio recóndito. Nadie leerá esto ni aquello que entiende. El único contenido es un vaso que se llena y vacía para elaborar la trama.
En lo personal puedo agregarte en mis redes sociales, pero la realidad es que siquiera soy anónimo, soy el hombre que no existe, no tengo fechas ni rostro, ni acta de nacimiento. Que me busquen en una cueva de Altamira, que me encuentren atrás de una pintura apócrifa del Guernica.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA