Primero: reitero aquí que en su momento Ricardo Mejía abusó de su posición en el gobierno federal para avanzar en política partidista. Fue un importante operador de la seguridad que sin rubor se alineó a la lógica de AMLO de atacar desde Palacio Nacional a la oposición.
Tal actitud sería per se criticable de cualquier funcionario, ya no digamos de uno del que la opinión pública tenía noticias sobre sus aspiraciones electorales.
Mejía politizó desde su cargo y lo hizo a sabiendas de que podría tener un beneficio personal por ello (mejorar sus posibilidades de obtener la candidatura oficial a gobernador de Coahuila).
Pero su rebeldía al no aceptar la candidatura morenista de Armando Guadiana merece algunas líneas, y una valoración sobre lo que logró y el significado social de su desafío personal a Andrés Manuel López Obrador.
La lectura más simplista reza que el domingo Morena perdió ahí donde fue dividido y ganó en la elección en la que sumó a sus aliados de 2018. ¿Moraleja? Chin chin al que no acate la encuesta porque causará una debacle. Ergo, Mejía es prácticamente un judas y merece condena general.
Salvo que, independientemente de lo que sí hizo el PRI para retener Coahuila, arrasando incluso, puede ser que la razón principal de la derrota no sea el acto de herejía de un exlopezobradorista sino:
1) un pésimo candidato (Guadiana), 2) una mala campaña, 3) una pésima operación política de Morena que sólo logró sumar a sus partidos aliados cuando ya era muy muy tarde, y 4) que Mejía fue, en efecto, un candidato que supo aprovechar su coyuntura.
Mejía se atrevió a lo que pocos siquiera imaginan. No aceptó que el método para decidir las candidaturas morenistas sea la encuesta y sólo la encuesta. Y maniobró lo suficiente para que casi toda la campaña el PT patrocinara su aspiración en Coahuila, donde a la postre se llevó un nada despreciable 13 por ciento.
Guadiana fue candidato hace seis años. Esa exposición, más el hecho de ser senador y empresario, le dio una ventaja en la encuesta. Esa popularidad tiene un valor, sin duda, pero ¿debería ser el único aspecto a valorar, el único filtro que un partido ha de instalar para decidir sus abanderados?
Los resultados en Coahuila confirman que algo de lo que decía el exsubsecretario federal de Seguridad Ricardo Mejía era cierto: Guadiana era una mala idea, tan mala que con un partido mucho menor, y con incluso descalificaciones de AMLO en su contra, él ganó 2/3 de los votos del senador.
Es obvio lo que gana Morena instalando la idea de que lo clave el domingo para ganar fue la unidad y la clave de la derrota fue la herejía de un exsubsecretario que, para citar al Presidente, ni adiós le dijo y luego en campaña usaba su nombre sin permiso.
Lo que gana Morena es control. Ganaste la encuesta, felicidades; perdiste, ahora a disciplinarse. Y de debatir o de abrir espacios para exponerse y contrastarse frente a militancia y sociedad previo a medir las preferencias en las encuestas, ni hablar.
Andrés Manuel pretende imponer, como en sus buenos tiempos el PRI, un proceso sucesorio que no acepta opiniones, reparos, ideas, propuestas o revire: la encuesta mandada hacer por el gran elector para decidir a gusto.
Ricardo Mejía se rebeló a AMLO. No ganó, pero estuvo lejos de ser irrelevante. Ay de aquellos que crean que lo mejor en política es acatar sin más.
Elegir sólo con encuesta no siempre es la mejor idea. Y priva a la sociedad de más elementos para opinar.
POR SALVADOR CAMARENA