Un hombre puede patear un bote a las tres de la mañana, pisar una rana y desaparecer para siempre. Puede dormir, callar un secreto, dejar pasar el tiempo.
Y puede reventar por dentro, inventarse, militar un ejército de menesterosos, comandar un pisapapeles que va de un lado al otro del anacrónico escritorio y nadie le ha visto.
Con facilidad se puede, si lo quiere uno, caminar por la ciudad y encontrarse de pronto en una esquina sin saber a dónde dirigirse. Puede dar vuelta, si lo quiere, he irse, o regresar a su lugar de origen.
Un hombre puede saber a ciencia cierta si lo que ve es verdadero o solamente intentos de la gente por parecerse a otros y así sucesivamente.
En algún momento el hombre aquel puede obtener, si así lo quiere, el equilibrio perfecto al andar muy tranquilo por el cordón de una banqueta.
En la tragedia un hombre saca un machete, un hacha mohosa detrás de la oreja y la encaja. Afecta que no ocurra, sucede que sucede o no ocurre nada. Todo afecta.
Un hombre sabe qué está sucediendo en términos generales y en lo cercano la reserva del cuerpo no va a perder su valor al destruirse. Con todas su partículas el hombre se extiende al cruzar la calle y saluda a brazo alto a Esteban que mide con una cinta un traje sastre.
Afuera puede estar un pino o un abeto, y en el cuadro hay dos jardineras con flores de neón, para darle un mayor colorido al paisaje en el colapso del tiempo mental.
En el pensamiento errático el hombre confunde el ambulantaje con lirios y valles, alguien grita en la calle y un hombre puede quedarse absolutamente solo entre tanta gente. Meterse a los resquicios de esa sombra.
A cada momento los cables del rotor de postes, cuadrícula de alambre, sostiene las paredes de una información que traspasa y materializa los átomos. Tiembla al fondo el espejismo ingrato de un día de sol. El sol es un cuerpo llanero, un fugitivo acontecer fuereño.
En la memoria nace una imagen que se esfuma en el aire, es un borbotón de imágenes como mariposas esquivas, y miserables insectos que se pegan al experimentado cuerpo.
El cuerpo avanza conforme al sistema solar en su destello de energía, en su pequeñísima particula cuántica. La existencia es física clásica, la química del cerebro tiene forma escuchada. La mecánica es la coordinación que surte su efecto en los resultados observable.
El resto, aunque se realice, no existe. Demasiada luz confunde los colores de la foto. La envaneces. Un buen lugar es una cita a ciegas con la sombre. Un claroscuro perfecto, un matiz despedazado aparece en la cara sin una sola razón. Somos objetos separados y juntos, energía liberada ondula, fija los cuerpos a la tierra. En la superficie vaga lo que no somos, nos acompaña en su frecuencia modulada.
Nadie sabe nada del otro que va con nosotros y nos destruye.
En el campo cuántico el otro somos, pero no hay información al respecto que digamos. Todo lo que el hombre hace, quizás ya fue hecho, sólo que no lo habíamos visto, llegamos antes o después o no habíamos pasado por esa calle. El experimento juega con nosotros buscando. No hemos salido del cuerpo.
Uno puede, si así lo quiere, saber un poco más del agua hervida, de su extraña procedencia, su desliz angelical por el ambiente.
En los escaparates se hizo experto el olvido. A la distancia anónimos hombrecillos se alejan y secan la ropa en los tendederos del cuerpo.
Es una antigua marcha de historias derramadas, nacidos y muertos, niños eternos jugando en los patios.
HASTA PRONTO




