Usar la palabra “naco” puede parecer una banalidad, pero en el fondo hay un criterio de clase.
La degradación de México es visible en muchas áreas: la violencia sin control, el desprecio por la vida y la salud, el adoctrinamiento como pedagogía pública, el dogma como meta de la ciencia, y muchos otros. Pero hay un ámbito más abstracto, en ocasiones etéreo, igual de importante que el discurso público. Llevamos cuatro años de inyecciones de veneno. Hay consecuencias.
Llamarlo “corrección política” es una aproximación moderna, pero superficial. Utilizar la palabra “naco” puede parecer una banalidad, pero en el fondo hay un criterio de clase. No ayuda a la convivencia entre mexicanos. En todos los países hay este tipo de expresiones y, por supuesto, la libertad de expresión es el valor supremo que se opone a las limitaciones de cualquier orden. Pero la historia muestra que hay ciertos temas-veneno que han provocado las peores atrocidades del ser humano. La idea de una “raza superior” llevó a la muerte a decenas de millones de personas. Otra obsesión terrible –hermana de la raza– es la “pureza”. Buscar al ario puro o indígena puro es igual de peligroso. Esa “pureza” es la que ha llevado a la invención de identidades que terminan confrontándose. El genocidio en Ruanda, que buscaba exterminar a la población tutsi para garantizar la hegemonía hutu, costó quizá un millón de vidas. Las violaciones masivas como arma de guerra étnica, en Armenia, en Ruanda, en los Balcanes, en Siria y otros países, son una barbarie que debe avergonzar a toda la humanidad. El genocidio armenio o más cerca en tiempo y distancia, el de Guatemala, son producto de esos conceptos cargados de veneno.
Desde el inicio de la actual gestión el discurso político ha sido preñado de odio y resentimiento. La actitud hacia la Conquista española, la ofensiva idea de una disculpa por parte de España, o la concepción de “pueblo bueno” y otras sandeces, han ido infectando las palabras de la plaza pública. La carencia de sensatez o, aún peor, las provocaciones, han surgido del gobierno, pero la sociedad no debe caer en esa trampa. En las últimas semanas han surgido temas que deben alarmarnos. La aplicación del “indiómetro” como se le ha llamado, para determinar el grado de contenido de sangre de los pueblos originarios como arma para descalificar a Xóchitl Gálvez, es aberrante. Que el calificativo “güero” sea utilizado en términos despectivos hacia Enrique de la Madrid, es igual de ponzoñoso que recordar el origen francés del apellido Ebrard. Ya no digamos el salvajismo de señalar los orígenes judíos de Claudia Sheinbaum. Éstas son las consecuencias del uso del veneno por la 4T.
Las grandes naciones –y México lo es– son resultado de orígenes múltiples. Esas confrontaciones con lo ajeno, los otros, son las que han ampliado la riqueza cultural de muchos países. Pongamos casos de artistas. ¿A alguien le importa el origen judío de Peter, Paul and Mary, grandes músicos y defensores de causas políticas progresistas? ¿Es relevante que Paul Anka, de nacionalidad canadiense, tenga orígenes sirios y libaneses? ¿O que Giuseppe Mustacchi, quien fuera guitarrista de Édith Piaf y adoptara el nombre Georges Moustaki, convirtiéndose en uno de los grandes exponentes de la balada francesa, haya nacido en Alejandría? ¿Y qué decir de Neil Diamond, gran rockero y fantástico compositor, también de origen judío? Lo mismo en la ciencia, comenzando con Albert Einstein, o en la literatura con Elias Canetti, búlgaro y sefaradí de origen, universal por destino. O Franz Kafka, que nació en un gueto, o Philip Roth, judío neoyorquino. ¿Qué estamos discutiendo? ¿Qué deriva tiene este rumbo? Una ingeniera de origen indígena, muy capaz, puede llegar a ser rica y no por eso ¡pierde sus orígenes!
Regresemos a los cauces que permitieron la formación de este gran país. Somos multiétnicos, multiculturales, mestizos y mexicanos todos. Las leyes nos abrazan como ciudadanos, ésa es la fusión, es total.
¡No al veneno! En nosotros está el antídoto.
POR FEDERICO REYES HEROLES