19 abril, 2025

19 abril, 2025

Demolición de un jueves 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

A veces el día tiene una nube y sé que aunque quiera no puede ser el mismo para verme de igual manera. Haciendo las cosas de siempre, sé que soy otro y hago lo inesperado bajo el sol de cualquier mediodia.

Nadie amanece llamándose de otra manera, pues perderíamos la pista en sus ausencias, nadie además podrá darnos el dato exacto acerca de en cuál esquina dio vuelta ni cuándo fue la última vez que le vieron. 

Las cosas tienen su nombre desde hace tiempo aunque una piedra se llame piedra y existan muchas en el planeta, también hay muchos juanes y Marias pero aprendemos a distinguirlas por la manera en que nos ignoran o nos miramos.

Amanecemos y la ventana muestra el cuadro visto desde la infancia. Ambos somos distintos, hay más arrogancia en el gato que pasa, las hojas que andaban navegando en el aire ya no andan. El otoño traerá otras y quizás si lo preguntan podamos observarlas.

El silencio es un espectáculo que no puede ignorar a la vieja baterista que lava platos en un segundo piso. Esta vez voy al compás con mis dedos mientras recuerdo el viejo carrito de madera del yo niño que iba por el suelo haciendo carreteras. No sé porqué lo recuerdo. Tampoco sé porqué debiera saberlo. Supongo que todo está detrás del pensamiento repentino durante la demolición de la casa del tiempo.

Son la cinco de la mañana y se extinguió el sereno en todo el mundo. Sí, aquel viejo que gritaba la hora y apagaba la luz de las lámparas de queroseno. Tampoco está el recuerdo, cubierto hoy por un poste alto bajo el cual han dejado unas latas vacías de cerveza.

Abajo de este techo soy una lágrima y un vaso de agua, una cortina frente al espectador del espejo, el dragón del humo de un cigarro, un parpadeo, resina desprendida de la mesa, y soy la fogata que inicia la mañana desierta.

En mis dedos los actos vuelven a las palabras. Escribo esto antes de que amanezca, antes de que se vayan. Aunque si cierro los ojos, ¿quien podría reclamar lo innecesario de algunas palabras? Escribir es decir adiós a determinados destinos. 

Podría estar en cualquier lugar del mundo. Este es el sitio perfecto de la elegancia con el estómago vacío. Soy el turista y el residente con papeles y todo. Gafas para el sol , bicicleta, la fotografía infinita del Facebook. 

Niño y mago, blanca paloma, poso sobre mi hombro de mi cuerpo siempre agónico. Sacudo mis oídos adentro de una botella que centellea turbia ante el escritor aprendiz en mi mano izquierda. 

Por delante de los ojos, tras la baranda del lucero, la pelusa blanca de la mañana cubre los objetos y deja al descubierto, al mismo tiempo, al ladrón que robó la noche, al murciélago sin dedos y ciego, al loco insomne de la ventana verde. 

Qué fácil es una voz y qué difícil escucharla a determinada hora. Soy el único rostro que anda con ademanes de un martillo sobre el techo de este verano. He acostumbrado al jardín a la niebla y al óleo de un cuadro. Pinto entre dos ríos el origen, antes del puente que me saca de la casa. 

En la brevedad de la vereda que corta la mañana, madura el mes que escapa. Un ángel nunca visto sincroniza mis pasos, el paracaídas, la selva de concreto que hace el sonido del espectáculo urbano. 

Las luz apagó la noche y las ferias del pueblo. Nunca un cielo como este que menciono de nuevo. Ninguna rama como esta que aparto para ver el paisaje. Se extinguen los escombros y los colores de la noche. Ni la memoria queda. Ni yo soy lo que fui. Aquí nadie se suicida con una lechuga ni con un trolelote. Con un café sí, pero es un proceso lento en lo que vuelve la noche demoliendo el jueves. 

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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