El libro es la extensión del planeta, la forma en que el espíritu se materializa en el espacio. Más allá del libro hay otro como nosotros que pasó para hablarnos del pasado y hemos comprendido poco, pero inventamos el libro para no guardarnos en un viejo baúl del tiempo.
Los sucesos se hicieron palabras y el eco reconoce los objetos, la forma y la metáfora que termina por confesar todo.
Si usted toma un libro entre sus manos otras vidas serán sujetas al juicio de la historia; pero también a la comprensión absurda y cierta, o loable y desconocida del silencioso cubo que el viento deshoja como una mariposa.
El libro contiene además otros objetos como un antiguo boleto del metro, un pase de cortesía del correcaminos cuando subió a primera, la carta muy sentida de la novia llorando, un papel con un número sin propietario, un apunte al margen, ingenuo y filosófico de aquellos años. No falta la hoja con un doblés, una mariposa disecada, una rosa plana, un leve dibujo, ojalá hubiera un billete de cien pesos.
Tiene el libro la voz de la naturaleza de la que forma parte, siempre es así, le espera no obstante un largo viaje por su paisaje; metros adentro, sus lectores promueven ciudades y habitantes, calles y veredas por donde se llega y se sale del estante, ese tímido escaparate.
Los libros contienen sí o sí el sonido de la naturaleza, por algo son cultura, es capaz de escuchar y decir todavía frente a nuestra cara lo que desea y lo que vio el otro día, lo que sabe y lo que ignora, sin falsas modestias.
Durante el libro el día es relativo, es el de cada uno, inicia y concluye llueva o truene bajo un paracaídas. El tiempo siendo particular es el del mundo. La retórica se convierte en poema, la roca es pasto, la herida sangra por el adobe de la casa. Alguien canta.
La vida es como ese libro con el cual usted sonríe, el néctar de los sucesos, el retozo de un animal memorioso, fino y salvaje. A través del libro se contempla el mar, si enciende la luz se ve el cuerpo desnudo y agujereado de quien lo escribió, entonces pueden pasar los años errantes y las palabras tranquilamente cambiar de significado. El escritor seguirá ahí agazapado.
Llegamos al final de un libro y no lo hemos empezado, ¡qué sensación eterna! , el libro releído se escribe de nuevo, los mejores libros son infinitos, cada quien carga un libro en la maleta para ser leído mientras el cuerpo descansa. Desde el título el libro dice mucho de uno.
En una habitación, dos personas frente a frente son una mesa dibujada, uno habla y el otro escucha. Las voces de pronto intercambian las respuestas que retornan las preguntas necesarias. Entre lector y escritor hay un viento formidable, un perfume que atrae las miradas de la calle.
El texto se acerca a los instantes, poco a poco descubre los secretos de un lector emocionado que a hurtadillas roba la metáfora, el epílogo y el final, para su propia existencia. Convertido en libro el hombrecillo aquel lleva la ropa de las mejores garras para la noche de gala frente a una muchacha.
Cerca de ahí el libro es también un objeto físico, ocupa un lugar en el espacio de alguien. Desde luego es un lugar donde poner las manos, tamborilear los dedos, jugar quizás, escribir un recuerdo, un número telefónico antes del prólogo.
Usted tiene una cita con un libro, y todavía no sabe con cuál, ni la fecha establecida para que todo ocurra. En el estante, seguido por otros o después de aquellos que llegaron antes, luego de un tregua, el libro, mi viejo amigo le espera.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA