La crispación política que todavía vive Tamaulipas no surgió por generación espontánea. Se forjó, creció y se multiplicó a lo largo de seis años, perdura aún, y se niega a morir porque la ambición de poder ha rebasado los diques de contención de la sensatez y de la legalidad.
Tal vez en un análisis simplista, lo más fácil sea decir que con el arribo de la alternancia en el 2016, tras la derrota del PRI y al final de largas décadas de gobiernos autocráticos, se instaló una nueva concepción del poder fincada en el manual de gobierno y los principios del Partido Acción Nacional.
Pero no es así, lo que empezó a vivir Tamaulipas nada tiene que ver con la teoría y práctica de ideólogos panistas de la talla de Manuel Gomez Marin, de Efraín Gonzalez Morfín, o de Carlos Castillo Peraza.
No hay ni el menor asomo de las prédicas de Manuel Clouthier, Maquio, una figura histórica en las filas del panismo. Ocurrió simplemente que llegó al poder un personaje pragmático que tejió su carrera en el ambiente denso y cenagoso que ha dominado la escena pública en Reynosa durante dècadas, subordinada siempre a clanes familiares que con resabios de un feudalismo brutal y patrimonialista, se instaló a principios del siglo pasado en la escena pública tamaulipeca, y hasta la fecha predomina.
Es un concepto anacrónico y nefasto del poder. Pequeños emperadores que con sus dinastías creyeron y creen aún que la investidura de mandatarios les otorga el derecho para disponer de vidas y haciendas.
Es, sin mas ni menos, la interpretación de una burguesía fronteriza rural voraz y atrabiliaria, dicho sea con respeto para los reynoseses que han padecido por lustros estos liderazgos. Cuando el PAN llega a Palacio de Gobierno el nuevo gobernante, Francisco García Cabeza de Vaca incurrió en los mismos pecados capitales de sus antecesores.
Enlistaron como parte de su enorme patrimonio un poder absolutista que ahora, después que se fueron, insisten en utilizar para disponer de Tamaulipas y de los tamaulipecos.
Se tejió entonces una red de corrupción que trasminó hasta los más recónditos rincones de la administración pública con la íntima convicción de que podrían y tendrían que acaparar hasta el último peso mediante un entramado de empresas fantasmas que acapararon contratos y negocios que al cobijo de una opacidad total barrieron con cuanto encontraron a su paso.
Pero lo que surgió como una aventura que se movía a intramuros de Tamaulipas, se desbordó cuando el lopezobradorismo llegó al poder y sus políticas coercitivas y fiscales torpedearon una gran estructura de negocios hipermillonarios fincados a la sombra del erario de los mexicanos.
Los estragos que provocó la nueva política del activista nativo de Macuspana entronizado en el poder, desmesurada en ocasiones por sus rencores acumulados por años, generaron en el escenario público nacional una reacción virulenta que involucró a la pandilla de tamaulipecos, pero como todo en la vida tiene fecha de caducidad, ante el inminente proceso de retirada, se urdió un plan perverso con un doble propósito.
Por una parte propusieron y lograron asegurar el control del aparato legal que tendría que haber procedido para castigar los excesos que se cometieron a lo largo de seis años y todavía peor, para seguir metiendo mano en el presupuesto.
Pero también alinearon y convirtieron a las fiscalías general del estado y anticorrupción, en instituciones facciosas, utilizadas para extender patentes de impunidad y para perseguir a enemigos políticos. Lo peor fue la degradación penosa del Poder Judicial del Estado que se convirtió en un reducto de la mediocridad y la subordinación.
Sus magistrados, desprovistos del respeto por su investidura, terminaron convertidos en marionetas de un titiritero que se sirve de ellas como palanca de un proyecto político que aún piensa que Tamaulipas y sus riquezas es territorio que le pertenecen.
En esta circunstancia el Estado no ha podido transitar hacia una sociedad democrática, la legalidad es una ilusión que se esfuma cuando la gobernabilidad se encuentra en crisis por la manipulación y por un discurso maniqueo donde los que se fueron creen, piensan que son mesías ataviados con cuera tamaulipeca y gorra texana.
En contraparte, el nuevo gobierno trabaja cuesta arriba para recuperar la fortaleza y el apego a la legalidad de las instituciones. No es una tarea fácil y menos lo será si persisten la ausencia de malicia en coexistencia con los excesos de maldad, lealtades de cristal y reputaciones dudosas en espacios de poder que son estratégicos, Tal vez los próximos meses haya cambios importantes, esperemos que sea para bien.
Es un camino escabroso y cuesta arriba pero, como diría la canción setentera, el tiempo corre y es preciso buscar la forma de evitar el colapso y tomar decisiones de gran calado hacia dentro y hacia afuera del aparato del poder. No es tan fácil pero es necesario y urgente.
EL CASO EUGENIO
Tal vez sea un mal cálculo decir que el retiro de medidas cautelares y la liberación política pueda generar la reactivación política del ex gobernador Eugenio Hernández Flores.
Más allá de las virtudes y de las flaquezas que se le atribuyen al gobernador y de lo que íntimamente pueda pensar sobre sus proyectos políticos, lo cierto es que durante los meses que siguen tendrá que aplicarse a la tarea de resolver el tema legal que aún permanece abierto en los tribunales del sur de Estados Unidos.
Lo que sí es cierto es que la liberación de Eugenio provocó alborozo y entusiasmo entre sus seguidores y amigos, pero también preocupación e incertidumbre entre sus adversarios políticos y los ex amigos que en el momento más crítico le dieron la espalda.
Hay mucho que ver. Total, cuando se piensa que los tamaulipecos han perdido su capacidad de asombro, resulta que no, y la vida los sorprende con cosas inesperadas.