Es un hecho conocido universalmente que Vladimir Putin se deshace de sus enemigos en forma expedita y fulminante. Así ha ocurrido con el envenenamiento, disparos y suicidio simulado de varios disidentes y exiliados rusos en Rusia y el extranjero. Son casos muy sonados y que han quedado en la más absoluta incógnita. Las más de cien muertes de disidentes rusos, vinculables al Kremlin y que abiertamente han desafiado a Putin y a su gobierno confirman que el ruso, es un estado mafioso. Stefan Wolff, profesor de la Universidad de Birmingham afirma que “el mensaje de Putin durante las últimas dos décadas ha sido claro: la oposición no será tolerada y tendrá consecuencias fatales”. Wolff considera que la estrategia del mandatario ruso ha sido “muy eficaz”, porque le ha permitido “silenciar a la disidencia” y le ha permitido “sobrevivir a cualquier desafío interno”. El total de personas incómodas para Putin, no deja lugar a sospecha y exige que los estados democráticos y las organizaciones internacionales, pidan un rendimiento de cuentas a Moscú sobre la sospecha que se cierne sobre el Kremlin en estas muertes. Todas las personas muertas en circunstancias sospechosas fueron incómodas para el gobierno: 16 envenenamientos, 10 caídas extrañas (desde edificios, trenes, incluso helicópteros), 22 disparos, 14 golpeados o apuñalados. Y estos “suicidios”, “infartos” y accidentes de tránsito, no han ocurrido sólo en territorio ruso: 44 fallecieron en el extranjero, principalmente en el Reino Unido.
Por ejemplo, muy recientemente, el 23 de agosto del año en curso, Yevgeni Prigozhin, líder del grupo paramilitar de mercenarios a sueldo, Wagner, y su lugarteniente de extrema derecha, Dmitry Utkin, murieron cuando el avión en el que viajaban con el estado mayor de esta fuerza paramilitar, se precipitó sobre la región rusa de Tver, al norte de Moscú (la inteligencia de EU atribuye el “accidente” a la explosión de una bomba colocada en la cola de la aeronave). Este hecho se da luego de que hace dos meses, Prigozhin confrontó a Putin con un levantamiento militar (la marcha sobre Moscú) en protesta por la estrategia de guerra contra Ucrania. Esta marcha fue precedida por las críticas reiteradas del líder de Wagner por el maltrato a sus tropas, a las que Moscú tenía mal pertrechadas, coordinadas por una cúpula militar rusa inhábil para el cargo, que, además las usaba como carne de cañón y
las despreciaba a la primera de cambio. Estas críticas estaban dirigidas especialmente en contra de dos actores clave en la cúpula militar rusa: el jefe de las fuerzas armadas, Valeri Guerásimov y el ministro de Defensa Sergéi Shoigú (quien supuestamente está detrás del “accidente”), quienes constituyen dos vértices de un triángulo en cuya cúspide se encuentra Putin. Estas críticas enojaron a Putin, quien no olvida las humillaciones de leales que se le rebelan como fue el caso de Prigozhin. Todo lo cual, responde al código de los espías profesionales: “ni olvido ni perdón”. Un caso muy sonado de presunto asesinato fue el de Alexander Litvinenko, un antiguo miembro de la KGB, que fue envenenado con polonio 210, un material altamente radioactivo. Antes de recibir asilo en Gran Bretaña, este espía ruso, se había encargado de impedir el contrabando de armas con los rebeldes chechenos y su idilio con la KGB (llamada ya FSB) inició cuando, en 1998 impidió el asesinato del oligarca Boris Berezovsky, ulteriormente suicidado por el Kremlin durante su exilio británico. Y así se empezó a entretejer la larga lista de acciones en contra de la disidencia rusa. La lista es larga: Stephen Moss (aparente infarto), Vladimir Shcherbakov (aparente suicidio), el activista anticorrupción, Alexei Navalny (envenenado con Novichok, murió de un infarto). Uno de los casos más sonados es el del asesinato a tiros de la periodista Anna Politkosvskaya, el 7 de octubre de 2006, periodista reconocida a nivel internacional. Ella denunció desde el diario ruso Novaya Gazeta las violaciones a los derechos humanos cometidas por las tropas del Kremlin en Chechenia.
En fin, son múltiples los casos de asesinatos perpetrados por Putin desde que está en el poder hace 20 años. Periodistas, intelectuales, políticos, empresarios, exespías y todo tipo de opositor que critique a Putin está en la mira de los aparatos de seguridad para acabar con la amenaza que representan. Se conoce de tiempo atrás que Putin logró una alianza trifásica con empresarios hechos por él, agentes de la desaparecida KGB y la mafia rusa para acompañar su gobierno. Esta triada domina el total de sus decisiones, pero ha sido el FSB, el que ha dominado en la política rusa. Se trata de un estado policiaco en todo su esplendor, como en los buenos tiempos en que la KGB realizaba las limpias para que el régimen soviético se afianzara y eliminara la disidencia. El ruso es un régimen de terror.
POR JOSÉ LUIS VALDÉS UGALDE