La noche estaba muy oscura, no había luna Miguel iba en una camioneta a Monterrey, iba a buscar un trabajo. Llevaban alrededor de una hora de viaje cuando una camioneta que cubría la caja se les emparejó y un tipo con una pistola en la mano le hacía indicaciones al chofer que se orillara.
El chofer no tuvo otro remedio que orillarse y pararse, cuatro tipos armados se bajaron haciéndole un reclamo al chofer. – Ora cabrón, ¿Por qué no pasas a saludar como todos los demás?, ¿Eres muy especial o qué? – No señor, disculpe, ¿A quién hay que pasar a saludar?
El tipo se acercó y sin mediar palabra le descargo 3 dándole muerte inmediatamente. Los pasajeros salieron del vehículo y empezaron a correr, pero el sonido de balazos al aire disparados por los delincuentes los detuvo. – No tan rápido a ustedes les va a tocar un paseo con nosotros.
A ver súbanse a la camioneta. Una vez que estuvieron todos arriba, dos de los maleantes se sentaron al final de la caja para ver que no huyeran. Todos estaban muy asustados. Miguel sentía que se le iba a salir el corazón, que le faltaba el aire.
Aun así, balbuceó, – ¿A dónde nos llevan? – Los vamos a llevar a un paseo, pero son sé si les va a gustar. Todos emitieron sonidos que reflejaban angustia, Miguel cerro los ojos y quería llorar, pero se aguantó, no quería que lo vieran llorar.
El camino por donde se dirigían era un camino rural, pedregoso, la camioneta iba dando tumbos, los tipos que iban en la caja con los pasajeros hacían comentarios sarcásticos que los apesadumbraba aún más. – Qué apoco no les gusta ir en clase VIP. Ja Ja Ja Ja – No se apuren, ya mero llegamos. De pronto la camioneta dio un salto al tropezar con una piedra muy grande, volcándose.
Los delincuentes y uno de los pasajeros salieron despedidos de la caja, el resto en cuanto pudieron salieron de ella y se dieron a la fuga en diferentes direcciones.
Uno de los delincuentes se estaba levantando con la pistola en la mano, pero Miguel le dio una patada en los testículos y otra en la mano donde tenía la pistola haciendo que la perdiera y también salió huyendo.
Miguel buscó la parte más oscura, su corazón parecía que le iba a estallar, pero no le importaba el corría tan rápido como podía, pero oía los pasos y maledicencias de sus perseguidores.
Se escondió entre unos matorrales, ahí se quedó en cuclillas tapado por las matas, estaba agitado, aunque no quería ni respirar para no delatar su posición.
Oyó pasos y balazos a lo lejos y gritos que les urgían a los que perseguían a Miguel, ir a ayudar a capturar a alguien que habían localizado.
Los delincuentes se fueron y Miguel espero un rato a que se alejaran y caminó rápidamente en dirección contraria llegando a la carretera, tenía miedo, vio acercarse a un camión de pasajeros y no sabía si huir, el camión se paró donde se encontraba Miguel, el chofer abrió la puerta y le dijo: -Súbete, andar por aquí de noche es muy peligroso. – No traigo dinero. Contestó Miguel.
– Súbete rápido y pásate hasta el fondo. Le urgió el chofer. Miguel subió y se sentó del lado de la ventanilla de una de las últimas filas de asientos, tratando de que los asientos de adelante lo ocultaran. El chofer reanudo la marcha del autobús.
Alguien le acercó una cobija, – Tápate, y trata de dormir. Si puedes. Le dijo. – Gracias. Contestó Miguel. Nadie más dijo algo. El camión continuó su curso, cuando el chofer disminuyó la velocidad, se orilló y se paró. Miguel se agacho y se tapó con la cobija.
Al autobús subieron dos tipos, uno de ellos le dijo al chofer. -Traes lo del derecho de paso? – Si, contestó el chofer, dándole el sobre al otro tipo. El corazón de Miguel se aceleró, la sangre se le agolpaba en la cabeza, había reconocido la voz, era uno de los delincuentes que lo andaban buscando. – ¿Has visto a alguien en la carretera? Le preguntó el delincuente al chofer. – Si, atrás como a dos km. o dos y medio, iba un chavo de unos 20 años a la orilla de la carretera, creí que me iba a ser la parada, pero en cuanto vio el autobús, se metió entre los matorrales.
– ¡A ese lo andamos buscando! ¿A dos kilómetros? – Si, contestó el chofer. – Esta completo, le dijo el otro hombre al que platicaba con el chofer. – Bueno, vámonos. Pásale. Le dijo al chofer, bajando del camión.
El camión retomó su camino lentamente, mientras que el corazón de Miguel latía desaforadamente. Algún tiempo después el camión redujo y detuvo su marcha, habían llegado a San Pedro.
– ¡San Pedro de las Colonias!, diez minutos. Anunció el chofer. Miguel se bajó del camión con cautela, y empezó a caminar hacia su casa cada vez más rápido, hasta correr.
Nuevamente su corazón latía desaforadamente, de sus ojos salían lágrimas, esta vez de alegría, de gusto, de felicidad, de la felicidad que da saber que había recuperado su libertad, su vida, a pesar de haber estado en las puertas del infierno. De los otros, nunca volvió a saber nada.