CD. VICTORIA, TAM.- Hace un tiempo el Caminante deseaba comprar “un carrito para las vueltas”, como se dice en Ciudad Victoria.
Florián, su mecánico de cabecera le platicó que en la colonia de al lado, un señor estaba rematando su carro, debido a que ya no tenía dinero para repararlo.
Resultó que el coche en cuestión era un Stratus 2001, al cual solamente había que “poner a tiempo”, según palabras del dueño. El Caminante y Florián fueron a echarle un ojo al mencionado automóvil. – ¿Tú crees que se puede echar a andar? – preguntó el Caminante. – Si solo es “ponerlo a tiempo” en menos de una semana ya queda listo – le aseguró Florián.
El dueño del carro yonkeado pedía 12 mil pesos por él, y Florián estimaba que la compostura saldría en otros cuatro mil del águila.
El Caminante se aventó a pedir un crédito de nómina por 18 mil pesos a pagar a tres años …”sobradito” por si surgiera alguna reparación menor. Ya con el dinero en la mano fueron con el vecino aquel y le compraron el “bonito Stratus 2001 color gris plata automático y con interiores impecables”.
Diez días después Florián le mandó un mensaje al Caminante diciéndole que el coche ya estaba funcionando.
Resultó que el mecánico le había pasado la chamba a un compa suyo especialista en “poner a tiempo” cualquier vehículo. Muy contento el Caminante fue por su “lanchón” el cual sonaba muy bien del motor.
Todo parecía ir “de perlas”. Incluso dos días después y a consejo de un amigo suyo que es tránsito, lo llevó a enlistar a una de esas agrupaciones (la de letras verdes) que dan placas de cartón para los carros “chocolates”.
Sin embargo, un lunes por la mañana el carro empezó a hacer un ruido muy peculiar. No se apagaba, ni batallaba para encenderlo, pero el ruido aquel “daba a qué pensar”.
El Caminante fue a buscar a Florián y le explicó la situación. – Se me hace que hay que revisar cómo quedó el coche compadre, porque ese ruidito no me gusta nada, y no me da confianza para sacarlo a carretera – explicó el vago reportero a su mecánico.
– Esta bien, déjamelo y mañana mismo voy con este camarada para que lo revise. Los días pasaron y el Caminante no tenía noticias acerca del auto. Fue a buscar a Florián, quién tristemente solo podía argumentar que el camarada aquel “tenía mucha chamba”, y que en unos días “le metería mano al Stratus”.
Pasó el tiempo y nada. Una mañana llegó Florián a casa del Caminante muy preocupado. – ¿Qué crees compi? este vato cerró el taller y se fue pa’l otro lado. – ¿Y el carro? – preguntó preocupado el Caminante. – Ahí lo dejó con todo y llaves para que pasemos por él – respondió el mecánico.
– ¿Y ahora qué rollo? ¿Cómo le vas a hacer para entregármelo funcionando? – Tú no te preocupes, yo te dije que lo iba a echar a andar y te lo voy a cumplir.
– Conste, porque yo estoy pagando el crédito y nomás no veo claro. Cada mañana de camino al centro, el Caminante pasaba por el taller de Florián, “extendiendo el pescuezo” para ver si veía algún avance. Y asi siguió día a día.
Pero los días se hicieron semanas y las semanas se hicieron meses. Una llamada hizo que el vago reportero tuvieron nuevas esperanzas. – Ya casi queda el carro compi, ya lo armamos y mañana lo vamos a probar – le comentó Florián en aquella ocasión.
El Caminante acudió al mediodía a casa del mecánico. Al llegar noto que él y su ayudante tenía caras tristes. – Nombre, no quedó a tiempo y se doblaron algunas válvulas – dijo Florián apesadumbrado. – ¿Y qué hay que hacer? –
Pues habría que comprar el kit completo y volverlo a armar, pero ahora me ayudaría un primo que sí le sabe de todo a todo a este rollo, pero ahorita la verdad no tengo dinero para comprar las piezas para arreglártelo. – confesó Florián.
Meses después el Caminante le hizo una propuesta a Florián. – Mira lo que podríamos hacer, es que yo compro el kit y esa lana me la pagas después con reparaciones menores ¿cómo ves? El mecánico se sintió aliviado por la propuesta y llevó manos a la obra.
Ya con el kit nuevo en las manos era cuestión de días para que el carro finalmente quedara reparado. Sin embargo el asunto no progresaba. Lo que el Caminante temía terminó por suceder: nuevamente la reparación falló.
Ya habían pasado 15 meses de la compra y se extendería otros 10 más. Florian solo daba pretextos. Un día el mecánico ya no contestó el teléfono: se fue a vivir a otra ciudad para evadir su responsabilidad.
Al final, el Caminante tuvo que pagar el crédito y se quedó sin carro ni mecánico ni nada. La moraleja fue: “nunca compres un carro para reparar”. Demasiada pata de perro por esta semana.
POR JORGE ZAMORA