Hay personas que por su oficio desarrollan determinado músculo. Otros desgastaron sus pilas para ver de lejos o aprenden a caminar de nuevo ya viejos. A unos se les chingó la rodilla, a otros no.
Hay de todo en la vida y uno, simple mortal, no acaba de conformarse ni de formarse en Ia fila de los niños, en el adolescente que se resiste, en el viejo que se retira a tiempo, o el moderno chavorruco que vuelve por sus fueros.
El cuerpo se revela a la mente y la mente hace lo mismo para corresponder a la efímera existencia. Los gimnasios se pusieron de moda y adentro compiten veteranos con los de la vieja escuela, entre risillas de la chaviza que los mira con desconfianza.
Por la forma de caminar, por el modo de hablar, por el cuerpo que cargamos, si no tuviéramos nombre podríamos reconocernos por el apodo, de hecho lo hacemos.
El oficio acomoda el esqueleto para soportar estoico un bulto de cemento alrededor de los años. La estructura física cambia. Dejamos de ser y parecer lo que antes fuimos, unos galanes sin defectos. Somos terrestres, alarifes, escribanos, maistros de cuchara, de pico y pala.
La gente, el pueblo de barrio, acomoda apodos perfectos en los rostros impavidos y, sobre el cuerpo que arrastra una camisa colgada y obligatoria, escoge el sobre nombre que ha de llevar un sujeto antes que el nombre de pila. Es así como surge el apodo, según el oficio, cuya procedencia suele ser también el parecido físico con la caricatura, con el animal doméstico.
Por eso somos perros y casi ladramos, ratones y no por robar o por la cola larga sino por los ojilllos saltones que se asoma a la habitación, burros con mucho cariño que nunca se cansan, escaleras por estatura para quitar e instalar un foco, muertos, flacos, gordos, locos, tuzas. Sin faltar el chango, el piojo, la calaca, el pollo, en fin.
Los gatos por su parte son extraordinarios porteros. Los güeros no son gringos pero casi por los pelos de olote, cerrillos que si se encienden o se enojan los agarran de carrilla.
De manera extraordinaria y peligrosa existen apodos cuyos destinatarios ignoran. Un día se enteran por un comedido que se los dice y le agrega historia sin rebelar el nombre del victimario. Va y se desquita a madrazos. Pero es chicle y no gripe. Tienes que aprender a convivir con el apodo y a tomarle cariño.
A veces es más fácil recordar un sobre nombre que un nombre de pila. El marketing lo usa para promocionar productos. Los perros son firulais o lomitos y ellos nunca sabrán. Las señoras, cuando los chavos se enojan con ellas, todas son doña pelos y agarran parejo, sin distingo de clases sociales, que dentro de lo gacho es lo bueno.
Los intelectuales y escritores usan lentes y si no se vuelven sospechosos. De niños son cuatro ojos. Un profesor es un comediante o un erudito que dicta su conferencia y concluye cuando escucha el timbre, pero afuera sin dar clase lleva pegado el mote, para todo es el profe.
Con eso salimos a la calle. Pareciera que nacimos para hacer bullying y que nos hagan. Si te enojas pierdes, si ignoras cuando te llaman, si no volteas a ese llamado de la selva puede que te salves.
Apodos que sirven para ridiculizar o para engrandecer la gloria, apodos como anillo al dedo para el campeón, para quien es mas feliz con el apodo que con el nombre que le pusieron sus padres. Apodos que el INE ya autorizó para que aparezcan en las boletas electorales y yo insisto : aunque de todas formas Juan te llames.
Cuando andas quedando bien con la morra, pasa el amigo inesperado y grita tu nombre de fama, el apodo cruel y lapidario, el que te lanzó al estrellato del barrio y hay un público que por respeto callan o tiran la carcajada que es como una pedrada.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA