Ya estoy muy viejo para esto, creo que volveré al féretro. Me duelen todos los huesos y esto apenas empieza, ando como si me hubiese asustado con verme al espejo, pero cuando uno está dispuesto a morir ya nada le asusta
En la caja, un poco incómodo y todo, nadie me ve, salgo de vez en cuando por la noche. Por cumplir es que salgo del llamado inframundo. Los perros aullan a mi cuerpo sin sombra, a las nubes oscuras y a la luna llena entre las ramas de los framboyanes secos.
En México el muerto no estaba muerto, andaba de parranda; la muerte tiene permiso. Quien muere sigue una luz, y también lleva un perro prehispánico que lo conduce al inframundo. Es curioso, nuestros antepasados no usaban panteones, pues enterraban a sus difuntos en donde vivían.
Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre. Asi empieza Pedro Páramo de Juan Rulfo, en el viento vacío y las paredes que se esfuman si las miramos. Vine a Comala y aquí estamos todos, en el camino polvoriento dando vueltas a una historia repetida, taladrada en Ia otra vida.
Es día que aparezco en las fotos de los diarios, en dibujos chiquitos de los escolapios, a mi el descarnado, la pálida, la parca, la calaca, habrá quien me moche la cabeza y exponga la calavera. No importa, nada duele, aunque de veras prefiero leer un libro de Poe.
En el mercado colocaron exhibidores con mi esqueleto plasmado de todos tamaños, hay disfraces de otros monstruos, máscaras de blue demon, incluso del santo con unas tías bien paradas que tengo en Guanajuato y hay pisto en los altares para que me ponga hasta el tronco. No bebo gracias.
Las mujeres se ataviaron con el outfit de la catrina y pronto inundarán el Instagram. Yo quiero a una, pero es un deseo perverso, tendré que esperar paciente hasta el último verso.
El panteón luce el colorido de las flores de cempasúchil, es un gran manto amarillo y transparente para quienes vivimos a metros bajo tierra. Apenas pude salir un rato de ahí, hoy que estoy de permiso. Ya me estaba entrando la depre en el camposanto.
No tardan en salir los pequeños a pedir halloween, vestidos de monstruos, mujeres de negro, lloronas de veras, tomados de la mano batman sin Robin, sin lonche, por entre las casas pidiendo dulces.
Desde mi camuflaje de maniquí de tienda observo la marquesina que relampaguea hasta que ya sea otro día y amanezca . No puedo volver a mi refugio del cero Morelos, me intriga el pan de muerto, el tequila, las cañas, las naranjas y el mole que me deja la gente.
Tenganme miedo esta noche. El aire está muy frío, trágame tierra, tiemblen señoras y señores, corran a esconderse niños. Estoy en todas partes, en cada rincón de los aparadores, este es mi tiempo, mi guadaña, mis ojos escurriendo de sangre y estos son los monstruos de Disney que me acompañan.
A veces voy y me siento entre la banda a escuchar la trova cantarle a la llorona, contar sus cuentos de espantos, ¡qué nostalgia! y pensar que por entre la nopalera viene la muerte cantando.
Hay fiesta en el pueblo y sembraron de papel picado de lado a lado las calles, los niños me leen poemas, en algun sitio alguien se pasa de copas. Gracias, no bebo señor, ya he bebido demaciado, tengo que regresar al otro barrio a continuar mi eterno letargo.
¿Volver a la vida? , no sé, no quiero ser parte de ese bloque en que morir sea mi única opción, qué caso tendría. Bailar sí, pero lo siento, se supone que estoy en ni eterno descanso.
HASTA PRONTO
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POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA