Fuiste tan cautivador en la cena de anoche con mi esposa, que me preocupa que ahora le gustas más que yo, le dijo Joe Biden a López Obrador, palabras más palabras menos, este viernes en conferencia de prensa.
Está claro que, por razones diplomáticas, el mandatario estadounidense intentaba hacer un elogio público al mexicano, pero también que aprovechó un comentario que seguramente le había compartido su consorte la noche anterior.
Imposible saber el contenido de la conversación que tenía tan entretenida a doña Jill Biden. ¿Una anécdota histórica sobre la visita de Kennedy a México, la descripción del sonido de las guacamayas en la selva del sureste o tal vez la explicación sobre los tejidos oaxaqueños originales de los chales que tanto gustan a la señora?
Vaya usted a saber. Pero muy probablemente temas inusuales o distintos a los intercambia- dos en las innumerables cenas de conversaciones intrascendentes y plagadas de lugares comunes, a las que ella está acostumbrada.
Me imagino que, para interlocutores como Trump, Biden o el mismo Xi Jinping, que por lo general suelen ver por encima del hombro al mandatario de una potencia menor, López Obrador debe parecer un personaje.
Es probable que no coincidan con muchos planteamientos de su gobierno o rasgos de su persona, pero seguramente lo encuentran interesante o históricamente relevante.
De entrada, se trata de alguien que dice estar haciendo una cuarta transformación de la trascendencia que tuvo la Independencia o la Revolución.
En todo caso, no es usual encontrarse con un líder político capaz de crear un movimiento que en la práctica lleva su nombre.
Vamos, no es una figura intercambiable con la larga lista de funcionarios, tecnócratas y políticos a los que suelen tratar.
Contrastando a este tabasqueño cuyo pecho no es bodega y del que podría esperarse cualquier cosa en una conversación informal, me imaginé por un momento a Enrique Peña y Biden; probablemente intercambiando el score de sus respectivas sesiones de golf del último fin de semana.
Es decir, algo similar a lo que habrían conversado con otro mandatario días antes.
Se me dirá que todo esto no pasa de ser una mera anécdota incidental, pero a mí me parece que este rasgo de la personalidad de López Obrador es también un factor que contribuye a su éxito político.
Puede percibirse, por ejemplo, en el testimonio de tantos gobernadores de oposición con los cuales desarrolló una relación fructífera e incluso personal, pese a las obvias diferencias políticas.
Para empezar, ningún presidente había visitado en tantas ocasiones a los mandatarios locales, a razón de uno o dos en cada fin de semana.
Luego, porque pese a su beligerancia verbal (que fue más un recurso narrativo que práctico), estableció relaciones eficaces de mutuo provecho de cara a los intereses de cada región; algo que los propios gobernadores agradecieron sorprendidos.
Algunos reconocen, aunque lo digan fuera de micrófonos, la cordialidad e incluso camaradería que establecieron con el presidente.
Conversaciones informales y personales que sostuvieron a lo largo de esas giras.
Se dice, con razón, que el presidente es un animal político y que esta vocación inunda todos o la mayor parte de los aspectos de su vida.
Esta simbiosis también opera al revés. La política es su vida, pero su vida también está volcada en la política. López Obrador tiene amigos personales, no muchos, pero los tiene, aunque no es algo que cultive per se; más bien están vinculados a su quehacer. Su conversación, estados de ánimo, fobias y filias, reflexiones y esperanzas, todo eso que algunos de nosotros reservamos a un interlocutor de confianza, él va compartiéndolo en todas aquellas situacio- nes en las que se siente cómodo y relajado, así sea en medio de una gira.
De allí los diálogos deferentes, y en ocasiones entrañables, que un sorprendido gobernador de oposición comienza a sostener después de un par de visitas de López Obrador.
El mismo testimonio puede recogerse de parte de algunos de los grandes empresarios que lo han tratado de manera personal, más allá del interés evidente de mantener una buena relación con el titular del poder ejecutivo.
La improbable relación que sostuvo con Donald Trump es en parte reflejo de todo lo anterior. Desde luego, hay una estrategia política en López Obrador que claramente rehuyó la confrontación.
Pero, otra vez, política y temperamento se mezclan por igual para construir una relación de “amistad” personal. Quizá con Biden no derive en un vínculo tan directo, y en mucho tiene que ver la naturaleza institucional del demócrata, a diferencia de Trump.
Sin embargo, tiene bastante mérito haber conseguido limar toda aspereza personal con el actual ocupante de la Casa Blanca, considerando las criticadas intervenciones de López Obrador durante la campaña del republicano o la demora en el reconocimiento del triunfo el día del asalto al Congreso por parte de los trumpistas.
En alguna ocasión señalé lo inasible que resulta la figura política de López Obrador. No es fácil definir ideológicamente su movimiento, pero tampoco a su personalidad.
En su interior habitan un jefe de Estado, un líder de facción política, un predicador moral, un agitador. A ratos conviven en paz todos ellos, y a ratos uno socava lo que el otro hace.
Hoy nos damos cuenta de que a este largo inventario habría que añadir un rasgo adicional: el de seductor.