Escribo estas palabras que un día abrirán las puertas del balcón, te susurrarán al oído y en orden serán guardadas en mi libreta de apuntes que encontrarás después detrás del gran librero del tiempo.
Ahí estarán los días en medio de la nada con sus noches como si hubiesen sido uno, como yo mismo con mi camisa de cuadros. Si buscas al fondo del baúl, en el espacio más amplio estará sin duda aquella palabra inolvidable para ambos.
Sabrás que ese archivo escrito es mi Oficialía de partes y he dejado ahí lo dicho y lo callado, el grito como un estruendo a media calle y el silencio profundo de un océano. Cabe ahí toda la alegría y en la misma proporción toda la tristeza.
En el eco de las palabras dejaré en tinta fuerte lo escuchado detrás de la barda, en un bloque, sobre un montón de arena dibujaré los rostros conocidos, el tuyo y el mio, con sus rasgos espontáneos y pocas veces vistos.
Te escribo esto después de la gente y de las calles, de la ciudad iluminada de tus ojos. Letra por letra con bolígrafo en la libreta transitas encima, transcribes, dinamitas las metáforas, a un costado de mi costilla siento que naces. Situados uno al lado del otro, al leerme, nos leeremos mutuamente en el cuerpo infinito de aquello que nos quede.
Y ya que el mundo no es lo que se escribe, escarbaré en el terreno baldío, oradaré la roca ígnea en un lenguaje antiguo de formas cuneiformes y firmaré al calce mi santo y seña falsos para que nadie me encuentre en el futuro.
Por ello has de leer ahora, escucha lo que digo, pon atención a mis gestos, asómate adentro de mi cuerpo y huele el aroma de las hojas vintage antes de que se borren con el agua de las canciones a todo volumen del vecindario.
Estos son mis años, alguien vino y se fue y hubo quien cargó mis baúles y leyó mis diarios. Pero hoy todo aquello es lejano, apenas sí recuerdo un frío invierno, la vez que las fuentes se volvieron de hielo, en los zapatos viejos.
El resto salta del mi imaginación y miento para completar la historia, para ser coherente de alguna manera y se pueda leer la novela. Leeme ahora por que sé qué animal rompe las noches con sus aullidos y quién cristalizó la luna en las ventanas cuando no estabas.
Estas palabras, cáscaras barrocas de Carpentier, cartas en la sábana del vapor y el humo de un cigarrillo, hablan del unicornio azul del cual me hablaste. Nada esconden de aquello que ahora contemplas, puedes ver los símbolos claros en el trazo del vuelo de las aves.
Leeme en la ambigüedad de la hora incierta, en la sombra fiel de las catedrales, leeme imaginándome, imaginándome niño con la rotura de una sonrisa que estalla en alegres pedazos.
Nada fue real y sin embargo lo es hoy; podremos tomar un café oscureciendo ante miles de luces mercuriales, casi puedo verte atrás de las vidrieras, arribar con prisa, aplastando el pavimento de tus pasos.
Apenas visible, lejos de la monotonía de mis manos, encontrarás cómo quise decir tu nombre y el paisaje de alondras dormidas que vi en tus labios. Por si un tardío beso, por si un cálido aliento, leeme ahora en esta linda forma de existir, escribiéndote.
Encima de mi cabeza ya no está el cielo raso pues todo cambia y mi cabello ya no es negro por completo, es fácil adivinarlo, como también me es fácil adivinarte en las tardes.
Ahora más flaco que nunca- debes saberlo si es que estás ahí leyéndome- soy más transparente. Tómalo con calma. Lo hago para ceder el espacio, para contemplar juntos el diálogo que se vuelve niebla en el rollo de papiro contemplado.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA