Por el agujero negro del tiempo se fue aquella ciudad que fuimos y dejó la nostalgia, por donde también se empiezan a ir los recuerdos para que nazcan otros . Ocurre en todas las ciudades del mundo y en la naturaleza.
Es en honor a la modernización que cambiamos un mueble por otro y la cobija rayada por la de Kareli. Es la moda más que gracia, la vanidad en la búsqueda Interminable del confort y belleza, pero también del bienestar. Es ego cumplido a través de otros, un supuesto andar agusto, un constante movimiento al futurismo con todos los ismos.
Un tiempo la gripa se quitaba con un tecito, untándose VaporUv la librabas, a lo tres días la domabas, las farmacias vendían sólo eso, medicamentos, cuando hoy existen en cualquier descuido, son referente para decir atrás de la similar o de la Guadalajara vivía una chava.
Había gente caminando por las calles y nos conocíamos más o menos los de la Treviño contra los de la Mainero. Sabíamos de cada uno por dónde mascaba la iguana, mascabamos la misma iguana y llevábamos la morra a Tamatán o al estadio. Nomas había de dos sopas si no iban al cine a comer palomitas y gritarle al cácaro.
Había calles repletas de giros mixtos por donde pasaban las carretas con naranjas y leña. Una turba de bicicletas búfalo invadía el mercado y las calles por donde fueras. En las cantinas de rompe y rasga había policías municipales, los llamados cuicos esperando que uno saliera. Y salias.
Sabíamos que en la ciudad de México existía chapultepec, que el ángel era mujer, y nos llenaba la Diana cazadora la imagen de una mujer desnuda.
Un tiempo a los victorenses nos dio por vender pollo, otro día empezaron los tacos de trompo ¿Quién los trajo? Se quemó el mercado Argüelles, en otro instante inventaron las flautas de harina. Muchos amigos y soldados de la vida fueron bajas lamentables.
Desde una nube la ciudad era un parchecito y hoy tiene tentáculos que absorbe terrenos ejidales y los vuelve fracción, bulevares, negocios y zonas escolares.
Éramos más domésticos y los secretos más profanos eran dados a conocer en lo inmediato entre los grandes vecindarios, en lo que los niños veíamos el chavo del 8. Datos que podías confirmar con los usuarios del mismo mundo.
Existía Don Vidal Covian Martínez con sus columnas, alfabetizando a los pobladores desde un diario local. Era un personaje y letra por letra cronista de la ciudad, de niños nos asomamos a su biblioteca histórica y al bonche de documentos en orden. Era una aventura la ciudad transitada desde esa memoria de dos semáforos y dos mercados.
En ese siglo estuvo la escuela que cambio de nombre, la ciudad con tres secundarias, los serios y formales directores que formaron a los actuales igual que ellos.
Fue nuestro siglo XX con sus fabulosos años 20s. Con sus jueces de paz, con
el teatro Juárez donde hoy está el palacio de gobierno, la calle 8 en pavimento que después se volvió carretera nacional, el Hotel González donde hoy es Hotel Sierra Gorda, el baño público en el río San Marcos en la piedra de la peñita, la naciente casa del niño industrial, la Escuela de Agricultura que después fue internado de la normal Rural y mucho después Escuela técnica agropecuaria hoy instalaciones del INAH, entre otros.
Hoy sobre esta ciudad navega otra ciudad atrapada en una red donde aparece nuestros rostros y nombres, hay quienes van por la calle viendo esa realidad virtual sin saludar de mano, chocando con los postes, pisando vidrios del ciberespacio.
No es que la ciudad haya sido buena antes, mejor que ahora. A muchos nos tocó la disfrutarlas a ambas. Donde ahorita estoy, por ejemplo, estuvo el café Teka y el bar Tampico, el Hotel Las Palmas y en la esquina la farmacia El Fénix. El viaje ha sido corto.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA