Sabemos que nos mienten. Saben que sabemos que nos mienten y… siguen mintiendo.
¿Hasta dónde puede llegar? Difícil saberlo. En el mundo aparece y la podemos expulsar. Ya lleva décadas. Recordemos a Le Pen papá y sus majaderías. O a Trump desde hace cuatro años. O Bukele o Milei, el más reciente. En la degradación el ser humano pareciera no tener límites, siempre hay un peldaño inferior.
¿Alguien hubiera imaginado la pederastia generalizada de la Iglesia católica en pleno siglo XXI o que la trata de personas se convirtiera en el principal negocio de las mafias? ¿Cabía acaso en el escenario que una de las democracias más antiguas y consolidadas del planeta, los Estados Unidos, pudiera reelegir a quien, abiertamente, sostiene argumentos racistas, no cree en la ciencia, ha sido acusado de acoso sexual en múltiples ocasiones, de fraude, de evasor fiscal y, como postre, instigó un golpe al Capitolio? ¿Es Milei una sorpresa? Francamente, no. “Que vos pensés que los políticos te cuiden es como poner a tus hijos en manos de un pedófilo”, ha dicho el futuro presidente de Argentina. Ésa es la imagen de la política que lo llevó al poder. Y qué decir del triunfo del ultraderechista Geert Wilders en Holanda, racista y antiislamista. El país de Erasmo de Róterdam y Baruch Spinoza, nación que sirvió a John Locke de refugio frente a la intolerancia religiosa de su propia nación.
Pero, ¿de verdad la política en sí misma degrada? O es otra la mecánica: hay políticos que degradan un oficio que, en sí mismo, puede enaltecer, sacar lo mejor de nosotros mismos. Pensemos en Obama, en Francisco, o en Sanguinetti o Mujica. Allí andan y voltean a las naciones. Hoy suena romántico, absurdo, ingenuo. Pero no es así, veamos la historia. El ser humano desconoce su grandeza hasta que tiene la oportunidad de sacarla. ¿Imaginó Martin Luther King hasta dónde llegarían sus palabras? ¿O Gandhi, el tranquilo estudiante de derecho, la revolución de independencia y libertades que llevaría a su país? ¿O Nelson Mandela los alcances de su propuesta de reconciliación? Evidentemente no. Recordemos el lodo del que emergieron. Son seres humanos los que invierten el círculo y comienzan el ascenso.
Llevamos cinco años de insultos, ofensas generalizadas, denostaciones, mentiras, triquiñuelas, etcétera, emitidas por quien, en principio, tiene la mayor responsabilidad personal de conducción del país. Muchos son los daños en salud, educación, en justicia que ha causado. Pero, quizá, la mayor herida sea la ética. Sabemos que nos mienten. Saben que sabemos que nos mienten y… siguen mintiendo. Sabemos de la galopante corrupción, su bandera central y, sin embargo, con todo cinismo… siguen hablando de ser paladines. Son evidentes sus alianzas con las fuerzas de la ilegalidad y ahora ya lo hicieron parte de nuestra vida: es normal que visite Badiraguato, pero no puede pisar Acapulco.
Navega por la bahía escudado por la Marina Armada. ¿Acaso cavila sobre el sufrimiento de la gente y las soluciones posibles? No. ¡Por decreto, ya no hay emergencia! ¿Para qué, señor Presidente?, mejor aplicar nuestro sistema, alteramos cifras como con los muertos por covid, los desaparecidos, las consecuencias de no haber aplicado las vacunas básicas a los niños. No se preocupe por los gritos de afuera de la Base Naval, señor Presidente, la ceremonia salió muy bien, buenas fotos. Tome un helicóptero y vuele a Oaxaca.
Ése es el lodo ético que ahoga a México. La consigna de fondo no es izquierda o derecha, menos aún la esgrima verbal surgida de las ocurrencias. Hoy la esencia opositora radica en establecer con claridad una diferencia ética, una verdadera empatía y actuar en consecuencia. Medidas concretas sobre la crisis hídrica que se nos viene, sobre los rezagos de salud y las dolencias físicas y emocionales de los enfermos tirados al olvido, de los educandos al garete y sin futuro.
POR FEDERICO REYES HEROLES