Ucrania; todo falló
Ucrania ha desaparecido de los medios. Pocas noticias aparecen en los medios tradicionales y las grandes cadenas de noticias internacionales, y norteamericanas en particular. Volodimir Zelensky, el
presidente de Ucrania acaba de declarar que las potencias occidentales se han olvidado de su país y se han redireccionado hacia el medio oriente.
No obstante, la guerra continua, pero no del modo en que se esperaba cuando hasta hace poco los líderes occidentales repetían insistentemente que Ucrania expulsaría muy rápidamente a Rusia de todos los territorios que tenía antes de 2014, es decir incluyendo la reconquista militar de la península de Crimea.
Para eso serviría el diluvio de ayuda militar y financiera que enviaban Estados Unidos y Europa.
En paralelo en este periodo se han instrumentado 12 oleadas de sanciones orientadas a impedir las exportaciones rusas, en particular las de energéticos. La más efectiva de estas medidas no fue una sanción sino un acto terrorista; dinamitar (aunque se usaron explosivos más potentes) el gasoducto que permitía que Rusia le vendiera gas barato a Alemania y al resto de Europa. También se obstaculizó la venta de granos y fertilizantes rusos provocando una elevación de precios que durante meses amenazó con hambrunas a los países importadores.
Las sanciones y las amenazas se ampliaron a docenas de países para impedir que le vendieran a Rusia desde insumos claves para la producción industrial y agropecuaria (repuestos de maquinaria, chips electrónicos, por ejemplo) hasta mercancías banales como ropa de última moda, café, bebidas gaseosas y cereales para el desayuno. El hecho es que decenas de empresas occidentales se retiraron del lucrativo mercado de bienes de consumo ruso.
El mensaje al tercer mundo, un término en desuso, pero de momento no me viene a la mente otro, es que no podía haber neutralidad, nada de medias tintas; o estaban con la alianza occidental antirrusa o se les consideraría enemigos.
Cierto que la oleada de sanciones provocaba problemas de orden global. Pero se esperaba que estos fueran de corta duración. La economía rusa se iría a pique; la oleada de descontento popular contra Vladimir Putin impulsaría un cambio de gobierno; tal vez incluso un golpe de estado interno. La derrota militar, el desastre económico y el cambio de gobierno en Rusia llevarían a una nueva situación favorable a la inversión occidental.
Incluso, tal vez, al acariciado sueño de algunos políticos occidentales de desmembrar a Rusia. Había un antecedente importante: el colapso de la Unión Soviética dividió a ese estado en 15 países; es decir que en la práctica 14 países se independizaron de Rusia causándole una enorme T-MEC, por lo menos en el espíritu de los mismos, funge como el equivalente de un ancla. No es igual, pero es algo.
Un muy buen ejemplo se encuentra en la investigación del cultivo del aguacate en Michoacán y en particular en el municipio de Patuán, realizada a lo largo de los últimos meses por Max Schoening y Daniel Wilkinson de Climate Rights International. El informe, resumido en un largo artículo en The New York Times hoy, revela que el boom del oro verde en ese estado —y también ya en Jalisco— ha entrañado no sólo una deforestación o tala brutal de pinos, robles y oyameles. Además, siendo el aguacate un árbol que consume mucha más agua de los acuíferos de la zona, el cultivo masivo ha generado una escasez de líquido para otros usos. Los árboles de aguacate consumen catorce veces más agua que los pinos. Ojalá los medios mexicanos le den la importancia que merece al informe de CRI.
Los ambientalistas mexicanos, algunos funcionarios federales y otros estatales o municipales intentan lograr que el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, que lleva a cabo inspecciones
de los huertos aguacateros para impedir el uso de pesticidas prohibidos por Washington, se ocupe del asunto. Hasta ahora, el DofA, y seguramente Ken Salazar, el embajador de México en Washington (no es error o dedazo: es la simple verdad) se han abstenido de involucrarse en este berenjenal, aduciendo que ellos no pueden vigilar el estatuto legal de la tierra, es decir, el uso de suelo o el daño ambiental.
Huelga decir que estos esfuerzos han sido objeto de amenazas, sobornos, intimidación y violencia por parte de los aguacateros, del narco ya vinculado a los huertos, y de grupos del crimen organizado. Como lo dijo una víctima de secuestro, un purépecha a quien le apuntaron una pistola a la cabeza: “Los aguacates que ustedes consumen en Estados Unidos están bañados en sangre”.
El cultivo de aguacate emplea a más de 300 000 jornaleros en Michoacán, y genera 2 700 000 millones de dólares en exportaciones. Los norteamericanos consumen tres veces más aguacates hoy que hace 20 años, y el 90 % de ese consumo viene de México. Es la proverbial gallina de los huevos de oro, que muchos mexicanos, según el Times, tratan de preservar y mejorar, y que muchos otros están destruyendo.
En vista de la increíble debilidad de las instituciones municipales, estatales e incluso federales en México que pudieran intervenir para regular, vigilar y controlar la industria aguacatera, todo indica que la única solución reside en el endurecimiento de los requisitos ambientales y legales para acceder al mercado estadunidense.
Teniendo Biden apuntada y cargada la pistola, ha optado por no disparar: ni en materia de energía, ni de derechos humanos o Estado de derecho, ni de la democracia mexicana. Seguramente no lo hará tampoco en las colinas de la región de Uruapan. Pero en ausencia de instituciones mexicanas que funcionen en este y tantos otros ámbitos, es la pistola que hay. Hacen bien los agricultores, activistas y oriundos de Patuán en pedir que alguien jale el gatillo. De lo contrario, en veinticinco años, todos se quedarán sin nada: los jornaleros, los aguacateros, y los norteamericanos consumidores de wacamoli en Super Sunday.