Aun no leo el guión emborronado que yo mismo escribo. Si alguien me pregunta, no sabría qué decir. Imagino el paisaje como una mano, como mi mano seca. Terragosa.
Desde luego el sonido de las mariposas en el estómago en el cielo raso inmenso como unas manos. Para los hechos baste un rincón bajo el destello de una idea confusa, apenas un esqueleto de vehículo, una premonición acaso en un suspiro de la imagen.
Los colores de la tarde favorecen al manto, traigo papel y tijera, falta la piedra, he recortado el ancho, pero no sé medir la altura, la pintura tiene el valor de un diafragma, cumple con todos los objetos, los enlaza, los arrejunta.
Yo imagino la pasta dental, el plato vacío, la sonrisa leve, pero los colores así como para decirlos habría que verlos. Por lo pronto leo esta historia de nuevo. Es así como pasa el tiempo.
Pasa y pasa y lo toco con la mano, lo muevo como a las manecillas y lo contraigo como un dolor, como un golpe recordado en la rodilla. No veo a nadie, pero siento que todo pasa, que todo mundo observa cuestionando cosas elementales. No los conozco. No soy nadie. No estoy aquí para escuchar o decir.
Tranquilo puedo beber café, agua, algo pero no lo hago. Estoy detenido en la incertidumbre. Arriba de eso hay soledad y saco la mano y la mojo con la lluvia ácida del último tiempo.
Si me preguntaran en colores el paisaje más hermoso que imagino, respondería en mate. En traslúcido color tierra que salga de un fondo marino.
Quizás una cornisa alrededor de la plaza, donde descansen las palomas eternas. Un marco viejo de madera de líbano en rústica y callada talla. Una mujer, como la que amo. Un barco en el esquinero, de souvenir, con recuerdos de un puerto y una isla que no aparece en el mapa.
El silencio recuperado de un instante en un metro cuadrado defiende la tranquilidad de la inmediatez de un ruido. Imagino un paisaje total con sus culebrones en la montaña y el mezquite que no deja ver el viento entre el patio y la solera de una casa a dos aguas. Debe haber un precipicio entre algunos años como cascadas e imagino el seco río por donde pasa caminando la gente.
En una palmera se quedó una tortuga, dicen que tiene cien años. Cuando veo algo, no lo reconozco en principio, hasta que pasan los años y lo recuerdo. Hay, para ese entonces, más mensajes que decirle al tiempo hermoso entre una mano y otra pocholaquienta.
Cuando pasa el tiempo, los objetos pudieran no existir en ninguna parte más Escribo porque se detienen los dientes, los huesos, y los escombros, porque se detiene todo y me defiendo con los dedos.
Cuando llegan los objetos, descubrimos su alma atormentada. Quebradisa. Principio y final de una jornada. Pero los hechos sucesivos nos cambian. Cada vez una gota de micra de piel cae al espacio aereo.
Nos vamos en hojas sueltas. Cada vez somos otros en la dramaturgia. Si me preguntan en colores, el amarillo es un color definitivo, pero me gusta el rojo. La vida tiene esta parte de tragedia, porque no es el corazón el que domina el mundo, como uno quisiera; predomina la sin razón, acaso, pues la razón también es otro de los grandes inventos.
La razón se volvió un monocultivo para arrasar con lo que pensaban las mayorías. Por ello la razón nunca ha sido el equilibro de todas las cosas. En un apilar de sillas crece al tiempo y pasa un rayo de sol todos los días.
Afuera se ve un pedazo de marquecina que alumbra los lugares por donde pasa la vida. Son todas las horas las de este paisaje, no hay tiempo para elegir una calle, o regresar por la otra para ver si aun está el espejo.
En un hemisferio plano. Sobre un escritorio alguien escribe la vida, cuelgo de un silencio absolutamente inútil, doy vueltas en un teatro. Tomo apuntes de los labios, los míos; me dejo crecer el pelo, soy una letra minúscula.
HASTA PRONTO