6 diciembre, 2025

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Alegría de vivir

EL FARO/ FRANCISCO DE ASÍS

Estaba de visita en casa de una de mis hijas y un día que dormía y que estaban por ser las seis de la mañana, cuando me encontraba en esos momentos más placenteros del sueño, sentí que alguien tocaba mi rostro. Lentamente abrí mis ojos y vi la cara de mi nieta Victoria que casi tocaba la mía.

La enorme sonrisa que me mostró y sus palabras “Despierta papá (así me decía en lugar de grandpa), ya está la luz del día” me llenaron de alegría, dándome la motivación y energía suficiente para levantarme inmediatamente, me tomó de la mano y me llevó al lugar que tiene para sus juegos, allí me preparó desayuno en su cocinita, luego tomó el traje de doctora y le hizo un chequeo de mi salud entre otros juegos.

Más tarde, estaba ya tomando mi desayuno y empezaba a leer la columna del gran saltillense Armando Fuentes Aguirre (Catón), la primera línea decía: Mi patrimonio se lo debo a mi matrimonio, frase que me provocó una sonrisa y más tarde contaba un chascarrillo donde un joven citadino visitaba a una muchacha del campo y dando paseo con ella vieron a un toro que en ese momento cubría a una vaca, al muchacho le pareció que podía hacerle una insinuación a Eglogia, que tal era el nombre de la muchacha, y le dijo “Me gustaría hacer lo mismo” acompañando a las palabras una mirada sugestiva.

Replicó ella “Tendrás que esperar a que el toro acabe, y luego a ver si no se enoja”. Causando mi hilaridad. Poco después, me llegó un mensaje de Whattsapp de mi mujer; era una cita de La Tregua, novela de Benedetti “Ella me daba la mano y no hacía falta más.

Me alcanzaba para sentir que era bien acogido. Mas que besarla. Mas que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y eso era amor”.

Me derritió, lo único que alcancé a hacer fue pararme y agarrarle la mano. Por la tarde recibí la llamada de Paco uno de mis hijos, estaba eufórico “Necesito decírtelo papá, ya se lo dije a mi mujer, pero necesito decírtelo a ti y a mi mamá -decía pleno de alegría- Me nombraron director”.

Me contagió su euforia y busqué a mi mujer para compartirlo con ella, ya lo sabía, pero Paco le dijo que era él quien quería darme la noticia. Luego, ya más tranquilo reflexionaba acerca de la alegría, esa emoción, de gusto, de gozo, que nos hace sentirnos tan bien, y haciendo un recuento de lo que me pasó durante el día me sentía feliz, no simplemente contento, feliz.

Me puse a indagar un poco más acerca de la alegría, esa reacción que nos causa entusiasmo, agrado, gozo, que nos genera satisfacción, bienestar, incremente nuestros niveles de energía y nos predispone hacia acciones constructivas.

Una de las primeras referencias la encontré en el Fedro, diálogo de Platón y donde se habla de la alegría como la presencia de lo divino, un f lujo transformador relacionado con el entusiasmo y que transforma al espectador “bueno o bello”. Ya en el siglo XVII Spinoza la define como “el paso del hombre de una perfección menor a una mayor”.

Nietzsche decía que “La vida no es sino un juego de máscaras, todo en el universo es dinamismo y caos, incluido nuestro yo. Y es precisamente ese desafío, esa alegría de vivir, a pesar de todo, la que nos permite mantener un sentido, frágil, pero bello, e inunda nuestra vida de alegría”.

Por su parte Fernando Savater define a la alegría como una “afirmación del presente, no nostalgia del pasado ni del futuro”. Salí a caminar reflexionando en estos conceptos y de alguna manera encontré coincidencia en que son los momentos de alegría los que le dan un sentido positivo a nuestra vida, momentos reales no ilusiones o esperanzas, momentos que han sucedido y nos han llenado de satisfacción.

Llegué a casa de mi hija, las niñas estaban en la sala, se les iluminó la cara de gusto al verme. A mí se me llenó el corazón de alegría. En ese momento entendí que los momentos de alegría son los que tejen nuestra felicidad.

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