CD. VICTORIA, TAM.- Un autobús se detiene en una callecita del centro histórico de la ciudad de México, y de él descienden somnolientos y despeinados una treintena de pasajeros.
Son las 6 de la mañana y un frío feroz recibe a aquellos visitantes de ‘provincia’.
Es 1994, y entre los pasajeros estaba un joven de 15 años llamado Néstor, ‘Nene’ para los cuates.
El junto a sus padres, se dedicaban a vender en los tianguis de ciudad Victoria toda clase de chácharas como bisutería, bolsas y discos piratas, y acudían cada 15 días al entonces Distrito Federal a surtir mercancía.
Pero Néstor disfrutaba de un placer específico en estas excursiones: degustar las deliciosas garnachas. Sopes, pambazos, quesadillas, memelas, huaraches y aromáticos tacos de toda clase, alitas y pescuezos de pollo rostizado, tamales oaxaqueños de mole rojo, verde y rajas, carnitas, moronga, mixiotes etc.
Debido a su insaciable apetito, desde niño Néstor presentó sobrepeso, lo cual le costó sufrir por bullying los 9 años de primaria y secundaria.
Al concluir esta etapa decidió dejar los libros y dedicarse al negocio familiar, las ventas.
A pesar de su robusta complexión, Nene siempre fue muy noviero, pues su agradable carácter llamaba la atención de más de una jovencita. Fue así como conoció a quien sería el amor de su vida, Lupita, aunque de broma en broma solía decir que su verdadero romance era con la comida.
Néstor y Lupita se casaron y tuvieron dos hijos. El ahora padre de familia se instaló en un puesto semifijo en la zona centro de Victoria donde se ganaba el pan de cada día vendiendo discos piratas. Sin embargo su debilidad por la comida se acentuó cada vez más. Nene presumía que al comer, se bebía un ‘cocón’ de tres litros cada sentada, o que era capaz de jambarse dos ‘flautas soñadas’ de un ‘sentón’.
Frases como “de algo nos tenemos que morir” o “lo único que nos vamos a llevar a la tumba es lo que tragaste tu último día sobre la tierra” solía decir Néstor a sus conocidos.
Lo único positivo de Nene, era que jamás bebió alcohol, ni una cerveza, ni una cubita ni nada, era completamente abstemio. Pero en esta vida todo tiene consecuencias.
A los 36 años y en medio de una boda, en Estación Manuel, tierra de sus abuelos, Nene empezó a sentirse mal, su visión se nubló y respiraba con dificultad, un fuerte dolor de cabeza se apoderó de él y cayó desmayado a un lado de la enramada ante la mirada atónita de los novios.
Sus familiares corrieron a auxiliarlo pero fue muy difícil levantar del suelo al obeso hombre que ya pesaba 130 kilos.
El médico que lo atendió le soltó su diagnóstico de tajo: Néstor ya era diabético: su glucosa había alcanzado las 300 unidades en esa ocasión. La orden del galeno fue contundente: no más refresco, ni pan dulce, ni garnachas.
El vendedor de discos piratas tuvo que bajarle a su dieta extrema, pero fue solo muy pocos días. – Oye compi ¿y no tienes miedo ‘que te cargue el payaso’ si sigues descuidando tu salud? – le preguntó alguna vez el Caminante. – Nombre mi estimado, esta vida hay que vivirla, total de algo nos tenemos que morir – le respondió Néstor muy campante.
La segunda llamada de atención ocurrió una vez que esperaba a su familia en el coche afuera de Soriana Palmas: una fuerte punzada en la sien derecha le taladraba el cráneo, y su mandíbula se torcía involuntariamente.
Acudió al médico quien tras valorarlo, le miraba sorprendido, pues era casi imposible que siguiera de pie: su presión arterial se hallaba en 250. Estos dos padecimientos al combinarse se volvieron una bomba de tiempo. Néstor a sus 40 años tenía la salud de un hombre de 60. Aunque tuvo que seguir una dieta y bajó de peso casi 15 kilos el daño ya estaba hecho.
Un festejo de navidad, Nene decidió darse un gustito, pues “de algo nos tenemos que morir” y decidió cenar acompañado de un refresco de manzana. La respuesta de su organismo fue inmediata: cayó en un coma diabético y por poco muere. Meses más tarde y a causa de un descuido en su higiene, descubrió que sus zapatos nuevos le habían causado una herida en un dedo del pie, y al complicarse se lo tuvieron que amputar desde la rodilla. A finales de ese año perdió la vista de un ojo y al siguiente casi la totalidad del otro. Fue a finales de 2021 que el Covid-19 terminó con su mermada salud y falleció. “Mi gordo nunca entendió que uno se muere de a poco, no de un jalón, el se fue así: en pedacitos” confesó triste Lupita al Caminante, al recordar a su difunto marido. Ojalá a todos nos caiga el veinte y empecemos a cuidar la salud, que es lo único que realmente nos pertenece. Demasiada pata de perro por esta semana.
POR JORGE ZAMORA