El lugar a donde habíamos ido a escuchar tango se encuentra en el barrio viejo de Barracas que se le dio ese nombre ya que desde el siglo XVIII comenzaron a instalarse en la margen del Riachuelo las barracas, construcciones bastante rudimentarias utilizadas para almacenar cuero y carnes saladas, y que incluso funcionaron también como almacenes de esclavos.
Ahora luce una belleza arquitectónica de la primera mitad del siglo XX y aún más antiguos. Un lugar indudablemente atractivo para el turista.
Salíamos del lugar y mis amigos, casi todos argentinos me preguntaban viendo el deleite que me había causado el espectáculo “A que esta música no hay allá en México, esta es una música bella, sagrada”.
“Bueno – les contesté allá también hacemos tango, indudablemente es una bella música tradicional argentina, pero los mexicanos también sabemos apreciar el tango y hay algunos tangos compuestos por mexicanos” Alberto, uno de mis amigos sintió el puyazo que le significó el haberle dicho que había tangos compuestos por mexicanos y me retó “A ver decime de alguno que haya compuesto un mexicano”, “Bueno, ahí está el tango negro -contesté del músico neolonés Belisario de Jesús García, un militar mexicano nacido en Montemorelos Nuevo León, ¿Alguno ha escuchado ese tango?” -pregunté. Todos comentaron que no y Alberto quiso saber cómo iba la letra y la tonada, a lo que replique: “Bueno se me algunos versos, pero soy terrible para cantar”. “Andá, cantá, cantá insistieron, y recté los versos de los que me acordaba: “Jugome una negra traición/por otro querer me dejó/tan negra tenía su alma de hiel/que toda mi vida por siempre manchó/su amor fue un infierno voraz/quemó la ilusión de mi ser/que negro destino, que largo camino/que abismo se abre a mis pies” Aplaudieron y me felicitaron porque en México teníamos un tango.
“No, no, no tenemos varios tangos: Pecadora y El sacristán, del compositor aguascalentense Alfonso Esparza Oteo y uno de los más grandes compositores mexicanos, que fue capaz de componerle una canción a Madrid y otra a Granada sin conocerlas, Agustín Lara compuso que yo sepa “Carita de cielo”, “Mentira”, “Reproche”, “No tengo la culpa”, “Canalla”, “El cofre”, “Lejos”, “Adiós”, “Como te extraño”, “Consejo”, “Lo de siempre”, y el que probablemente sea el más conocido de todos “Arráncame la vida”, se dice que compuso 24 tangos, los otros no los conozco” -dije.
¿Y cómo es que llegó el tango a México? -Preguntó José -otro compañero. Pues yo creo que como a todas partes del mundo: por su ritmo, su cadencia, su languidez, su temática, su drama, su tragedia, su ternura, su breve filosofía de la vida, su mensaje cautivando a todas las clases sociales tanto desde las casas de “quinto patio” hasta la elite mexicana.
Sé que el tango llegó a México en los años 30’s y hubo una gran difusión en la radio, particularmente la XEB «La estación del buen tono» y en la XEQ Cadena Radio Continental -comenté yo.
Alberto entonces comentó que él sabía que, en esa década, la de los 30’s muchos artistas argentinos vinieron a México, era una especie de tierra prometida actores, cantores, cancionistas, declamadores, poetas, compositores, autores, cómicos, bailarines, coreógrafos, escritores, directores de cine, etc. que no veían un futuro en Argentina y fueron muy bien acogidos en México, así triunfaron Libertad la Marque, Rosita Quintana, Hugo del Carril entre otros, lo que ayudo a la difusión del tango.
“Tienes razón -comenté yo- en México, siempre hemos acogido a inmigrantes que buscan un mejor porvenir y en aquella época cuando había fuertes vientos de guerra, muchos artistas, no solo argentinos, sino españoles, franceses, cubanos, etc. vinieron a vivir a México y en el caso de la llegada de argentinos, ayudaron mucho a la propagación del Tango.
Bueno, tan se propagó que hasta un tango para niños tenemos”.
Se voltearon a mirarme perplejos: -El Che araña de CriCri -dije soltando una sonora carcajada, a la vez que cantaba con mi desafinada voz: ¡Ché araña!/Bailá con maña/Hay que contar/Tres pasitos/Arrastraditos/Pa’ delante y para atrás – despidiéndome del grupo, con un adiós de mi mano y dando saltitos que trataban de ser tango mientras me dirigía al automóvil que me llevaría al hotel donde me hospedaba.