En la vida hay de eso, de que uno mismo busca la pared con la cual rascarse. Nacieron el uno para el otro, y dos mitades no tuvieron otra elección más que juntarse. Eso dicen, pero quien sabe.
Sus miradas se anclaron como las de dos sapos que no tienen otra remedio más que enlodarse, en este caso arrejuntarse. Uno de los dos tuvo la suerte de caer en los brazos del otro, no se sabe cual de ambos.
Les dicen la pareja ideal y de que nacieron tal para cual. Si uno de ellos andaba perdiendo la batalla en el último momento antes del silbatazo final, en tiempo de compensación se salvaron, fue en ese momento en que se ganó el partido, en el momento en que se vieron a los ojos.
Desde un principio se cayeron gordo. Desde la lejanía ella pensó: ojalá nunca me presenten a este baboso, y que se lo presentan. Lo sé porque años después ella me lo dijo. Y él, en realidad, ni siquiera se había tomado la molestia de mirarla, más bien la evitaba como si con sólo verle se enfermaba o le daba una especie de alergia.
Después de conocerlo ese día, ella llegó a su casa y como si estuviera en una película gabacha de los 80 confesó a su padre que estaba en una relación. El vato, su padre, que ojeaba un periódico ni siquiera la miró. Ella se fue a su cuarto como se hace en este caos en que tu padre te ignora y quieres suicidarte a las 10 de la mañana y sin almorzar.
A kilómetros de distancia el susodicho novio se había ido como entre algodones luego de verla a los ojos y ella desde algún lugar de su cuerpo que no de sus ojos que se le extraviaron le había dicho sí te quiero.
Años después se casaron y ella tendió una muralla china entre su casa y la de sus vecinos y les dijo que no quería paleta. Se conocía tan bien que prefería guardar distancia entre ella y sus vecinas gachas. Sabía que tarde que temprano les partiría en la madre de ser necesario. Dormiría mientras todo llegaba.
Por su parte, como en una novela de Corin Tellado el marido llegó al barrio saludando a medio mundo y al siguiente mes ya nadie le hablaba, de un mamón y de un mantenido no lo bajaban, desde que se dieron cuenta que este vato aparte de feo no le gustaba el jale, no como a uno, este vato se dedicaba con bastante esfuerzo a buscar trabajo y por mientras a llevar y traer el mandado.
Se acostumbraron a verlo en bermudas y chanclas de gallo sacando al chihuahueño a pasear al parque a las 2 de la mañana, salir y llegar de nuevo con él. Tal vez hay un soldado en cada ventana, como yo viendo la banqueta, tal vez no haya nada. Uno que se asoma.
Las vecinas envidiaban a la mujer pero todavía no sabían porqué, por mientras había que escucharle la boquita de verdulera y esperar que enseñar el cobre que brillaba convka tarde cuando salía a comprar un elote , y mostraba lo que traía. No trae nada, dijo una chiquilla años después.
Lo último que hizo él, otra vez el marido, fue tirar la basura donde no está la esquina, llevarse de encuentro dos piezas de pan que nunca fueron de él dejadas arriba de la mesa, orinarse afuera de la taza las últimas veces que pudo ir al baño y quedar tendido en el patio como si estuviera muerto…y lo estaba.
A los dos meses ella, su mujer, ya había destrozado sus propias debilidades y una noche con piedras en la mano fue y quebró los vidrios de las casas de sus vecinas y les gritó que ahí estaba, las estaba esperando, ya peda. Tratando de mantener el equilibrio.
HASTA PRONTO
…
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA