En los últimos años en la escena política nacional, desde los partidos políticos se han fraguado ciertas alianzas y coaliciones amorfas que no tienen ningún otro fin más que alcanzar el poder. Sigo sin entender lo que tiene en común de manera ideológica la alianza PRI, PAN, PRD; por otro lado, la coalición MORENA, PT, VERDE tiene como único propósito alcanzar mayoría calificada en ambas cámaras para que se pueda aprobar cualquier reforma constitucional que pretendan llevar a cabo. Y para rematar solo hace falta ver las listas de candidatos en todo el país de los que hacen llamar la nueva política, para darse cuenta de que no es tan nueva y que por ser jóvenes no significa que sean mejores.
En la alianza notamos como se reparten las posiciones políticas como si fuera un botín que responde a los intereses de los más corruptos (exgobernadores, expresidentes, empresarios); desde la coalición se ve claramente como mandan a los que no tienen “facha” de ser de Morena al partido Verde y a los más radicales de izquierda al PT. Por lo que llego a la conclusión de que lo único que les importa a los partidos políticos en México es ganar el poder. Hacen análisis electorales con sumas y restas como si los ciudadanos valiéramos solo por nuestro voto el día de la elección pero somos desechables para la mayoría de ellos a partir del día siguiente de la jornada electoral.
En el escenario político contemporáneo nacional, las coaliciones entre partidos han surgido como una estrategia común para alcanzar el poder. Sin embargo, detrás de esta aparente unión de fuerzas y propósitos, se esconde una realidad más sombría: la traición sistemática de ideales y principios en aras de la ambición política.
Las coaliciones políticas, en teoría, deberían representar una convergencia de valores y visiones compartidas entre partidos afines. Sin embargo, en la práctica, a menudo se convierten en un terreno fértil para la desilusión de los ciudadanos y la corrupción de la integridad política. ¿Por qué sucede esto? La respuesta reside en la desesperación por el poder.
Es un hecho lamentable que muchos políticos estén dispuestos a sacrificar sus principios fundamentales con tal de obtener una candidatura dentro de una coalición. Esta renuncia a la convicción ideológica no solo socava la confianza de los ciudadanos en el sistema político, sino que también menoscaba la legitimidad de las propias coaliciones.
El ejemplo más claro de esta traición de ideales es la renuncia a compromisos previos, la adopción de posturas contradictorias e incluso la alianza con partidos cuyas políticas son antitéticas a las propias creencias. Todo ello en aras de alcanzar una posición de poder que, paradójicamente, debiera servir para implementar aquellos principios por los que los políticos supuestamente luchan.
Además, las coaliciones políticas también suelen generar tensiones internas y conflictos de intereses entre los partidos que las componen. Esta lucha por el control y la influencia puede llevar a compromisos y concesiones que distorsionan la esencia misma de la representación democrática.
La historia está repleta de ejemplos de políticos que, una vez dentro de una coalición, abandonan sus promesas electorales y cambian de rumbo para adaptarse a las demandas de sus nuevos aliados. Esta volatilidad ideológica no solo desorienta a los ciudadanos, sino que también socava la credibilidad de la política como instrumento de cambio y progreso.
La traición de ideales en las coaliciones políticas no solo afecta la integridad de los políticos involucrados, sino que también mina los cimientos de la democracia misma. Los ciudadanos merecen representantes que defiendan con firmeza sus convicciones, no oportunistas dispuestos a vender su alma por un asiento en el poder. Es hora de que los políticos reconozcan que el verdadero poder reside en la coherencia entre palabras y acciones, y no en la manipulación de alianzas políticas carentes de principios.
POR MARIO FLORES PEDRAZA