El hombre abrió los ojos, despertó unos segundos antes que el radiodespertador se activara como todos los días a las 6 de la mañana y se empezara a escuchar al locutor dar inicio al primer noticiero del día.
Se incorporó y fue al baño, poco después tomo una ducha y se rasuró, le gustaba andar rasurado al ras, decía que la barba de días daba imagen de descuido y falta de higiene, se rasuraba con espuma que el elaboraba “a la antigua” él decía. Revisó su cara y una vez que estuvo satisfecho con su trabajo, se enjuagó y se puso el Aqua Velva que siempre usaba.
Se vistió con su traje gris, camisa blanca y corbata azul oscuro, los zapatos, como siempre, limpios y lustrados. Una vez que terminó de arreglarse tomó su sombrero y abordó un carro colectivo, “pesero” le decía él. Se bajó en la plaza de armas, mencionaba que era una plaza muy bella, que había que disfrutarla más, con su kiosco, grandes árboles, flores, bancas antiguas bien conservadas.
Se dirigió a un café donde una vez al mes desayunaba con sus amigos. Regularmente pedía huevos revueltos con jamón y café, ese día pidió entomatadas con bastante queso, café capuchino y hot cakes, “me voy a dar un gustito” pensó él.
Se tomó su tiempo para desayunar, disfrutaba ver a la gente pasar, generalmente con rapidez para llegar a tiempo al trabajo. Poco después se empezó a instalar una marimba y escucho la música magistralmente interpretada por tres personas, dos que tocaban el instrumento y otra persona que colectaba el dinero que querían darle los transeúntes. Se regresó a la plaza, en el camino compró el periódico y se sentó en una de las bancas a leerlo.
Después de un rato, ya por la tarde, se dirigió a la antigua aduana, a paso lento disfrutando de la vista. Don Germán vivía en Tampico, nació en Chihuahua, pero desde joven se mudó al puerto, tenía más de 50 años viviendo allí. Allí se casó y formó su familia con dos hijos, había enviudado el año pasado y vivía solo.
De ahí se fue al mercado que tenía poco de haber sido remodelado. Un gesto sombrío cubrió su rostro al entrar en el edificio. Empezó a recordar que el día de ayer, allí se había encontrado con un amigo y empezó a recordar que lo saludó muy efusivamente y muy contento.
-¡Germán!, ¿Cómo estás? -¡Hola Lorenzo, que gusto de verte!
Contestó don Germán. -Oye, que bueno que te veo -dijo bajando la voz y volteando a los lados. -Te tengo una primicia, ven vamos a sentarnos en aquella banquita y te platico. Ya sentados le había dicho en voz baja: -¿Sabes a cuanto está el dólar? Bien barato. Mira yo saqué todos mis ahorros y los cambié por dólares. En ese momento abrió una pequeña maleta y evitando las miradas extrañas le mostro el interior con un montón de dólares. Mañana o pasado va a subir y voy a ganarme una fortuna, le dijo.
De ahí en adelante el amigo no tuvo otra conversación hasta que lo convenció de ir a comprar dólares. Lo acompañó al banco y lo convenció de vaciar la cuenta. Luego se dirigieron a una casa de bolsa que estaba por el lugar y compraron los dólares.
En el camino habían adquirido una maletita para guardarlos ahí y llevarlos a casa. Ya que salieron de la casa de cambio se despidieron. Don Germán se dirigió a tomar el transporte, cuando de pronto dos sujetos jóvenes lo empujaron haciéndolo caer y le arrebataron la maleta y salieron huyendo. Don Germán aturdido, lo único que alcanzo a hacer fue gritar. -¡Deténganlos!, ¡Me robaron, me robaron! -sin que nadie hiciera nada.
Fue a la estación de policía, le dijeron que pusiera una denuncia, le preguntaron qué, porque traía tanto dinero y que de donde lo había sacado, después de horas gastadas en la denuncia, salió molesto, triste, confundido. Al salir un policía le dijo “Ya llevamos varias denuncias de estos robos, son tres los que están operando así”. Se quedo pensativo y finalmente se fue a su casa.
Este recuerdo del robo lo hizo reconsiderar su decisión de entrar al mercado y tomo un transporte para la playa. Allí vio por primera vez el mar, en un amanecer. Había quedado impresionado, se quitó los zapatos y se metió al agua y le dijo “Eres tan hermoso ¿Puedes ser mi amigo?” . Hoy llegaba nuevamente y caminó por toda la orilla hasta llegar al malecón, ya empezaba a oscurecer, y se fue caminando hasta llegar al faro. Allí se paró vio la increíble pareja de socios que eran el mar y el rio, volteando a ver al rio le dijo “A ti también te quiero, viejo amigo”.
Entonces se bajó por las escolleras que están protegiendo al faro, abrió los brazos, cerró los ojos, sonrió diciendo “Aquí estoy querido amigo”. En ese momento una gran ola llegó como abrazándolo y se lo llevó con ella.