CD. VICTORIA, TAM.- El Mercado Argüelles, es sin duda, uno de los lugares más representativos y pintorescos de la capital de Tamaulipas; su construcción inició en Abril de 1901, en ese entones, en la Villa de Aguayo habitaban diez mil personas y el Presidente Municipal era el Doctor Carlos Govea; cinco años después fue su inauguración. El sitio se convirtió en el principal centro de abastos para los victorenses y para los habitantes de los ejidos y municipios cercanos.
En más de cien años de historia, han ocurrido infinidad de situaciones, momentos e historias en sus locales y pasillos, mismass que son recordadas por dos locatarios, Don Felipe Robles y Don Francisco Martínez, quienes desde que eran niños, llegaron a trabajar al Mercado y ahí han permanecido durante muchas décadas.
Son las cinco de la mañana, y como ha ocurrido desde 1970, Don Felipe se despierta y se dirige a trabajar al Mercado, “Yo tenía doce años cuando lo conocí, nos vinimos de la Villa de Cruillas, en ese tiempo yo estudiaba la Secundaria nocturna, en la escuela Rafael Ramírez y llegué al Mercado a trabajar con un señor que se llama Rodolfo Briones…”.
“…Había carencias, tenía que trabajar para poder sobrevivir y realizar mis estudios, éramos nueve de familia, mi padre se dedicaba a la agricultura y la ganadería, mi madre atendía un restaurante”.
El nacido en 1950, profundiza y recuerda que desde Cruillas su familia ya era comerciante y en aquel momento “Pedí oportunidad de trabajar para ayudar a mi mamá, el señor Briones me dijo que sí, estuve dos años con él, en aquel tiempo había pocos locales ocupados, el más visitado era el restaurante de Don Daniel Wong, donde el café de holla era muy rico; también había muchas fruterías”, recuerda.
En “El Argüelles”, ha conocido a mucha gente, también ha creado amistad con muchos locatarios, asegura que en el Argüélles cada día, pasa algo diferente y peculiar, pero a él lo que más lo ha marcado, fue el incendio de 1977, el segundo de los tres que ha vivido el recinto, pues había ocurrido uno el 9 de Mayo de 1953, en el que lo poco que quedó de pie fue demolido.
“Ese incendio del 77 me marcó, fue el que más me movió, fue perdida total de todos los negocios, después de tener era auge y estar en su momento, todo se perdió, después de ese incendio nunca nada fue lo mismo”, reflexiona mostrando tristeza.
“El incendio fue a las 9:30 de la noche, las humareda nos avisó y le corrimos al Mercado, aquí estaban los bomberos, estaba todo encendido, había mucho humo, pasamos toda la noche aquí, al día siguiente estuvo cerrado todo, duramos mucho tiempo así, nos querían correr, se colocaron locales de madera alrededor en las calles”.
“Batanllado logramos que la secretaria de turismo, Rosa Alegría, nos apoyara, nos recibió el oficio en Tampico y al mes y medio le mandó la respuesta al gobernador Enrique Cárdenas para que se enfocara en la reconstrucción del mercado. Nos querían correr en ese tiempo, por eso está la central de abastos”.
Ese no fue el único siniestro que le tocó vivir a Don Felipe Robles, “En los ochentas hubo otro, fue como a las diez u once de la noche, según por un corto circuito, y otra vez todos para acá, estaba de presidente Tito Resendez, mí negocio fue perdida total, pero gracias a Dios tenía seguro y me respondió”.
El fuego no ha sido el único antagonista en la historia del Mercado, hay muchos más. “Antes había mucho auge de turismo, pero se vino la inseguridad y se acabó; los extranjeros buscaban puras cosa típicas, venían turistas de todas partes, incluso de Alemania e Inglaterra, de Estados Unidos y otras ciudades del país. Ha bajado cien por ciento que vengan extranjeros y hasta los locales, pero no pasa nada, tengo la satisfacción de atender a toda la gente que viene, tengo clientes de muchos años y aquí seguiremos”.
A unos pasos del local de Don Felipe, justo en la calle seis, se encuentra Don Francisco Martínez, “Pancho”, para los cuates y como pasó con Don Felipe, los incendios también dejaron una huella en su memoria. “En el 77 fue el más duro, hasta en las noticias de México salió, toda la nave central quedó en cenizas, los puestos se tuvieron que poner afuera, desde la de Hidalgo, hasta la de Morelos. En los 80s hubo un incendio de menor impacto, perjudicó a algunos negocios adentro y fue al parecer por una veladora que dejaron prendida”.
El Argüélles también ha sobrevivido a otras catástrofes, como devaluaciones, pandemias y hasta el olvido. Don Pancho se pone serio y detalla que “Eso de la pandemia estuvo muy duro, nos restringieron muchas cosas, nos dieron unos horarios muy difíciles, tuvimos que acatar lo que dijeron, bajaron mucho las ventas, fue muy fuerte y le pegó muy fuerte la pandemia al Mercado, no se veía ni por donde, muchos negocios cerraron. Nosotros salimos a vender especias a los tendájos, hasta que se compuso poquito volvimos a abrir y salía de perdido para comer, fue lo más duro que yo he pasado”.
Orgulloso, con la alegría que lo caracteriza y ya en el calor de “La Charla”, revela sus inicios, “Soy nacido en las Viviendas Populares, por el 16, nací en casa, ahí se le ocurrió a mi mamá Juana parir, al día siguiente me trajeron aquí, al Mercado, aquí fueron mis primeras horas”.
Explica que en el lugar en el que se encuentra hoy su negocio, su papá tenía una frutería, a la que le nombraban “La Campana”, “Antes era otra cosa, era el principal centro comercial en Victoria, aquí encontrabas todo, estaba siempre lleno, Victoria se surtía en el Mercado”. “Estuve en la Primaria Victoria, llegando mi madre nos mandaba al Mercado a tararle el lonche a mi papá, venía en una “banana”, un autobús azul”.
Don Francisco mía fijamente como su hijo atiende a sus clientes, respira y explica que “El Mercado me ha dejado mucho, aquí he estado toda la vida, padezco de una invalides, me quitaron dos dedos por la diabetes, ya estoy saliendo, tengo al frente a mi muchacho que está al pendiente del negocio, pero yo no dejo de venir, me gusta estar aquí y aquí le seguiremos, ojalá que un rato más, por que esto no se va a acabar, la tradición debe continuar”.
Al atardecer, ambos cierran sus negocios, se van contentos a casa y sonríen, pues saben que mañana las cortinas se volverán a abrir.
POR DANIEL RÍOS