Que Xóchitl es frívola e inconsistente es lo menos que se dice en las redes sociales afines al obradorismo.
En lo personal no tengo una mala impresión de la candidata, con quien conversé en un par de ocasiones por razones periodísticas cuando ella era delegada en Miguel Hidalgo.
Me pareció un cuadro político peculiar, no particularmente dotada para la administración pública, pero muy crítica de las malas prácticas del PRI, con buena dosis de sentido común y no se le advertía la voracidad que caracteriza a la mayor parte de sus colegas de la clase política.
Si la escena pública fuera una obra teatral, me pareció que sería una buena actriz de reparto, de aquellas capaces de provocar la carcajada en medio de la trama en la que se desangran los personajes centrales. Si fuera jugador de futbol sería un hábil driblador de una jugada por partido, pero con escasa visión de conjunto del juego y pocas veces decisivo en la anotación de los goles. Cuando se disfrazó de dinosaurio en el senado me pareció confirmar aquella primera impresión.
El problema fundamental de Xóchitl Gálvez es la escasa sustancia presidencial que se le percibe. Visto así, la responsabilidad, más allá de haber aceptado la candidatura, no es suya sino de quienes la pusieron. Dentro de lo que cabe, con aciertos y desaciertos, ha hecho un esfuerzo para dotar de mayor contenido a sus frases; se ha multiplicado para aprovechar todas las oportunidades para subirse al ring a partir de expresiones de López Obrador y Claudia Sheinbaum; intenta ser ingeniosa, provocadora, convertirse en lo que cada auditorio, por distinto que sea, desearía ver. No está funcionando, o al menos no para hacer alguna diferencia.
Jorge Castañeda ha dicho que la única posibilidad de que Xóchitl remonte la considerable distancia que le saca la puntera residiría en una guerra sucia, mentiras incluidas, capaz de dañar a su rival.
Más allá de lo que a cada quien le merezca esta propuesta, encierra en el fondo el reconocimiento de una terrible realidad: no importa lo que haga Xóchitl, el resultado no va a depender de ella. Las esperanzas de la oposición no residen en mostrar las supuestas virtudes de su candidata para sentarse en la silla presidencial, porque en sí misma no las tiene.
No, el argumento más bien reside en movilizar el voto para que Claudia no sea la que se siente en esa silla.
Lo anterior refleja una realidad aún más preocupante para los adversarios del gobierno de la 4T. López Obrador ganó con 53% de los votos, algo que no sucedía desde Carlos Salinas, hace cuatro décadas, cuando el PRI podía generar las mayorías que necesitaba. En este voto se mezclaron dos cosas: la esperanza de un cambio a partir de lo que prometía el tabasqueño, pero también un rechazo a lo que ofrecían los gobiernos del PAN y del PRI.
Eso nunca lo entendió la oposición. Durante cinco años se dedicaron a criticar al nuevo gobierno, confiados en “desenmascarar el engaño del populista”, pero se desentendieron de la verdadera tarea que era construir un proyecto alternativo para apelar al voto inconforme que había dejado de creer en ellos. Bien mirado lo que está sucediendo en la campaña, apelar al voto negativo, no a apostar por el positivo, es lo que la oposición hizo a lo largo de todo el sexenio.
Incluso si hubiera funcionado muy posiblemente no hubiera tenido éxito. Me explico: si su narrativa antilopezobradorista hubiera logrado que la aprobación de AMLO se desplomara ¿qué habría sucedido? ¿los votos habrían regresado al PRI y al PAN? A saber, pero lo que vimos en Nuevo León o en Jalisco es que los ciudadanos salieron a buscar lo que pudieron encontrar que no fuera una cosa ni la otra.
Queda para la especulación, obviamente, porque López Obrador conservó el apoyo popular y nunca se creó el vacío para el surgimiento de alguna figura carismática. Cosa que sí sucedió con Macron en Fran- cia, que ganó con un partido nuevo, o con Trump y Bolsonaro, en Estados Unidos y Brasil respectivamente, que utilizaron una fuerza existente de la que prácticamente se apropiaron.
Durante un sexenio la oposición dinamitó irresponsablemente la imagen de la opción que había dado esperanza a mayorías molestas, sin saber realmente que habría pasado de haber tenido éxito. ¿Un regreso a ellos? ¿inestabilidad política por el desencanto de los inconformes y la desconfianza en las opciones políticas? ¿surgimiento de un Trump, un Bronco a nivel nacional?
La oposición nunca hizo la tarea. El triunfo de Morena en 2018 revelaba el desacuerdo de muchos con el modelo existente. Las élites adversas a la 4T tendrían que haber construido una propuesta que tuviera sentido para esas mayorías respecto a la pobreza, la corrupción, la inseguridad o la desigualdad social. No lo hicieron. Les resultó más sencillo e, insisto, irresponsable, simplemente acribillar lo que hacía el gobierno sin ofrecer nada a cambio, salvo, y de manera implícita, un regreso a lo que había antes.
Lo que hicieron esas fuerzas políticas y sociales a lo largo del sexenio es, insisto, lo que están haciendo en la campaña; es decir, atacar a su rival, no construir una propuesta para solicitar el voto.
Xóchitl está allí porque fracasaron en la tarea de erosionar el apoyo del que goza López Obrador. Se vieron obligados a escoger a una candidata que ni siquiera es plenamente uno de ellos. Fueron por la que menos “desentona” con las mayorías que no pudieron quitarle a Morena. Se trajeron una manzana para hacer limonada.
Los que no quieren a la 4T comentan preocupados sobre la estrategia de campaña de Xóchitl Gálvez. Leo y escucho comentarios de lo que debería hacer o dejar de hacer.
Me parece que es pedir demasiado y, en cierta forma, descargar su propia irresponsabilidad en un cuadro político que no estaba en condiciones de echarse la obra de teatro sobre sus hombros o conducir la remontada histórica en un partido de futbol en desventaja. La derrota se había cocinado a lo largo del sexenio.