Saco punta a mis dedos, he perdido un poco de tino, se me ha caído algo de cabello, entre el monte y la selva no sale el ser humano sin rasguños. El simio que habita en mi, escribe reclamando sus propias palabras.
Escribir es ir a alguna parte, se sepa o no se sepa. Habrá quien trae la dirección correcta, pero también hay sujetos que escriben sin saber a dónde dirigirse ni qué van a comprar y pegan. Cada uno ama lo que entiende. Las calles tienen puntos cardinales y uno escribe al azar. El cartero sabe que siempre hay una carta en blanco. Hay miles de ellas en las oficinas de correos. Sin remitente ni destinatario.
Tanteando la distancia en un terreno poblado, escribo sin cuidado antes del punto final. Iré bautizando aposentos que creo ver o que imagino, pondré el vacío delirante de una noche cruzando el puente sin río, el valle de pequeñas luciérnagas manejando letras en el espacio urbano.
Un día buscando el cómo, para por fin saber el nombre de las cosas, me preguntarán cómo es que pude ver el barro, luego el piso y por fin el edificio que construyeron antes de este teatro. Todavía estoy en el papel, puedo decir que abordo la cristalina idea de la razón que, puesta en la cabeza, pide un vaso de agua.
¿De dónde saldrá el tiempo que está por transcurrir con su carga de inventos capaces de ser reales? Cuando la escritura es letal, miles de voces participan detrás de un diálogo, la utopía llena las ánforas de posibilidades en un párrafo. El tiempo se detiene, la incertidumbre se pasea por el guardarropa, la máquina de escribir expiró, se hizo polvo, escribí en el polvo, esto lo digo de memoria antes de que se borre.
¿De dónde saldrá la ocurrencia moviendo la calle, el sombrero de astronauta, apoyado en un pie viendo la alameda llena de personas? Sabrán lo que dicen las paredes de la ciudad dentro de mil años en una guía de turistas.
Al formarse una frase se identifica el algoritmo y comienza la guerra. Miles de palabras salen al campo de batalla donde son sometidas si no dan el ancho, si nomas nos quieren picar los ojos. Entonces las palabras brotan de donde brotan y se escribe en contra viento, en contra de uno mismo.
Escribir es tomar los elementos claves y dejarlos jugar. Es claro que se escribe ficción, el realismo en realidad no existe. Hay miles de formas de decir y callar, la palabra es una fuerza muy humilde y humana, pero es la herramienta más poderosa del hombre.
Todo texto es literatura si contiene una o más palabras. Ahí cabemos todas las personas, se acomodan las cosas, los coches, las casas, en una palabra cabe un helado y unos labios, un poco de sal y de sol cabe en un verso.
Literatura es, antes de escribirse, la premonición de los instantes, el texto es ya la vida moviéndose en el sentido contrario a las manecillas, como se afloja una tuerca. Una palabra junto a otra suelen hacerse compañía siendo contrarias y desechadas por la concurrencia.
Una sola palabra salva el espectáculo, un nombre, una fecha, una señal que indique la cantidad , la especie, el peso, el sí que lo cambia todo. Antes de escribir el simio que hay en mi escribe. Ignoro si soy ese que ahora pone mi nombre en el pie del texto. De todas formas lo pongo.
Hay algo que no logro entender, pero no importa. En esta parte del tiempo saco punta a los dedos para continuar escribiendo. Soy el hombrecillo que soy, ficticio, borgiano, y en la sombra de la pared veo al simio.
Aquí, señoras y señores, antes del presente sueño hubo otro sueño y pasaron otras bandas en sus motocicletas por el planeta. Siento las manos acercarse a los manubrios, encender y arrancar a gran velocidad entre los dedos, donde las palabras sonrientes al invocarse existen.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA