Hace algunos años, en una clase de Doctorado en Educación que impartí en el norte del país, tuve un alumno mayor que yo, de nombre Víctor. El es un alumno particularmente participativo, dado que ya era éste su tercer doctorado. Cierto día hablábamos en clase sobre el socialismo, y nos contó de primera mano lo que es vivir en un país socialista de primer mundo como lo es la antigua Unión Soviética.
Resulta que a principios de los 80´s Víctor, entonces soltero y recién egresado de la licenciatura, ganó una beca para estudios de posgrado en Rusia, específicamente fue a Moscú. Entre algunos conocidos consiguió el teléfono de otro alumno mexicano también becado del CONACYT, para llegar con él en primera instancia. Y así fue, su amigo lo recibió en su departamento.
Por aquél entonces, salían del crudo invierno y, gracias al socialismo, todos los departamentos de la ciudad tenían calefacción integrada, del mismo modo: vales de alimento, educación asegurada y transporte gratuito. Para Víctor eso era increíble, comparado con México. A los pocos días recibió una tarjeta precargada con ciertos puntos, que le permitiría viajar de su domicilio a su escuela de manera gratuita.
Víctor estaba encantado con tantas ventajas que ofrecía el sistema socialista, pero el choque ideológico sería aún más interesante. Por ejemplo, después del invierno llegó la primavera, y para los rusos el atroz calor de 20 grados los estaba derritiendo. Cierto día, iba caminando en una plaza pública, y miró con gran asombro como una afligida mujer mayor, cargada con bolsas de mandado, se acercó a una fuente, se quitó la blusa, se desnudó el torso y se echó agua para refrescarse.
La mujer al sentirse observada la dijo: скользкий, que significa “baboso”, por mirarla atónito. Víctor, se lo comentó a su amigo, quien se carcajeó y le dijo que eso era muy natural para los rusos. En el sistema socialista el estado es dueño de todo, absolutamente de todo, incluso del cuerpo; y para evitar los tabús que se generan debido al sexo, éste fue resignificado en su cultura, de manera que no les creara morbo alguno. Así, se evitarían muchos dramas por el sexo.
Esto, le pareció aún más interesante a Víctor. Al poco tiempo, descubriría lo que sí representaba un morbo para los socialistas. Una tarde en cierto festival del barrio, al saber que él era mexicano, le insistieron para que cantara una canción tradicional de su país. Le ofrecieron un traductor para saber el significado. Mi buen exalumno, decidió cantar “Mujeres Divinas”, de Martín Urieta. Pero al poco rato de haber iniciado su canción le apagaron el micrófono y no la terminó. Le dijeron que huyera para que no lo encarcelaran. La razón: la melodía hablaba sobre alcoholismo, tema tabú en Rusia. Y es que, en el socialismo, no es permitido que el hombre, considerado mano de obra del Estado, deje de ir a trabajar por emborracharse.
Pasaron los meses y Víctor se enamoró de una joven rusa. Ella no tuvo mucho problema en irse a vivir al departamento de mi exalumno y su amigo. Y, como el departamento tenía calefacción y ambiente agradable, solía pasearse en él desnuda. Solo que a Víctor no le pareció y le pidió a su novia que, por respeto a su amigo mexicano, usara al menos, las camisas de él. A ella le pareció gracioso, pero aceptó “Ay Víctor” le decía mientras torcía los ojos, “No entiendo tus ideas latinas”. Pero le daba el gusto, al vestirse como le pedía.
Cuando cumplieron algunos meses, su novia lo invitó a una ciudad cercana de donde eran sus padres. A ellos se les hizo sencillo irse desde el viernes por la mañana para aprovechar el fin de semana, pero Víctor se sorprendió que su tarjeta de transporte no le permitió viajar más de 60 kilómetros a la redonda de su domicilio, y mucho menos en horario escolar. Así que ambos se las arreglaron para pedir otra tarjeta y llegar a su destino. Y es que, en el sistema socialista, todo está controlado, incluso, tu desplazamiento. Los “trabajadores” o “estudiantes” no tienen permitido salirse de sus rutinas.
Al llegar a casa de sus suegros. Le dieron la bienvenida en casa, donde le esperaban el papá, la mamá, el hermanito y la hermana de su novia… desnudos. “Ay Víctor”, le decía su novia ante la cara de sorpresa del mexicano. Como era de esperarse en Rusia, el anfitrión se sintió incómodo, y le pidió a su hija que hablara con su novio para que, por cortesía, por “educación”, también se desnudara. No es broma. Mi exalumno no sabía ni cómo lidiar con el tema, así que llegó a la negociación de quedarse solo en calzoncillos.
En la clase en la que nos contó todo, le pregunté que cuál había sido el problema más grande al que se había enfrentado con su novia en ese choque ideológico. Y me dijo que fue el aborto de ella. En el socialismo, hombres y mujeres son considerados fuerza de trabajo, solo eso, son cosificados hasta en lo más íntimo de su ser. Decisiones como tener hijos interfieren en el trabajo de las mujeres, así que el estado socialista no tiene inconveniente en fomentar los abortos.
La novia de Víctor simplemente lo abordó así: “Víctor, dame dinero porque voy a ir hacerme un aborto”. El se quedó en shock, pensando: “Voy a tener un hijo en Rusia, pero se me va a acabar mi beca y me tengo que regresar a México… ¿Cómo voy a hacer para verla y conocer a mi hijo? ¿Y si pido una extensión?”. Ella interrumpió sus pensamientos y le dijo: “Me lo das tú o se lo pido a mi papá?”. Víctor no lo podía creer, ella ni si quiera lo estaba contemplando en la decisión. Sólo quería el dinero para el procedimiento, le parecía de lo más cruel.
Le pregunté a él que si por eso terminó con su novia. Y me contó que no, esa no era la razón, si no la ideología socialista de que el estado posee todo, incluso sus cuerpos. Me explicó: Un día, íbamos en un autobús muy lleno. Íbamos parados. Un hombre se aceró a mi novia por detrás y, como si fuera metro de la Ciudad de México en hora pico, se le repegó a la chica. Ella no emitió ninguna respuesta. Víctor le sugirió cambiarle de lugar, pero ella se negó.
El usuario ya con cara malintencionada, se le volvió a repegar, y ella no reaccionó. Víctor volvió a pedirle que cambiara el sitio, pero ella nuevamente se negó y retorció los ojos. Por tercera vez, el tipo se le pegó por detrás. Víctor, molesto, le dio la orden a su novia de cambiarse de lugar, pero ella le dijo “Ay Víctor, tú y tus ideologías latinas”. Él se bajó molesto del autobús y esa fue la última vez que supo de ella.
Y es que, anteriormente ella le había explicado que veía muy mal esas ideologías latinas de Víctor, en las que el hombre posee a la mujer, la objetiviza o la hace de su propiedad. Que al casarse esa mujer le pertenece a ese hombre y solamente ese hombre, y viceversa. En un estado socialista eso no sucede así.
Hombre y mujer son fuerza laboral del Estado. El Estado es prioridad, dueño y señor de todo: de tu alimento, de tu vivienda, de tu energía doméstica, de tu transporte, de tus estudios, de tu tiempo, de tus decisiones, de tus hijos, de tu cuerpo, de tu autonomía, de tu poder de decisión, de tu capacidad e intención de reproducirte, de tus valores, de tu in-religión. De todo, y todo es todo. Y, para ello eliminaron el morbo del sexo, en cambio, prohibieron el alcohol, porque bajaría la producción laboral para el Estado. Solo el gobierno determina dónde, cuándo y cuánto beberlo. Desobedecerlo implica cárcel.
Entonces, no es que el Estado socialista te “regale” o te “provea”, en realidad, te posee y te mantiene en una trampa, en una “jaula de oro”. Y solo hay que ver, decía Víctor, a los estados socialistas en Latinoamérica, donde no son primer mundo, donde no hay todos los privilegios que sí había en Rusia. Básicamente, su gente quiere escapar de ahí.
Entonces, Víctor, ¿Por qué te regresaste? ¿Por qué no te quedaste en Rusia, si te ofrecieron renovar la beca otro año? ¿No está “padre” que te den todo gratis? Su respuesta fue contundente, mientras sacaba de su cartera un par de tarjetas de crédito bancarias: No. Prefiero mil veces el capitalismo con todos sus errores. En el capitalismo yo decido dónde y cómo echarme deudas y con qué banco. También yo decido cómo y cuándo pagarlas, pero es mi decisión. No permito que otros decidan sobre mí, mucho menos el despersonalizado gobierno.
Claro que en la administración pública capitalista también hay corrupción, porque mientras haya maldad habrá corrupción, y eso es inherente al ser humano, de sus valores o antivalores. Pero, al menos, esa libertad de decidir y poseer es del hombre pensante; que, si tiene la suficiente madurez y capacidad intelectual, puede poner un negocio y progresar. En el socialismo, no funciona así. No hay negocios, no hay marcas, no hay competencias. Solo existen gobiernos que ejercen lo más parecido a dictaduras vitalicias.
Afortunadamente, la ex Unión Soviética comprendió muy bien que ese sistema no funcionaba, por eso se generó la “Perestroika” (que significa revolución) en 1985, de la mano del presidente Mijail Gorvachov. Poco después pasó algo impensable: anuncios publicitarios de McDonalds y Coca Cola en la Plaza Roja le dieron la vuelta al mundo. El capitalismo había llegado. Espero, de corazón que México no sea el siguiente “paraíso socialista” de América Latina que propone la izquierda. El sistema capitalista “neoliberal” por supuesto que no es perfecto, pero al menos, no mutila el derecho más importante del hombre: la libertad.
POR. DRA. DULCE ALEXANDRA CEPEDA ROBLEDO
Investigadora y Docente Universidad Autónoma de Tamaulipas