En lo que escucho el canto canónico de las palomas en el árbol de afuera- amanece con prisa y los grillos se dispersan- pienso en si no estaré viviendo en una jaula. Si agrando la jaula, cabe el mundo con el refrigerador y todo. Pero creo en mi jaula invisible con vista panorámica al entorno.
Jaula sin barrotes, sin estructura física sino intelectual y Metafísica. Con algunas condiciones más o menos benévolas yo podía interpretar la existencia de un animal atrapado en su ego. Adentro de la jaula el león observa los barrotes y avanza mordiendo el hierro de un recuerdo en una retorcida taza de café.
Aquí todos somos aves con la nostalgia de alas todavía en los brazos. Estoy sobre una cornisa que vuela y da al patio desde donde puede ver otras cornisas. ¿Podrían decirme si hay un gato cerca?
Sobre los primeros rayos del sol se tejen las miradas que comienzan a ver las mariposas de colores y los jardines de babilonia aún no escritos, pero sería lindo que alguien lo escribiera. Desde hace rato los perros intercambian preludio ladrando contra depredadores del silencio como una máquina caterpilar y el taladro del inquilino.
Todavía no pasa el de las “escobas y escaleras, trapeadores, plumeros para polvo, esponjas para lavar carros, cubetas, cepillo para el baño, destapacaños, franelas, estropajos” , y todo en un triciclo como en un cuadro de Marc Chagal, como una gran nave interestelar.
A veces creo que estamos adentro y no afuera. Con el cuerpo la tierra hace polvo para jardines, la tierra es un cántaro reciclado. Puedo salir creyendo estar afuera de mi y en realidad estar mas adentro como espina de cactus. Hasta el último momento.
Pensando construí mi puerto y mi océano. He dejado libre mi pelo y crece sin control. Mis manos son libres de atar y desatar la armadura de hierro, capaces de romper un cerco y decir todo lo contrario y morir con eso que llamamos pensamiento.
Estoy aquí en un lugar del aire. Salto un muro y veo al que vende escobas chingándose un almuerzo, me regreso. Como un dron de última generación alcanzo a sonreír a la generación de robles, álamos y nogalares. Cerca hay un río donde podremos hacer descansar a los animales y pernoctar. Está con máuser.
Y todo eso está con el viento donde hay un fondo con música de toda, los colores que aún no se han visto, el olor de la guayaba con la del mango que fue y vino. Se filtra la música y la algarabía del contenido del YouTube inunda el rollo. Desde aquí cuento de una por una a las personas en su infinito desfile de modas.
En tal anuncio comienzo a recordar la ciudad. Antes de llegar a cualquier parte uno reparte recuerdos infantiles, olores de chicles. Antes de volver en mi, reconozco la sombra de la calle larga, mis pasos espaciados y espaciales, mis fotos iguales, llegando a mi de nuevo.
De aquí a la realidad en la imaginación hay recurso infinitos, uno conserva las alas, el pensamiento gratuito si así se quiere, el sitio, el momento y todas las razones y las cosas con las se puede ejercer de real al ir a comprar unas galletas de animalitos.
Pero estoy en la cornisa con los zapatos puestos, y mi camisa desabrochada se inquieta como un papalote. De niño fui helicóptero y helipuerto. Estoy aquí en la sede de mi última caída pensada. Cerca de lo prohibido, desde las líneas amarillas, al borde de las leyes reglamentarias de mi jaula de barro, descubro mis últimas caídas.
Estoy a punto de emprender el vuelo y de tomar el curso de los acontecimientos sin ver el pronóstico del tiempo. Es lo mismo. Qué tontería, con una pluma no se llega muy lejos a bordo de un dibujo del ferrocarril. Pensando he ido más allá de lo que escribo, pero cuando escribo sin pensar el viaje inexplorado se paga solo, en el primer vagón dan chescos y todo.
HASTA PRONTO
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Por Rigoberto Hernández Guevara