CIUDAD VICTORIA, TAM.- Corrían los primeros días del nuevo milenio y el Caminante, entonces un chaval escuálido y bigotón de 26 primaveras, finalizaba una visita al entonces Distrito Federal, y caminaba por los pasillos de la enorme Terminal de Autobuses del Norte de chilangalópolis.
Había llegado con media hora de anticipación para abordar su camión hacia Ciudad Mante, luego de disfrutar de paseos y smog sazonados con aroma a tacos por las avenidas de la gran ciudad azteca.
Como era su costumbre, pasó a checar el número de autobús al mostrador de los Omnibus de Oriente; para luego dirigirse a la sala de espera número 7, frente a los andenes de esa empresa de unidades color verde.
Todo parecía transcurrir con normalidad, hasta que la señorita de la taquilla abrió ‘tremendos ojos’ al cotejar el boleto impreso y su información en la computadora. – Me informan que esa unidad ya se fue – dijo la joven mujer con voz muy baja. – ¿Ya se fue? pero si la salida es para las 8:45 y de la noche y apenas son las 8:15 – preguntó el Caminante, que desde entonces ya le encantaba alegar, y mostrando el boleto impreso.
La empleada de la línea no supo qué responder y tras varios minutos de estarle ‘pique y pique’ a la computadora decidió checar con sus superiores.
Diez minutos después llegó un tipo encobartado con ‘mal de pinto’ y barbón, que con su folclórico acento capitalino trató de explicar que todo se debía a un error del sistema.
Cuando estaban a media rebatinga, llegaron los demás pasajeros entre ellos un muchacho veinteañero, muy preocupado por el incidente. – ¿Y no nos puede poner en otro autobús? – dijo el joven. – Sería hasta mañana en la mañana – respondió el encorbatado. – Oiga pero no se vale, no es un error de nosotros – dijo aquel muchacho morenazo y enchamarrado – ademas yo no traigo dinero para el hotel y no nos vamos a quedar a dormir aquí en ‘la central’.
Los demás viajantes apoyaron al joven aquel, que con facilidad de palabra ideó una solución al problema. – Oiga ¿hay alguna salida a Tampico ahorita? podrían llevarnos allá y de ahi al Mante – dijo el joven.
Ya un poco preocupado el empleado de ‘Oriente’ hizo una búsqueda en la computadora y efectivamente encontró otra corrida a las 9:30 pm hacia el puerto jaibo, con lugares disponibles.
Luego de pedir autorización asignó a los viajantes los asientos necesarios, e imprimió nuevos boletos con un papelito adicional con el que la empresa se comprometía en transportarlos de Tampico hacia Ciudad Mante.
Contentos por haber sorteado ese imprevisto, abordaron la unidad y partieron desde ‘Nuevo Tenochtitlan’ hacia la tierra de las jaibas y las tortas de la barda.
Junto al Caminante se sentó aquel carismático joven que inteligentemente había abogado por sus compañeros de viaje e iniciaron una larga charla con incontables temas, desde la comida mantense hasta chistes colorados y dos que tres confesiones.
Como pocas veces, El Caminante había encontrado en aquel paisano a una persona con gran intelecto, elocuencia y picante humor, con quien poder conversar e intercambiar impresiones de manera ágil y amena.
“Hay que vivir la vida a como dé lugar, uno nunca sabe si mañana te vas a levantar o no” fue una frase que usó el muchacho aquella noche.
Al amanecer, y después de algunas horas de sueño, los tirantes del puente Tampico saludaron a los viajeros. El Caminante y los demás pasajeros pasaron a preguntar por la siguiente corrida a Ciudad Mante, la cual saldría en poco menos de una hora.
El ahora reportero y su nuevo amigo decidieron salir a almorzar algo y siguieron con su plática.
Poco después del mediodía los pasajeros por fin llegaron a la urbe cañera.
El Caminante se despidió del joven camarada, contento de haber compartido con aquel compañero su ‘chocoaventura’ del DF hasta su caluroso pueblo natal.
Un par de ocasiones, volvió a ver de lejos al muchacho en el centro de aquella pequeña ciudad, y levantaron el brazo en señal de saludo.
Ese muchacho elocuente y simpático, llegó a ser veintitantos años después, alcalde de Ciudad Mante, y apenas el viernes murió víctima de un ataque con arma blanca.
Noé Ramos se llamaba. Realizaba actos de campaña en la colonia Azucarera, a unas cuantas cuadras de la casa en que vivió el Caminante su infancia y adolescencia.
Los responsables materiales e intelectuales, los motivos, las circunstancias y los pormenores de este despiadado crimen tal vez salgan a la luz, pero ya de nada servirán pues no traerán al buen Noé de nuevo a la vida. Esa es la realidad de nuestro país: nadie está a salvo.
POR JORGE ZAMORA