Había una maestra que enseñaba a callar en todos los idiomas. Usaba un método contemplativo que complacia al ego como un recién nacido cuando escucha una rola del Cartel de Santa. No creo sea para tanto.
Los maestros lo marcan a uno de todas las formas. Por un tiempo, según la maestra de tercero de primaria, fui “cabeza de alcornoque” sin saber qué quería decir alcornoque, nunca le pregunté, nunca lo supe, era joven y piel, como la canción de Napoleón.
En fin. Hace unos días fue día del maestro y los niños desde primer año saben que ese día no hay clases y que algunos maestros celebran por todas partes el día en que se celebra a los mentores en vida y se recuerda a quienes no están, pero los que están según hayan sido serán recordados.
Con el reconocimiento que la ciudad le otorga, el maestro- en este caso maestra – anda por la calle. No tarda el ex alumno que la encuentra y le repite la entrevista. Ella fue jubilada hace 20 años y del chavo no se sabe, tuvo una regresión en ese momento y echó a correr por su sangre las materias que debe en la prepa, pero le dijo a su ex maestra que sacaba puros dieces.
En la memoria del ex alumno, al ver de nuevo a la maestra, están el portón de entrada, los aretes de oro de ella, creo. También recuerda al Maestro que decían era novio de la maestra. Ella en contra parte no se acuerda del joven y qué bueno. Pasaron los años y el tiempo destruyó la ciudad donde vivieron. Se ha ido reconstruyendo como todas las ciudades con parque zoológico y el calor todavía ahí quemando hizo que se vendieran más las sombrillas, los toldos y las paletas heladas en el bulevar.
Nadie recuerda el polvo que entraba por las ventanas de la escuela y salía por las otras, ni la temperatura descalza a 40 grados como siempre jugando una reta, y luego la fila del bebedero lleno de huercos donde se daba eso de comenzar a volverse hombres, según ellos.
Los niños de hoy como los de ayer desean ser maestros, pero el proceso docente avanza rápido rumbo a la práctica digital y ya es imparable. Las funciónes de un maestro serán otras, iguales de importantes y quien sabe.
Los niños quieren ser como los dibujos manga, un super héroe extraño, extremo y profundamente poderoso. El maestro dejó de usar la regla junto al reglaso. El control de un grupo requiere de la magia de un maestro, maestros monstruosos que, con verlos, los muchachos más que atroces guardan silencio para siempre. Por cierto, esos profes son luego los más amables.
Con el tiempo el maestro en forma, el escolar, va diluyendo la narrativa magisterial. Comienzan a destacar grandes maestros en los libros y hoy en día el Internet ofrece un manjar de conocimientos y un paraíso informativo e inteligente. Esa es la realidad. Cada uno se forma al gusto, el menú está servido en una pequeña pantalla.
Maestros que enseñaban también a bailar, a cantar el himno, a desenredar el yo-yo, a brincar la cuerda, eran consagrados por la algarabía de un trompo en la uña. Los maestros enseñan la pasión del juego, el sentido de la letra con la vida en una casa extra.
Los maestros de la vida están en la lista más larga entre quienes nos enseñaron a tirar guante, a pegar bloks, a abrocharnos las cintas de los zapatos, a saltar una llamarada de petate, a movernos como peces en el agua.
Entonces la providencia o uno mismo por así convenir a los intereses, coma, busca sus propios maestros y los encuentra. Punto y seguido. Entonces, es sano, además natural, que con el tiempo usted reniegue y se crea más que el maestro que le enseñó a sacarle punta al lápiz . Punto y coma. Eso le bastará para comenzar a ejercer su propia carrera magisterial enseñando a cruzar una calle y luego otra a cualquiera que así lo requiera. Así es esto.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA