Traigo una mano ocupada. Y la otra libre es un ave. Sé poco de pájaros, pero la mano libre debe ser un pajarillo de blancas alas, de balcón en balcón sujetando mi cuerpo. La mano ocupada, la traigo con una moneda de dos pesos, siempre huyendo de los cobradores.
Mis ojos traídos desde la altiplanicie ven desde arriba. Abajo un mercado rodante recoge el viento de un fin de semana. Las hormigas pasan por abajo de los zapatos y en un tercer plano borroso hay lo que parece ser un pedazo de papel sanitario.
Adentro del cuerpo, en el interior de la cueva profunda, aferrados a la caja torácica distintos tejidos se organizan para la próxima fiesta. En la intimidad. hay mucho en juego y todo lo que cae en el estómago sale absurdamente absuelto. Adentro del cuerpo vivimos una vida que no vemos.
Con lo que dicen que soy voy cambiando a cada rato. Como los pulpos que no sólo cambian de color sino de forma. Y ahí atrapan al delincuente. En mis pies de unos miles de kilómetros, quizás más, busco donde no hay que buscar, ahí vive la memoria de las piedras y los vidrios, la historieta de los zapatos apretados con un agujero para el aire acondicionado.
Hay estacionamiento para lentes a la entrada de una mirada perdida en unos ojos negros y cómo no. Está ahí el cabello suelto, como un corcel en la pista del circo, y yo anuncio desde ahí el pronóstico del tiempo, la hora y el día de un cumpleaños.
En la misma cara absorta que a veces parece otra, mis fosas nasales se especializaron en olores del lápiz ticonderoga y el libro nuevecito de primaria, en el olor verde del pasto y el agua en una gota, como una lágrima. De aquel tiempo es la tinta en sangre que traigo para pintar el paisaje, si hay chance. Está oscureciendo muy tarde.
He tapado un poco las imperfecciones de mi cara, de suerte que podrás recorrer con tus dedos mis mejillas que dan a un aguacero. De mi boca sale fuego como de traga fuego de crucero. Bajo la luz mercurial circula la nostalgia de todos los besos y de los puñetazos a mano cerrada y con granos. Circula un millón de dólares, un autobús, un río en la última postal que publicó Correos de la laguna del carpintero.
De nuevo estar en este mundo es reconocer una caja de Cerrillos antes de encender un cigarro. Es lo menudo que pasa cerca de la cara, una mosca, el sonido del taconeo al fondo del pasillo, el grito de un joven en la puerta vendiendo el periódico.
Para ver el silencio se construyó una banqueta donde después habría una fila para entrar y salir de este mundo, los labios temblorosos pasaron una noche afuera del hostal. Traigo tenis , nadie escuchó cuando llegué desde el año pasado. Por un hoyo penetra el ruido.
Sumergido así en agua de horchata la imaginación cree en el espejo, gracias a eso me descubrí zapato roto, bicicleta búfalo, nube viajera camino a la escuela, vuelto iguana, hilo, pedazo de concreto donde se espera el transporte urbano. Gracias a ello sobreviví a la espera, porque la vida es espera única, la espera encima de la barda, en la banca, sobre una piedra, afuera de un supermercado.
En el desplegado que anuncia la amplia calle, el doblez del apergaminado documento borró la tienda de la esquina luego de unos cuantos años. No sé cuantos. Para esta fecha hay más puertas pues hay más personas en el barrio, se establecieron frente a mis ojos los años como un carro que pasa muy rápido por enfrente de todos.
Traje aquí a esta casa el espacio ganado a pulso, el pulmón en el último piso, la risa de todo y por nada, la vida, la pelea a mano pelona, el impulso que habla, el cuerpo completo supongo, los tenis que había dicho, nuevecitos, antes de todas las carreras que he visto, calles que antes fueron reformas estructurales, tenía que decir, sobre un tejado algo que parecen ser los tenis con aire acondicionado.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA