La envidia de todos tan temida aparece en gran parte de los ámbitos cotidianos. Hecha con palabras, o ejecutada como una reacción al carro del año que el vecino compró, la envidia se pasea con su contrapartida para vender cara su derrota ya perdida.
Los envidiosos dicen que el carro adquirido por el vecino es de los chafas, además dijo el de enfrente que «a ver cuánto le dura, si es bien pedote el vato». Los envidiosos callan la chinga que los envidiados llevaron sin perder la vida en el intento para dar el enganche del carro. Pero lo compraron adrede para ver la cara del vecino de al lado que es bien envidioso y les cae bien gordo. Nadie sabe en qué trabajan envidiosos ni envidiados, me dio envidia preguntarles.
La envidia no únicamente desea los bienes materiales y espirituales de los demás, seas quien seas, sino que desea el gran poder, la extraña sensación de felicidad del poseedor. De niños querían la pelota que el vecino rebotaba en la banqueta, ni siquiera le pegaba con chanfle. Cuando les compraron la pelota igualita, la abandonaron. Es la biografía no escrita de los juguetes que años después son encontrados por accidente abajo de la cama.
La envidia existe desde Caín con su mandíbula de león, quien fue y se apersonó ante Dios para reclamar equidad, igual hicieron los carnales de José el soñador, a quien vendieron a unos mercaderes, la envidia corrió en el cuerpo de Dalila y los filisteos aquella noche lluviosa en que a Sanzón le mocharon el pelo.
El otro escenario es la ausencia de envidia. Si la envidia por alguna razón se tarda, se le extraña. Algo anda mal porque los perros no nos ladran Sancho, ¡ya jubílate Quijote! El caso es presentarse a la Pary con el último grito de Gucci o del otro que dicen fue muy pobre, Louis Vuitton.
La envidia es la invitada especial de todas las pachangas. El vestido de la novia es prestado, no le queda ese color amarillo pálido a una morena, a usted qué le importa, le retacha otra, en la otra esquina están los hombres, esos seres indefensos que no se quedan afuera y están peleados a muerte con su compadre no más porque metió a sus hijas a una escuela de paga. Es neta.
La envidia y el envidioso caminan con el envidiado que siente los catorrazos, el zumbido en los oídos, la grilla laboral, la vulgar mentira, la infamia, las ganas de que no exista otro, acabar con su vida en un callejón oscuro y salir libres, claro, envidia y envidioso. El envidiado, como es costumbre, es salvado por quien suscribe el presente.
La envidia adquirió las modalidades que han querido etiquetarles, de ese modo son individuales y mundialmente conocidas las puñaladas traperas, el matanga dijo la changa, etcétera y en sentido contrario se han enriquecido aquellos cuya condición única les permite hacer lo que nadie ha logrado en el mundo. Abajo una legión de ciudadanos desea ser como ellos.
Cuando te enamoras, lo primero que aparece frente a ti es la envidia de cada una de las personas que no pueden verte feliz y la crítica es una piedra en el aire. La envidia explicable dice ser de la buena, pero de la familia, la envidia inexplicable es la más atención nos llama. Mejor ponernos a jalar en lugar de andar envidiando nada .
De origen bíblico, la envidia posee dones de la maldad y juega en la orilla de los delitos, alguien desea lo imposible y lo consigue a como dé lugar, puedes tener nada y haber gente que desea tu nada en la mirada, esos brazos delgados, la forma de andar, el aguante, la risa despiadada y barata, el control del balón y el tiro de zurda, el público aplaudiendo. Hasta a mi me daría envidia.
Estoy creyendo que para la envidia es igual poseer que no tener absolutamente nada. Un día llega la envidia y ya te la sabes, saca el celular para criticarte tu Nokia del año del caldo contra su IPhone nuevecito todavía en la caja.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA