Si el mundo existe, así como nos lo han dicho y como lo leemos, entonces todas las cosas y lo que siento hacen los hechos que escribo. Alguien, no sabría quién, estaría en el otro lado creyendo lo que digo acerca del breve espacio en el cual vivo.?¿Lo creería realmente, yo mismo lo creería?
Se nace con la duda y empieza la búsqueda.
¿Quién soy para confirmar o descreer de esta vida?
Y es que hay pruebas palpables de la existencia. Incluso de la mía.
Escriben los que vivieron, quienes existieron, ahí estuvieron escuchando, quienes observaron con el telescopio propio y único, los que tocaron y movieron los cuerpos hasta el último aliento. Nos habla el pasado
desde sus puertas cerradas, nos muestran credenciales vintage roídas por el pasado, por la derrota y el derroche inevitable del tiempo.
Nada es verdad, del otro lado había un paraíso en una botella. Habían los deseos nuevos, no estrenados, las contradictoria razón, la ignorancia, el no saber quién se es, ni qué hacer. Si el mundo existe, soy el que escribe, y si no, soy quien se sueña.
El pasado es borrado de un plumazo y la motoconformadora aborda los gastados edificios del centro de Dinamarca. Todo deja de existir y cambia. El tiempo sin embargo se encarga de que nada vuelva. “Nada vuelve”, en la voz del poeta José Emilio Pacheco.
Nada vuelve, si vuelve no es el mismo.
Nada vuelve, pues si vuelve, lo que encuentra al volver, ya no es lo mismo. Nada es entonces.
Nada fue entonces ni lo es ahora. A cada instante un mundo deja de existir y otro desconocido existe.
Todo vuela, le salen alas, se va con la finta, se extravía, queda un árbol en el tiempo listo para otra parvada de patos. Entonces en qué momentos se existe y qué caso tendría conocer el sabor de una sandía o el olor de la guayaba como la describió Gabriel García Márquez.
Miguel Bensayag en su “Agenda:
¿Funcionamos o existimos? La singularidad de lo vivo”, elabora un magnífico texto que nos hace reflexionar sobre la vida:
“Desde los campos de la biología digital y molecular se nos dice que las diferencias entre la vida y la máquina, entre la inteligencia artificial y la inteligencia animal, entre la vida artificial y la vida misma, están al borde de
desvanecerse. Los nuevos demiurgos nos hacen soñar con existencias liberadas de todos los límites, incluso de la muerte. Para ellos, ha llegado el momento de prescindir del mundo real y de la vida misma, ya que ahora pueden reducirse a los componentes de un mecanismo. Detrás de estas promesas de aumento de
la vida, en realidad, siempre está el mismo proyecto reaccionario: deshacerse de los cuerpos para, finalmente, alcanzar un modo de vida “postorgánico” que estaría basado en los datos y en los algoritmos.
Porque, en este vasto proceso de artefactualización, nuestras posibilidades de actuar, pensar, desear y amar
son las que se ven socavadas”.
De pronto somos el recuerdo erróneo de dos que nos vieron por la calle. Somos iguales a otros tantos miles y no nos creamos mucho, también somos nada al mismo tiempo,una nada que busca un cuerpo perfecto y lo pinta, y lo corta, lo hace pedazos, lo cambia por otro más feo.
Habrá que amar lo que seamos y no reprochar tanto el poco entendimiento, si somos verdaderos es poquito, como un gramo de oro, pero muy valioso. El plomo aún pesando mucho vale menos. Me queda la duda si una cosa somos nosotros y a la vez otros muy distintos haciendo lo mismo en círculos.
Tan divertidos y diversos.
HASTA PRONTO
Por. Rigoberto Hernández Guevara