El reflejo de los vidrios de los carros, el estallido musical de un cumbión en el 9 Hidalgo, el señor de Nueva orleans soplando al Saxofón afuera de las oficinas del ISSSTE, hacen creer que uno existe. La música de bocina- se ignora de dónde provenga, quién la trajo-, y el nombre del concursante que atraviesa la calle bailando como en la Zumba cercana a su casa, son reacciones anónimas del suministro urbano.
Después supe, la música proviene de una caja de cartón en contra esquina de un banco de madera, donde le dieron chance a una morra de que pusiera las canciones que quisiera. La música luego sale y en el espacio es un gran árbol donde se dan los pájaros.
Ya casi no hay urracas en este sitio, se mudaron, no sé, a una vida más tranquila en las grandes avenidas que recorren el valle. Desde tempranito, antes de que el sol salga hay banda en la plaza Hidalgo, en las bancas y en las escaleras del Teatro Juárez. Se inflan los pulmones con decirlo, tomo un poco de aire del que acaba de pasar por el quiosco donde anoche durmió un indigente.
Detenido ahí un hombre locomotora arroja humo al emocionante momento del semáforo en rojo. El nueve Hidalgo, si usted no me apura, es el mero centro capitalino. Si piensa en los cuatro puntos cardinales, la misma distancia hay de ahí al sur que al norte; al este que al oeste. Cuando llueve eso no interesa a las personas que corren paradójicamente a esconderse del agua que luego beben. Uno de cada cinco que pasan no checa el celular en este momento, corre el riesgo de ser saboteado, hackeado, clonado, enviado a Singapur en una lista de datos antes de cruzar la calle o de intentar lo que sea. Un oferente ofrece donas a un paseante de playera negra, pude ser yo. Pero lo he sido.
En reciprocidad el paseante observa el producto con profundo respeto mas no le compra por la misma prisa. Pásele señor de la risa, usted señora a la
Nueva Primavera, elija su vestido que no cualquiera. A un costado de la esquina un tendido de periódicos hace que usted tenga cuidado al dar la vuelta. Si va usted en un eterno y arqueológico camión azul pasa por ahí.
Despacio le parecerá inconfundible el escenario y hay gente como uno que nunca se habrán subido a un camión de los últimos históricos. De fierro y plomo, por lo cuidadosos que son para ir en segunda, lentos pero seguros, la historia absolverá a estos monumentos que van a la UAT y al Seguro.
Ahí, justo en esa esquina, no te muevas, haste más para acá , ahí bailó un indio que dijo venir de chalma. La neutralidad de ese cruce de calles, lleva gente de todas partes. Si cada uno recordara los pasos pasados por ahí, corriendo, cansados, descalzos, en botas, con Nikes aniquilados por completo o mejor triunfadores con prisa de llegar al inalcanzable éxito.
Al contrario son más los olvidos de miles de sucesos, encuentros, desencuentro, besos, cachetadas, trolelotes, hombres, mujeres, niños, mascotas, chavos de la prepa, pasajeros anónimos, canciones pasadas de moda, el modo de andar de las mujeres, el gorro, el sombrero que no casa en lugar de una cachucha. Es la ciudad completa pasando una y otra vez y dando vueltas, se ignora para qué el rehilete, y los miles de ciudadanos que eligen pasar por otras calles quien sabe de ellos, quien los considera población, gente ya censada, almorzada, en el sol tomando el mejor ángulo de la selfie.
Del grupo que espera cruzar el nueve, fácilmente se forma una escolta con su paso redoblado y la participante que nunca llevó el paso. También se podría firmar un equipo de voli bol, una pequeña pandilla, un grupo de apóstoles, la porra del corre, y el que en solitario únicamente desea comprar un chicle en la Farmacia.
HASTA PRONTO