No soy Kafka pero eso es lo de menos
Cultivo sensaciones muy sencillas. Bajitas y en silencio. Así, poco a poco me acerco a un capullo que nace. A flor de tierra pego el oído y escucho el canto del planeta. En serio. Arriba es igual que abajo, me obligan a pensar que es en donde mismo.
Abajo, es más difícil llegar por lo abrupto del terreno, por la humildad que ocupa hacer un viaje a la vida de las mínimas cosas, a lo que hay y hubo entre la hierba, el olor verde intenso a quemaropa de las narices. En horas en que los escarabajos, como Kafka o como yo, tienden la ropa.
La nariz pegada al suelo hace el aire que mueve un pelo. Un pez raro fuera del agua es extraído del sueño, el cuadro incompleto esta en penumbra. Se escucha la voz alta de personas que se acercan discutiendo.
Abajo, infinidad de insectos se ponen al tú por tú con uno, cualquiera que sea el sujeto, con afanes de sobrevivencia. El ambiente rispido y húmedo de abajo de los árboles me recuerda el mundo grande. Una oruga de origami cuelga del paisaje, el suelo bajo el pasto es una fantástica historia de pequeños bandidos, pero también de poblaciones completas dominadas por una reina negra.
¡Qué mundo tan inmenso y fantástico es el microcosmos! Sobre el tendido urbano, flota el aire con el mandado de la tienda, el kilo de chicharrones ya a medias, todo a la vez o de una oleada, como usted guste.
Es extraño que de de repente no haya nadie. ¿A qué hora volverán de dónde anden, quiénes son, antes de saberlo? El mundo tan poblado ¿y que pasaría si nadie vuelve de donde anda? No quiero adelantarme.
Arriba, la multitud de estrellas en lugar de ser observadas me observa, vivo con un horóscopo de este viernes, en la constelación de Orión que me hace perder en los naipes, tengo la impresión de tocar cada estrella, no puedo distraerme, podrían pasar un cometa o un satélite de Elon Musk, dueño de media ciudad peluche.
Desde temprano persigo el olor prometido, cultivo una rosa blanca en Nueva York con Martí. Estoy arriba en el tímpano de la campana, estoy hablando a las futuras generaciones en medio de la tormenta. Afuera me espera la patrulla que me devuelve la patria, quiero que me lleve aquí cerca, ¡bajan en la esquina!
Se ocupa entrenamiento para observar la procesión de fugaces y pequeños sucesos que ocurren como el corazón nos late. Cada parpadeo es un riesgo, una aventura es el movimiento de los dedos. Entre el presente que piso y la corta distancia del futuro incierto, la mano va llevando una bebida a mis labios.
Con ojos diminutos el día es inmenso, la tarde cae sin piedad en sitios de la casa donde la existencia se detuvo antes de la escoba, de que todos salieran a la calle. El temblor del silencio acompaña a los mosaicos solitarios. Los mismos ojos de escarabajo resbalan por el piso brilloso antes de alcanzar la perilla para entrar a la historia universal de la literatura.
Lo que más hay en el mundo son orillas, esquinas, huellas, banderas ondulando, el viento con tierra recorriendo las calles. Pero abajo he visto un vaso arrastrar su pedazo de plástico, los tubos hacen del hueco un puente donde el aire entra y sale, la luz fantástica es controlada desde un poste.
Desde arriba, por donde se ubican los lentes para ver las existencias y hacer un inventario, suelo escuchar el paso discreto del otro mundo. Escribo con tierra mojada, con olor de una vez, con el cuerpo chiquito detrás de una palmera, escondido de las hormigas depredadoras.
Estoy, según creo, adentro de una botella, esa es la sensación ahorita mismo. Al parecer hará sol todo el santo día señora, va a estar bueno para lavar. En mi personificación de Kafka juego abajo del ropero, en realidad no soy Kafka, pero eso es lo de menos.
HASTA PRONTO