CIUDAD VICTORIA, TAM.- Armando encontró el amor junto a una mujer mayor, el apenas entraba en sus veintes y ella vivía a mitad de sus treintas. A pesar de algunas discrepancias con su familia, decidió vivir en pareja con Rosario, quien ya contaba con dos hijos adolescentes.
El joven se acopló rápidamente a su parentela política y se incorporó al negocio de su suegros: la panadería. Con el tiempo llegó a ser un trabajador indispensable, pues aprendió velozmente no solo los secretos de preparar, amasar y hornear cada pieza, también fue instruido por sus cuñados y mujer a ponerse trucha para presupuestar, escoger proveedores y atender bien a los clientes.
Todo parecía ir sobre ruedas en su relación familiar y de trabajo, solo había un pequeño inconveniente, no tenía seguridad social. Su suegra lo convenció de que no era necesario pues, aparte de que había un médico en la familia, en caso de necesitar medicinas o enseres de curación, ellos mismos se lo proveerían.
El tiempo pasó y Armando siguió trabajando arduamente las calurosas jornadas que le imponía su chamba. El joven parecía tener una salud de hierro, pues muy de vez en cuando, quizás una ocasión al año, enfermaba de alguna gripa o diarrea, por lo cual realmente no le preocupaba ‘no tener seguro’.
Corrieron los años y con ello llegaron los pleitos de pareja, que a su vez se transformaron en broncas familiares y finalmente terminaron convirtiéndose en conflictos laborales.
Ya no había día que su mujer, ahora cuarentona, no le reclamara por cualquier asunto, ya sea por alguna merma en la producción, por celos o porque simplemente su relación sentimental se enfrió.
Sin embargo, su familia política apreciaba el buen trabajo que Armando hacía en la panadería, pues las finanzas y el desempeño del personal eran excelentes. Pero llegó un día que la situación se hizo insostenible y decidieron ya no ser pareja… aunque Armando siguió laborando en la panadería unos meses mas hasta que, doce años después, decidió separar su camino de ese negocio.
De un día para otro se vio desempleado, sin seguridad social y sin haber cotizado en el Infonavit, para hacerse candidato a un crédito y comprar una casa.
El hombre empezó a buscar chamba en otras panaderías, pero se llevó la sorpresa de que muchos negocios le ofrecían trabajo solo algunos días a la semana… y sin seguridad social.
Orillado por la necesidad, aceptó un empleo mal pagado y ‘sin seguro’… pues como le advirtió el patrón “estaría a prueba un tiempo” y de ser contratado, entonces si lo daría de alta en el IMSS.
Armando decidió echarle muchas ganas a la chamba y en un par de semanas ya se había ganado la admiración y el respeto de los demás empleados, pero del seguro, nada. Una mañana, que Mando caminaba hacia su trabajo, sintió un severo dolor en el abdomen, justo abajo de las costillas. Tan fuerte era aquella punzada, que tuvo que sentarse en la banqueta. Esa no sería la única ocasión que ese intenso dolor lo atacaría.
Por consejo de su amigos y de su nueva pareja, fue a atenderse a un consultorio de esos de la botarga bailarina. El médico le dio un diagnóstico contundente: “Usted tiene colelitiasis, o sea piedras en la vesícula, y por lo visto son muchas, usted necesita urgentemente operarse o de lo contrario podría poner en riesgo su vida” le advirtió el galeno.
Pero su patrón se negó a ‘darle el seguro’ y tras varios encontronazos y discusiones, Armando fue despedido. Ahora estaba desempleado, imposibilitado para trabajar por el dolor cada vez mas frecuente y porque había perdido mucho peso, es decir, enfermo y sin dinero.
Buscó incorporarse al IMSS – Bienestar y tras una serie de rechazos y trabas, logró que lo atendieran y lo programaran para una cirugía, pero tendría que esperar un tiempo pues uno de los quirófanos se hallaba descompuesto y no se contaba con los insumos necesarios para su intervención.
“Me dijeron que ni siquiera tenían algo para darme para el dolor, lo tuve que comprar por fuera, dicen que ni gasas tienen, hay mucho desabasto” contó Armando al Caminante.
Después de varias semanas sufriendo dolores insoportables, y tras conseguir tres donantes de sangre (el Caminante fue uno de ellos) finalmente al panadero “le pasaron cuchillo”.
Hoy, Armando se recupera poco a poco, con la ayuda de su actual pareja y el apoyo de su familia. “Nada de esto me hubiera pasado si desde el principio hubiera exigido el seguro en mi chamba, hay que ponerse al tiro, es una obligación del patrón, no es un regalo” dice el hombre aun convaleciente.
Ojalá que se recupere pronto y que esta mala práctica de los patrones sea eliminada. Demasiada pata de perro por esta semana.
POR JORGE ZAMORA