Nada cambia, el cuerpo toma forma, documenta su estancia en el planeta, siente calor y frío desde antes de que se inventara el termómetro y el pronóstico del clima.
Nos ponemos de acuerdo para elaborar en el tiempo los objetos comunes, imaginamos un mundo distinto al que vivimos. Somos un recorrido de la casa a la escuela y al trabajo, al parque, al aire libre.
Siempre hay alguien con prisa y otro platica tranquilo del clima y del viento que arrancó la marquesina cuando el «Beulah». La historia lleva consigo la ropa dominguera y la sonrisa siendo otra, en realidad no cambia al ser escrita.
Cambiamos de look, nos cambia el tiempo, cambia el sitio, el tamaño y la ración de alimento, cambia la habitación, la ciudad, el resultado del partido, cambia, el color la gente cambia pero nosotros somos los mismos. Únicos.
Lo que el viento se llevó fue la foto viejisima, pero no cambió la polvareda, los aguaceros, los truenos encima del tejado. Quedó el solar baldío en el mismo sito, pero el mezquite con la rama mocha dando a la calle fue arrancado de cuajo, el mundo es el mismo, el mismo para pisar y correr por las calles.
A lo lejos, desde una nave espacial las fotografías de la Tierra no cambian. Somos la relatividad microscópica, el mundo se mueve y acude a determinados lugares, gira, se traslada al fin de su realidad, pero no cambia. Seguimos siendo los mismos obstinados de costumbre, los que rompen un vidrio de la ventana más grande y afuera un bosque verde, un poco de agua sobre una hoja, un horizonte iluminado por el astro rey desde que el mundo se dio cuenta que es mundo y que existe.
El planeta tiene constantemente un árbol de manzanas, una Eva y un Adán con hambre, una hamburguesa peleada por una turba haciendo fila, es el planeta. Una disputa es la cola de las tortillas a la entrada de la cueva primitiva, con el perro que sale en todas las fotos.
Eso sí. Hay resistencia al cambio de una moneda, nerviosismo al cambiarse de domicilio a un barrio extranjero, ganas de no ser quien se mira al espejo, hay cambio de nariz en una cirugía estética, pero nada cambia las ausencias, los cambios, los mejores momentos son parte de la vida que se ha quedado.
Nada cambia, todo se integra a una sola forma, la gente camina y tiene sed de todas maneras, quiere pasar por el agujero de una aguja y no puede, eso tampoco cambia. Los seres más ancestrales y bíblicos, los más alucinados nanderthal se perecen a uno y a muchos.
Hemos inventado necesidades que parecen muchas pero son una. El hambre es la misma, la ganas de golpear o ser golpeado incluso por la esquina del mueble en el dedo chiquito del pie izquierdo. La psicología es la misma y el psicólogo. El dolor es el mismo, no hay dolores de colores o que tengan un sabor determinado.
Hubo techos distintos, puertas protegidas por un lagarto, ventanas de un calabozo oscuro, caminos muy largos, extensiones de cabello, suicidios creativos, desde luego gustos exóticos, y encima de todo muchas sonrisas, lágrimas, aventuras que no se observan ni significan nada para el resto del mundo.
Y podremos ser otros y otros, pero en términos generales nada más nos pusimos otra ropa esta mañana. Y en verdad luchamos a diario por un ideal que va y se deposita donde están los demás. Somos el mismo que pronunció la primera palabra y otro le creyó, nos parecemos mucho al que dirá la última.
Quizás seamos quien cree y resbala, el sueño de grandeza sin pies ni cabeza, que yo sepa. Y sin embargo- si nos fijamos bien- en las fotos del INE, con un par de ojos, la nariz chueca, ceja levantada, nos descubrimos como Pedro Armendariz viendo a María Félix en «Café Colón», la vemos igual que él la miró.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA