El hombre casi detuvo su paso frente a su captor, y viéndolo a los ojos le dijo desafiante: “Llegará la hora en que me sigas, judío” y posteriormente ¡Viva Alemania! ¡Viva Argentina! ¡Viva Austria! Estos son los países con los que más me identifico y nunca los olvidaré. Tuve que obedecer las reglas de la guerra y las de mi bandera. Estoy listo”.
Se trataba de Adolf Eichmann, el ejecutor de la llamada “solución final” durante la segunda guerra mundial, el genocidio que acabó con la vida de 6 millones de judíos. En su cara y aparentemente en su conciencia no se reflejaba arrepentimiento alguno. Esta conducta fue definida por la filósofa alemana Hannah Arendt como la “banalidad del mal” . Es decir, un mal sin sentido, debido a la sumisión ciega hacia un tercero y a la ausencia absoluta de un criterio propio.
El origen de la maldad en el hombre ha sido objeto de debate y reflexión en la filosofía, la religión y la ciencia a lo largo de la historia. Recientemente (2018) los investigadores Ingor Zetller, Morten Moshagen y Benjamin Higuin, publicaron el artículo «The Dark Core of Personaliny» (El núcleo oscuro de la personalidad) que está relacionado con aquellas conductas sin escrúpulos, malvadas y egoístas en aspectos morales, éticos y sociales. Comportamientos que se pueden dar en cualquier persona, y que lleve a cabo cualquier actividad.
Los investigadores definen a uno de los más importantes aspectos del factor a «la tendencia a maximizar el interés individual– ignorando y provocando de forma malvada la inutilización de los demás – acompañado por creencias que sirven de justificación a sus conductas». Existen 9 rasgos oscuros que potencializan la maldad.
El primero de todos es el egoísmo, que es necesidad obsesiva por el beneficio propio a expensas de los demás y de la comunidad. El segundo es el maquiavelismo, una actitud manipuladora e insensible de los demás, acompañada de la convicción de que el fin justifica los medios. El tercero es la desconexión moral, lo que les permite comportarse de manera amoral sin sentir remordimiento alguno. El cuarto es el narcisismo, que es una auto admiración excesiva, junto con un sentimiento de superioridad y de una necesidad extrema de atraer constantemente la atención de los demás.
El quinto es el derecho psicológico y es la creencia persistente de que uno es mejor que los demás y que por lo tanto merece ser tratado mejor. La psicopatía, sexto rasgo, se define como la falta de empatía y autocontrol e impulsividad. El séptimo es el sadismo, se define como el deseo de infligir daño mental o físico a otros por placer. El octavo es el interés propio, entendido como el deseo de promover y destacar el propio estatus social. El rencor, definido como destructividad y disposición a causar daño a otros es el noveno.
Este factor no se muestra necesariamente con todos los factores, los investigadores establecen que regularmente muestran narcisismo y psicopatía. Esto significa que si una persona que exhibe un comportamiento malévolo particular, como que le gusta humillar a otros, tendrá una mayor probabilidad de participar también en otras actividades malévolas como hacer trampas, mentir o robar.
El poder puede corromper y aumentar las tendencias malvadas, como sugiere la famosa frase de Lord Acton: «El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente». Las personas en posiciones de poder pueden sentirse tentadas a actuar de manera egoísta, manipuladora o cruel para mantener y aumentar su control. Además, el poder puede desinhibir a las personas, permitiéndoles actuar sobre impulsos oscuros que de otro modo podrían reprimir.
La historia nos ha mostrado como gobiernos autoritarios como el nazi o el socialista de Stalin pueden llevar a sus pueblos a terribles genocidios han sido gobiernos de maldad. La llegada al poder genera una gran tentación por permanecer en el. Máxime si quien lo detenta tiene rasgos del factor D.
Una democracia se fundamenta en diversos principios, tales como el de la división del poder, la igualdad o el respeto a los derechos fundamentales estos mismos principios democráticos no pueden ser desconocidos por persona o institución alguna, incluyendo a las mayorías.