Son las cero horas, dice el locutor de la radio nocturna. El reloj empieza a contar de nuevo como la primera vez que le dieron cuerda. Escasamente hay gente en las calles de la primera hora.
Al paso silencioso del tiempo, entre humedecidas calles del camino a la central de autobuses, del camión que me lleve muy lejos, nos dieron las once, las doce, la una, las dos y las tres como la canción de Joaquín Sabina.
Antes el tiempo era el tic toc del segundero. Hoy el segundero del reloj batalla por viejo para dar la vuelta y a veces sin darnos cuenta se detiene por si alguien viene, por si alguien desea la hora correcta.
Desde luego el tiempo tiene infancia. Cuando niño el tiempo estaba metido en un reloj y en el cuaderno de dibujo aprendimos qué horas eran. El reloj sin saber corría con nosotros, jugaba todo el tiempo hasta que un adulto veía la hora ya bien tarde y había que meterse a echar unos tacos, quedar dormido a cualquier hora, soñar con el siguiente día y todo lo que sea soñable.
El tiempo nos persigue y a la vez vamos tras él, ¿todo depende de la temporada de chochas?, no, depende de lo que ocupemos de él. Es corto y es largo para los viajes al otro lado del mundo, es corto si se va perdiendo un partido y se alarga, incluso el árbitro concede tiempo de compensación si vas ganando, hasta que empatan, si hay moche.
El tiempo es imperceptible, ligero, invisible, rápido, Inevitable, infalible, exacto, y no es buena gente ni cruel, es lo que es, barriendo todo a su paso, como un torbellino, una gran ola, como un saludo y un adiós en medio del olvido.
La memoria retiene los platos rotos y las viejas construcciones del pueblo en una foto. Se ignora a quien pertenecieron los platos en las manos que los lavaron, el tiempo que lo hicieron llorando, no se sabe tampoco, tampoco se dice a qué hora salían los obreros.
Con el tiempo, el tiempo trae una que otra venganza, la vida da vuelta como la tierra, abajo de nosotros, en el lado oscuro de la tierra hay gente de cabeza. Es parte de la rueda de la fortuna un miércoles de dos por uno en la Feria.
Hay dudas de que todo tiempo pasado fue mejor. Dicen que lo que no fue en tu año no te hace daño. Y hay que esperar al tiempo, luego aprovecharlo y después que nos caiga el veinte. El tiempo no perdona, siempre traerá al presente la mirada oculta de los minutos más bonitos.
En el recuerdo el tiempo es el de la película, las escenas son cortadas estrepitosamente en el inminente riesgo de caer en depresión, de nuevo habrá que ir por un chocolate, alguien que salga a los chescos en el medio tiempo. Un día es un rato, un año es brincando por una bronca y nadie escribió un corrido para cantar en los bares.
Se han instalado a una hora las ofertas de la semana, mientras tanto ocurren miles de cosas imposibles de contar y más importante quizás que todo lo que se diga. Digo que los segundos contados con los dedos tampoco aportan al tiempo que se va de las manos.
En un anuncio luminoso resalta la hora precisa: para ciertas personas es tarde, para otras temprano y hay otras a las que les vale máuser. Y nadie hace nada. Pero se descuenta la hora o no se descuenta, hay siempre la duda de que no hay piso parejo.
Se hace tarde porque se nos pasó el micro, se crearon miles de pretextos inventados para no ser creídos, pero aceptados como una concesión graciosa del sindicato en contra de los insoportables puntuales.
Ebrio, antes de tiempo o quizás después, se canta en los bares hasta que ves la hora borrosa y reconoces que no eres eterno, que el bar es un paraíso pero nada es eterno y tienes que salir de ahí al infinito. Para entonces ya está amaneciendo y no hay un gallo que anuncie que son las 4 de la mañana, y todo sereno.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA