Agua que no has de beber, la debes guardar. Agua en un bote, en un recipiente, agua de la llave, en la piscina, en la enjuagada cara de los participantes. Sin agua la historia cambia y con ella también. El agua entra y sale. Nos entra por una puerta y por otra nos sale, biología corporea, gran nube acumulada en un estanque de huesos y carne.
Bailamos al son de la lluvia, como si este fuese el mejor baile a mitad de la plaza. Con los pies pisamos el agua que escapa con furia con la fuerza del aire. Encuentras al gato que por la lluvia se extravío o mudó de casa. Ve y asomate al agua donde puedes ver al que se asoma, a quien espera, a quien se moja hasta el alma.
Con el agua se agitan las hojas de los árboles y es un buen día en la ducha del pueblo. Una gota de lluvia recorre la viga en el techo antes de que llegue otra y caiga a disputar la única cubeta.
Seguirá lloviendo si no salen las hormigas con alas, que ya salgan. Que se vea el arcoiris y el chavo que contradictorio que lo apunta con el dedo. Dicen que es pecado. En un rincón modesto pero seco, escribo. Seguirá lloviendo mientras los niños en el recreo canten a la virgen de la cueva para que llueva.
Si continúa lloviendo nos saldrán branquias, aletas, nos enamoraremos de una sirena, buscaremos al Nemo el de las películas, llevados por la corriente hasta una pecera. Y por otro lado nada existiría sin agua, no el rio los troncones, la tierra sería polvo de arena, tierra seca y terca, poca agua para la desquebrajada masa para unos tamales de la doña.
El agua inundó las palabras y el tema es un refugio donde el café ocupó un torrente de la llave, un aguacero diría un dedo. Bebo a sorbos como debe beberse el caldo caliente. Atorado de este lado del agua espero paciente a que baje la corriente para cruzar la avenida 17.
En los arroyos formados en la intemperie juegan los niños con la corriente de la nostalgia. El agua como el tiempo no vuelve, no vuelve la misma, nada vuelve, todo se queda estupefacto ante la llegada del presente. Ahora es otro aguacero, ahora una cascada, un carro flotante, un hombre al rescate, la confusión del ambiente empañados los lentes.
Si no hubiera agua tampoco habría paletas ni raspados, ni sabalitos, ni señores que los vendieran. Pobrecitos. O que ante el apremio dieran a escoger qué prefieres: agua o cerveza. Qué tal si lloviera cerveza, cómo no se me ocurre que llueva otra cosa: como una pregunta con respuesta, un pliego de peticiones cumplidas, que lloviera café en el ejido.
Con la lluvia se me quitó la sed de hace rato y no la extraño. Creo que ya no hay necesidad, ya no, el cuerpo absorbe por la piel el manjar líquido, pero se tiene que lavar la bici, los trastes, trapear el piso, lavar la ropa de la tropa, echarse un buche, hacer lodo con el agua que brota de los ojos llorosos.
Nada pasa si un carro con prisa te salpica la ropa, los tenis blancos, sigue en el vilo, cruzas el templo de las acuarelas, el sueño tendido de los patos en un gran lago. Soñaste esto y lo viviste pero no recuerdas cuándo. Pudo ser la infancia que lo dimensionó para luego recordarlo.
No hay clases y los señores mayores recuerdan otros ciclones, otras personas que estuvieron en la región cuando el ciclón Catrina, viendo la película por una ventana cubierta con cinta adhesiva.
Apenas se quitó el agua y se oyen las primeras voces. ¿A quién ladran los perros? A las nubes señor Miguel de Cervantes, como se le habla a un hombre de rancho. Aún hay nubes, vamos a darnos prisa a decir esto y lo otro, antes de que se venga el agua de nuevo.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA