En La elección del 2 de junio los ciudadanos sepultaron en votos al PRD, dejaron moribundo al agónico PRI y advirtieron al PAN que si continúa apoyando la fórmula privatizadora del modelo neoliberal podría terminar como partido marginal.
Al mismo tiempo, los votantes debilitaron el poder político del sector empresarial, acotaron el de la iglesia entre las clases populares y aniquilaron la credibilidad de los medios de comunicación y de los voceros a sueldo de la oposición.
Enloquecido por la derrota, en vez de tratar de salvar por lo menos la dignidad, el tricolor optó por el suicidio, incapaz de sobrevivir a la democracia, endeudado y sin el dinero del financiamiento público, recurrió al harakiri.
Tardíamente, se desmarcó del neoliberalismo y en su desesperación para evitar lo que parece inevitable, acabó con su esencia, el principio de no reelección, a sabiendas de que estaría anunciando su propio obituario.
Todo indica, además, que pasará algo similar a las elites legislativas y judiciales. La de los privilegiados que gracias al dedazo de las cúpulas brincan de la Cámara de diputados a la de senadores y viceversa sin disputar el voto en la calle.
Una vez aprobada la reforma electoral, 200 diputados y 64 senadores de representación proporcional solo tendrán acceso al poder legislativo mediante el sufragio, igual que los consejeros y magistrados y por un solo período porque también desaparecerá la reelección. La misma medida se aplicará en los congresos estatales y a los regidores y concejales de los ayuntamientos.
En las filas de Acción Nacional, mientras tanto, no se ve que estén verdaderamente determinados a imponer cambios de fondo al partido para recuperar la confianza de los electores que perdieron en la elección presidencial.
Ahora, como se advierte, están enfocados en la renovación del comité ejecutivo nacional, previsto para el mes de noviembre.
Los interesados en el cargo, el senador Damián Zepeda, del grupo de Ricardo Anaya, el diputado Jorge Romero, cercano de Marko Cortés, la ex senadora calderonista Adriana Dávila y la senadora Kenia López, allegada a Xóchitl Gálvez, pretenden granjearse el sufragio de los militantes que serán lo que elegirán al nuevo presidente del CEN.
Sin embargo, a decir de los politólogos, quien sea el elegido, el albiazul seguirá siendo partidario de la privatización y la entrega de las riquezas nacionales a empresas extranjeras, entre otras directrices impulsadas desde Washington, tratará de acercar al partido a la población más necesitada con algunos beneficios sociales o asustarla con señuelos como el comunismo, un fantasma que ya demostró que no asusta a nadie.
Una tarea complicada, como se aprecia, agravada por las posiciones conservadoras propias de la derecha en temas como los del aborto y los matrimonios igualitarios, que alejan al panismo de la realidad social y de los integrantes de las nuevas generaciones de ciudadanos.
Por. José Luis Hernández Chávez
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